Gran guerra y literatura antimilitarista
Como todos sabemos, el 28 de julio próximo se cumplirán los cien años del comienzo de la primera guerra mundial. No hace falta insistir en su relevancia histórica: nada de lo ocurrido a lo largo del siglo XX se puede entender sin referirse a ella.
La Revolución de Octubre, que convertiría el eje comunismo-anticomunismo en el perno central de las relaciones internacionales y de la política interna de la mayor parte de los estados, el ascenso de los fascismos, el inicio del alargado proceso de descolonización o el estallido mismo de la segunda guerra mundial, son hechos históricos cuya raíz hay que buscarla en lo ocurrido durante e inmediatamente después de la Gran Guerra.
La primera gran conflagración mundial inauguró también la “era de las matanzas”, como dejó escrito el gran historiador Eric Hobsbawm, es decir, una nueva época en la que los niveles de horror y destrucción alcanzados no tuvieron parangón con nada de lo conocido con anterioridad. La carrera de armamentos entre EE.UU y la URSS desarrollada en la segunda mitad del siglo XX, potencialmente capaz de desembocar en un conflicto bélico que hubiera podido provocar la extinción de la humanidad, fue su culminación lógica.
Ahora bien, frente a tantas matanzas reales y potenciales, el siglo XX propició asimismo una reacción antibelicista como tampoco se había conocido hasta entonces. Esa sana reacción moral se expresó en diversos ámbitos de la cultura humana, la literatura entre ellos.
Entre las muchas novelas y relatos que se pueden mencionar, es preceptivo recomendar a la gente más joven la imprescindible Sin novedad en el frente de Erich Maria Remarque, de la que la Editorial Edhasa publicó una nueva traducción en 1994 y la reeditó en 2009, una versión que todavía se puede encontrar fácilmente en librerías. Es un relato veraz y terrible de la vida cotidiana de un soldado en la guerra de trincheras. A diferencia de la fría y esteticista narración del mismo asunto que hace el protonazi Ernst Jünger en sus Tempestades de acero, la mirada literaria de Remarque está impregnada de un elemental sentido de la piedad y la solidaridad humanas, así como de una sorda rebelión ante tanta barbarie.
También son muy recomendables el clásico de la literatura satírica antimilitarista Las aventuras del valeroso soldado Schwejk de Jaroslav Hasek, editada en castellano por Ediciones Destino en 1980 y por Editorial Áncora y Delfín en 1995; y el relato autobiográfico del dramaturgo Ernst Toller, Una juventud en Alemania, editado en España por Muchnik Editores en 1987, en el que explica cómo fue un joven nacionalista alemán que se enroló entusiasmado en el ejército en 1914, para después, a la vista de la realidad sangrienta que le tocó vivir, acabar siendo un convencido antimilitarista partidario de la Liga Espartaquista de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburg.
Sin novedad en el frente se publicó en 1929 y se convirtió en un extraordinario éxito internacional. Fue llevada al cine por Lewis Milestone muy poco después, en 1930. Obtuvo dos Oscars, uno a la mejor película y otro a la mejor dirección. Poco a poco, la guerra de trincheras de la Gran Guerra se acabó transformando en el escenario típico para muchas otras películas antimilitaristas. Así ocurrió con Senderos de gloria de Stanley Kubrick, uno de los más contundentes alegatos cinematográficos antibélicos de todos los tiempos, o con Rey y patria de Joseph Losey, espléndida película sobre la objeción de conciencia.
A todo ello contribuyó de forma decisiva que el movimiento obrero de inspiración consecuentemente socialista o anarquista se opusiera a la Gran Guerra (aunque no pudiera impedir su estallido) y que ésta, a pesar de comenzar con un gran apoyo de masas, se acabara transformando en una inmensa catástrofe humana que indujo a las poblaciones, empezando por la rusa, a rebelarse contra sus respectivos estados para exigir su fin inmediato. Todos los pacifistas del siglo XXI somos hijos de esa trágica historia.