La conversión de la industria militar y los sindicatos

La conversión de la industria militar y los sindicatos

(Artícle no disponible en català).  
Los sindicatos tendrían que ser los primeros interesados en afrontar la conversión de la industria militar, dados los efectos negativos que producen tanto desde el punto de vista moral como social. 
Campanya Contra el Comerç d’Armes (junio de 1997).

El fin de la Guerra Fría propició el desarrollo de un optimismo social que llevaba a suponer que se habría una nueva época sin confrontación de bloques militares y que además supondría el fin de la carrera de armamentos. Este optimismo tomó cuerpo en lo que vino en llamarse el «dividendo de la paz«. Resumidamente este concepto venía a decirnos que, todos aquellos recursos destinados a sostener grandes ejércitos y sus armamentos, en el nuevo orden mundial, se destinarían a desarrollo social, humano y sostenimiento ambiental. Una de sus concreciones tenía que ser la conversión de la industria de armamentos.

Los procesos históricos desarrollados entre finales de la década de los ochenta hasta hoy en día nos muestran que, las tendencias no han acabado en ir en esa dirección, pues primero la Guerra del Golfo, donde se puso en marcha una gran maquinaría de guerra que sirvió de relanzamiento de la industria militar, con el consiguiente rearme de la región y finalmente, la refundación de la nueva OTAN, indican que el camino seguido es ciertamente otro y que las concepciones de seguridad siguen basadas en aspectos militares al igual que en el viejo orden mundial. Prueba de ello, es que el final de la Guerra Fría, trajo consigo, en un primer momento, una reducción importante del gasto militar mundial, situándose en un promedio de un 3% anual entre 1989 y 1995 que redundaron en ese optimismo social al que sé hacía referencia; pero a partir de 1996 se ha vuelto a producir un alarmante incremento en los gastos militares mundiales que, hacen predecir un relanzamiento de las diversas carreras de armamentos ahora existentes (Oriente Próximo, Sudeste asiático, Sudamérica, India-Pakistán, Grecia-Turquía…) en el ámbito de áreas regionales.

Producto de esta nueva situación, las principales industrias de armamentos norteamericanas y europeas entraron en una fuerte crisis. A la cual se vino a añadir otro nuevo factor, el denominado «globalización«, con sus efectos negativos sobre aquellas industrias de carácter nacional que, tuvieron que adaptarse rápidamente a los nuevos retos para poder competir a escala mundial y que, las obligó, a abrir un proceso que combinara la modernización, la diversificación y la concentración, con el cierre de aquellas industrias militares menos competitivas y obsoletas. Una muestra de esto último se puede comprobar en la situación de crisis por la que atraviesan las industrias españolas.

La desmilitarización y la conversión de instalaciones e industrias militares es uno de los grandes retos a los que han de hacer frente nuestras sociedades. Desde luego los problemas que ello acarrea no son pocos, el principal, el derivado de los costes para llevarlos a cabo que, en un primer momento, superarán incluso, a los beneficios, pero vistos a medio plazo, la relación coste-beneficio de la conversión, podrá producir superávit y conseguir resultados más positivos para un desarrollo económico más sostenible que los obtenidos con la producción de armamento.

La conversión de la industria militar no es una tarea fácil y requiere de un gran esfuerzo y sacrificio, en muchos países amplias capas de la población o regiones enteras dependen de la producción militar. El hecho de reestructurar la industria y ofrecer una alternativa a la mano de obra técnica y no técnica puede desencadenar un efecto de debilitamiento de muchas economías locales. La industria de armamentos y los estamentos militares (el loby militar-industrial) ofrecerán muchas resistencias al cambio.

Pero no faltan los estudios económicos que llegan a concluir que las armas son elementos improductivos, en primer lugar porque los artefactos que fabrican no son bienes de consumo que entren en el mercado (sólo una mínima parte inferior al 1%) puesto que no tienen valor de cambio y por tanto sin uso social; por ese motivo producen un efecto inflacionista en las economías; son responsables de gran parte de los déficits presupuestarios de los estados; absorben muchos recursos de I+D (investigación y desarrollo) que, puestos al servicio de usos civiles redundarían en mejores resultados, puesto que el trasvase de la tecnología militar al sector civil es muy limitado.

El comercio de armas

Se quiera afrontarlo o no, la exportación de armas plantea un dilema ético, aunque a unos más que a otros, nos afecta a todos por igual. Los últimos años han demostrado una vez más que no hacen falta armas de destrucción masiva para cometer genocidios (la antigua Yugoslavia, la región africana de los Grandes Lagos…) ni para destruir la economía y las condiciones de vida de países enteros. Luego, el dilema no es sobre el tipo de arma, sino el arma misma como forma supuesta de resolver los conflictos entre comunidades.

Pongamos un ejemplo. Justo durante el mes de junio de 1997, en Suiza se rechazó en referéndum una propuesta que planteaba la prohibición de la exportación de armas. Un 77,3 % de los votantes lo hizo a favor de que se mantenga un negocio que sólo el año pasado supuso unos beneficios de 233 millones de francos suizos (cerca de 250.000 millones de pesetas). ¿Realmente no hay corresponsabilidad moral entre ésta actitud de la población suiza y los efectos que las armas que se exporten tendrán en los próximos años en África o cualquier otro lugar del planeta?… ¿Será limpia, éticamente hablando, la «ayuda humanitaria» que desde ése 77,3% de votantes, pueda producirse hacia los países que se vean envueltos en guerras fratricidas -todas lo son- realizadas con armas adquiridas, quizás, en Suiza?.

No se trata de culpabilizar que de poco sirve, sino de entender que unas cosas no están separadas de otras.

El papel de los sindicatos

¿Es posible armonizar el derecho al trabajo con principios éticos, cómo por ejemplo el rechazo a la guerra como método para resolver los conflictos? Son estas unas preguntas que inevitablemente surgen cuando, ante procesos de crisis de determinadas industrias de armamentos, las organizaciones sindicales acostumbran a anteponer la defensa del mantenimiento de la producción a la búsqueda de otras salidas que, con el principio del mantenimiento de los puestos de trabajo pusieran en cuestión el sentido de dicha industria.

De antiguo, los sindicatos, han unido la lucha por la paz, la solidaridad, con la demanda de justicia social. Sin embargo, el dilema planteado con la industria de armamentos como forma concreta de la lucha por la paz de los sindicatos sigue sin ser de fácil solución.

Ambas reivindicaciones, la lucha por la conversión de la industria militar en civil y la lucha por la justicia social, empezando por la defensa del derecho al trabajo son aspiraciones que pueden estar perfectamente armonizadas si la iniciativa sale de los mismos movimientos sindicales. A veces la armonización de la defensa de derechos humanos universales (paz, solidaridad, derecho a la vida) con el armamentismo, ha podido parecer conflictiva frente al derecho al trabajo, sobre todo cuando este dilema ha tomado la dimensión, no de aspiración genérica sino de concreción, como es el caso al que nos estamos refiriendo. El miedo, lógico y comprensible a que esta propuesta pudiera poner en peligro puestos de trabajo o incluso amenazar la economía de una región, ha llevado muchas veces a los movimientos sindicales a defender posiciones que, pensamos eran y son, contrarias a ellos mismos. Sin embargo, la conversión de la industria militar en civil no ha de implicar necesariamente la destrucción de puestos de trabajo. Tiene gran importancia en esta implicación quién, como sujeto social, lleve la iniciativa del proceso, los criterios que consiga imponer y la amplitud de apoyos sociales que consiga generar.

Es útil utilizar el concepto de conversión frente al de reconversión, ya que, si bien son conceptos sinónimos, tienen connotaciones distintas. Su comprensión y adopción puede estimular amplios apoyos populares. El concepto de»conversión«, resalta la referencia a la acción o efecto de convertir o convertirse un mismo sujeto o proceso, adquiriendo un significado y valor distinto al original. De esta manera, mientras que el concepto de «conversión» enfatiza el significado positivo del cambio, la mutación; el concepto de «reconversión industrial» difícilmente puede separarse de sus connotaciones negativas, por el hecho que en nuestra sociedad, y en términos socioeconómicos, usualmente no ha venido a significar otra cosa que destrucción de puestos de trabajo.

Una visión desapasionada de la cuestión, podría muy bien llevar a pensar que al fin y al cabo, la reconversión de una industria militar «obsoleta» se va a realizar de todas maneras y los puestos de trabajo se van a destruir igualmente. El que los sindicatos no se hayan planteado como posibilidad deseable la conversión, conlleva que, las empresas, una vez inmersas de forma inevitable en la crisis, sólo les queda la defensa lógica del puesto de trabajo.

Visto de esta manera: ¿No sería más positivo para los sindicatos, tomar la iniciativa y aprovechar esta situación de crisis para, recuperando aquellos valores culturales más positivos de la tradición del movimiento obrero -que hermanan la lucha por la paz y la justicia social-, enfrentarse de forma creativa contra la destrucción de los puestos de trabajo que inevitablemente supondrá esta reconversión, proponiendo alternativas y exigiendo la conversión de la industria militar para usos socialmente más útiles y necesarios?. Que los sindicatos tomen la iniciativa desde un inicio es decisivo para hacer posible una propuesta de estas características.

La incorporación de técnicos que pudieran colaborar en este proceso de planificación y elaboración de proyectos, teniendo en cuenta necesidades regionales, transición de los puestos de trabajo,… tanto con sindicatos como con los comités de empresa de las diferentes industrias afectadas, añadirían argumentos no solo respecto a la necesidad de los mismos sino también y fundamentalmente a su viabilidad.

Es bien cierto también que, normalmente, uno no encuentra trabajo donde quiere sino donde puede, es esta una verdad bastante indiscutible. Pero, también lo es que, la conciencia de este dilema puede estimular a los diferentes movimientos sindicales organizados a proponer aquellas alternativas que puedan transformar una producción destinada a destruir vidas y bienes, en cualquier otro producto socialmente más útil y necesario para la vida de los pueblos. Técnicamente está comprobado que es posible. Solamente Inglaterra, después de la II Guerra Mundial convirtió mas de la mitad de su industria de guerra en industria civil, y en pocos años. Políticamente, basta con la voluntad de hacerlo, exigiendo, con la autoridad moral que crea una iniciativa de estas características y desde los dos niveles, técnico y político, que esta conversión no tenga que suponer destrucción de puestos de trabajo, sino exactamente lo contrario.

Evidentemente no es una cuestión sencilla la que se plantea. Muchas veces, a pesar de las mejores intenciones, no va a ser posible una conversión, y se va a imponer el cierre de las industrias, lo cual, puede poner en peligro la economía de los habitantes de una zona industrial. Es por esto que, un proyecto de estas características, necesariamente debe suponer la participación del conjunto de las partes implicadas, sociales, económicas y políticas. En estos casos, será imprescindible elaborar un plan integral de desarrollo de la zona afectada, con una política planificada y una estrategia de puesta en marcha de pequeñas empresas que regeneren el tejido industrial local donde estén ubicadas las industrias y sirvan de motor para un desarrollo futuro más amplio, para impedir la pérdida de puestos de trabajo y la posible depresión de toda una localidad o comarca.



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