No hay negocio sin enemigos: la guerra y el comercio de armas

No hay negocio sin enemigos: la guerra y el comercio de armas

El comercio de armas es uno de los emprendimientos corporativos más exitosos del mundo. No solo ha creado un sistema económico que sigue creciendo, sino que ha normalizado a la guerra y las respuestas de seguridad a todas las crisis sociales.

La pandemia global de la COVID-19 ha puesto de manifiesto la ineficiencia de las fuerzas armadas al lidiar con una crisis global. Desvían los recursos destinados a salud impidiendo tener una respuesta apropiada. La pandemia, que es sobre todo una cuestión sanitaria, ha sido gestionada bajo un prisma de securitización. El rol de las fuerzas armadas ha estado presente no solo con la intervención del ejército en tareas sanitarias o logísticas, sino también con su presencia disuasoria en las calles o incluso discursiva. El lenguaje de la guerra ha sido utilizado para describir los esfuerzos para abordar la pandemia, en lugar de recurrir a un discurso humanitario basado en los derechos humanos, la salud pública y la solidaridad.

Esta respuesta militarizada en las crisis sociales no solo existe en relación con los riesgos de salud global como las pandemias, sino también se aplica en muchos otros ámbitos como sucede con las políticas migratorias o el cambio climático. La securitización se ha convertido en el marco bajo el que hacer frente cada vez a más crisis u otras situaciones.

La securitización considera todos los aspectos sociales, humanos o ambientales como amenazas de seguridad con soluciones militares. De este modo, si todo se coloca bajo una perspectiva de securitización, y además los recursos destinados a las catástrofes naturales, las emergencias sanitarias o las crisis ambientales son insuficientes, las respuestas militares serán las más probables.

La securitización, que lleva al uso extensivo de la lógica de seguridad militar, es un mecanismo que activa el miedo. Un miedo que se materializa en amenazas y enemigos. Miedo al cambio climático, miedo a las crisis económicas, miedo a la incertidumbre, miedo a lo desconocido, miedo al de fuera, al otro, al migrante. Miedo que justifica la preparación militar ante cualquier amenazada a nuestra seguridad, que justifica una guerra contra todo. Miedo que confirma la necesidad de defendernos y promueve la necesidad de armarnos. Miedo como la inmejorable estrategia de marketing para los productos y servicios de las empresas de armas.

Todo esto quizá ocurra porque los gobiernos suelen tener una visión tradicional militar y político de la seguridad, para el cual el punto de referencia es el Estado y en el que las amenazas existenciales son aquellas que afectan los elementos constitutivos del estado y su soberanía, ignorando el enfoque de seguridad humana de Naciones Unidas. La securitización utiliza el miedo como eje vertebrador.

Esto significa que la securitización es causa y efecto de un miedo estructural, razón por la que se dota de mayores recursos a las estructuras de defensa, que legitiman su existencia a través del miedo cultural con discursos en los que se dibuja un mundo lleno de amenazas de las que defenderse.

Discursos que legitiman el miedo global, narrativas que convierten en norma la sociedad del miedo la cultura del miedo, la cultura de defensa en la que lo normal es disparar antes de preguntar y antes armarse para poder disparar. La fuerza real de las armas se basa en la generación de desconfianza, de miedo y, de hecho, para eso sirven. En una sociedad en la que el miedo está inculcado en las mentes de sus ciudadanos, nadie cuestionará la existencia de un negocio perverso como el armamentista.

Cabe añadir que quienes participan y se benefician de este negocio, los que fabrican, compran, exportan, financian e inventan armas son hoy en día considerados gente respetable, empresarios como cualquier otros, normales, que se dedican a negocios que generan progreso, empleo y seguridad. Al igual que el líder nazi Adolf Eichmann, quien no fue para Arendt un ser monstruoso que disfrutaba aniquilando judíos, sino una persona relativamente normal que, en un momento determinado, hizo suya la ideología nazi y la puso en práctica con dedicación, orgullo y diligencia. Era un burócrata, un trabajador normal, que se dedicaba a hacer algo normal en aquel momento, en el régimen en que vivió: deportar a judíos a los campos de exterminio creados por la Alemania nazi. Lo que parecía normal, obviamente no lo era.

Hoy en día, hay quien participa de manera directa o indirecta en la fabricación, venta y proliferación de armas por todo el mundo. El negocio de las armas es además de habitual, legal, legítimo y a ojos de cualquiera una actividad como cualquier otra. Inventar, fabricar y vender armas es considerado algo normal, del mismo modo que lo es el uso de la fuerza armada para conseguir objetivos políticos e incluso humanitarios. La guerra se muestra como normal e inevitable. Pero puede que lo que parece normal, no lo sea tanto.

Si nos fijamos en los datos aportados por algunos de los principales institutos sobre conflictos, vemos que la guerra es algo “normal”. Según Uppsala University, desde hace décadas existen 50 conflictos armados activos que han producido más de 150.000 muertes relacionadas con combates solo en 2019. Conflictos que generan decenas de miles de víctimas propias de la violencia organizada, atribuibles exclusivamente a los enfrentamientos armados inherentes a estos conflictos. Por citar dos de las guerras más mediáticas, en Siria se contabilizan al menos 384.000 muertes relacionadas con la violencia armada y en Yemen 233.000. A las que hay que sumar los miles de personas que mueren en su huida de la guerra y la miseria provocada por los conflictos. A las que cabría añadir al menos los 79,5 millones de víctimas de desplazamientos forzados que contabiliza UNHCR. Por desgracia, en cierto modo es “normal” que haya guerras y que estas provoquen miles de muertes y millones de damnificados cada año.

Los conflictos armados tienen dos características principales: requieren de gran planificación y organización, y necesitan ineludiblemente de su principal herramienta, las armas. Si bien es cierto que la existencia de armas, ejércitos, compañías militares privadas y grupos armados de diversa naturaleza no son causa de las guerras, no podemos dejar de considerar que las guerras no serían posibles sin los más de 27 millones de militares y paramilitares que hay en el mundo, ni sin los miles de mercenarios y guerrilleros que están entrenados y preparados para el combate. Probablemente, tampoco serían posibles sin la connivencia entre fabricantes de armas y responsables políticos cuya relación alcanza su expresión máxima en las conocidas como puertas giratorias en Defensa, en virtud de las que militares de alto rango pasan a formar parte de los consejos de administración y equipos directivos de la industria militar y viceversa.

Son muchos los casos existentes, sirva de ejemplo quizá uno de los más paradigmáticos a nivel mundial, el del que fue ministro de Defensa de España entre los años 2011 y 2016, Pedro Morenés. Poco antes de acceder al cargo de ministro, atesoró grandes responsabilidades en diversas empresas de armas, entre las que destaca MBDA –una de las empresas líderes en la producción de misiles– y, poco antes de abandonar el cargo, dejó como legado la cifra anual más elevada de autorizaciones de exportación de armas en la historia de España.

Del mismo modo que los ministerios de defensa mantienen y renuevan estructuras militares y sistemas de armas para defenderse de las amenazas a la seguridad que identifican para su país, también se preparan para ir a la guerra o para enviar a sus militares a otros lugares del mundo. Una preparación para la guerra que puede ser uno de los factores que impulsan la utilización del músculo militar para conseguir objetivos políticos. Esto ha sido demostrado a través de un análisis cuantitativo con datos de panel que muestran la evolución del gasto militar, del comercio de armas y de los conflictos armados en todos los países con datos disponibles. El análisis permite encontrar una clara correlación entre las cifras globales de gasto militar, exportación de armas y número de conflictos armados, es decir, el ciclo de producción de las armas se muestra en términos generales consistente con la lógica de que cuanto más gasto militar, más exportación de armas y, por tanto, más guerras.1

La guerra necesita de preparación, al menos desde un punto de vista económico. Es aquí donde aparece el complejo militar-industrial y la economía de defensa. La economía de defensa es definida como el conjunto de medidas que generan la transformación de la estructura económica de un país para abordar sus necesidades de seguridad y defensa, es esa parte de la economía que incorpora políticas industriales militares relacionadas con el sector de las empresas productoras de armas. Por su parte, el término complejo militar-industrial empezó a utilizarse a raíz del discurso de despedida del presidente estadounidense Eisenhower en 1961, cuando se refirió a la enorme influencia del lobby del sector industrial militar en la Casa Blanca. El complejo militar-industrial es por tanto el conjunto de empresas y organizaciones gremiales militares que tratan de influir en las decisiones políticas de un Estado relacionadas con la compra de armamento. Como sus ingresos dependen de los presupuestos militares, una de sus principales acciones está encaminada a aumentar esta partida en los presupuestos públicos anuales. Un complejo industrial que ha evolucionado de la fabricación de armamento convencional a combinar la producción armamentística utilizando la tecnología más avanzada con la contribución de los servicios de seguridad, produciéndose así una transformación del complejo militar-industrial hacia productos y servicios que dan respuesta a las necesidades identificadas por la lógica de la securitización. Esto da pie al surgimiento de un nuevo mercado y sector donde empresas de armas tradicionales comparten espacio con estas nuevas empresas del sector de seguridad. Este nuevo complejo militar-industrial de seguridad es, a su vez, artífice de la expansión de la propia doctrina de securitización, que consigue millonarios presupuestos militares y de seguridad para adquirir sus productos y tecnologías destinadas a aspectos como la ciberseguridad que incorpora el control del Big Data o de la militarización de las fronteras y la gestión securitaria de los movimientos de población.

Resulta lógico, por tanto, que el complejo militar-industrial tenga, entre sus principales intereses, impulsar políticas de aumento del presupuesto militar en orden de asegurar su negocio presente y futuro. Pero hay que tener en cuenta que además de empresarios de armas e intermediarios, militares, políticos, accionistas y empresas que abastecen a los departamentos de defensa, el papel de los sindicatos también es muy importante porque al defender la continuidad de sus trabajos presionan a los gobiernos para incrementar el gasto militar y asignarlo a las industrias militares donde ellos trabajan.

Por si no fuera suficiente, también existe una red de think tanks sobre seguridad, localizados en los principales centros de toma de decisiones políticas. Solo en Bruselas se cuentan por cientos los lobistas de las empresas militaresPor si no fuera suficiente, también existe una red de think tanks sobre seguridad, localizados en los principales centros de toma de decisiones políticas. Solo en Bruselas se cuentan por cientos los lobistas de las empresas militares cuya función es, entre otras, influir a políticos y funcionarios en la elaboración de leyes relacionadas con la industria militar. Entre sus objetivos está mostrar que fabricar, vender armas, promocionarlas y publicitarlas es una actividad normal, equiparable a cualquier otro sector económico. Algunos de los ejemplos más relevantes de los numerosos think tanks con gran influencia en seguridad y defensa son: los estadounidenses Brookings Institution, RAND Corporation, Belfer Center for Science and International Affairs, Carnegie Endowment for International Peace, Atlantic Council, Center for a New American Security, Heritage Foundation, Council on Foreign Relations, los británicos International Institute for Strategic Studies y Royal United Services Institute, el francés European Union Institute for Security Studies, el japonés National Institute for Defense Studies, el israelí Institute for National Security Studies, el australiano Australian Strategic Policy Institute o el Institute for International Strategic Studies de China.2 the Atlantic Council, Belfer Center for Science and International Affairs, Brookings Institution, Carnegie Endowment for International Peace, Center for a New American Security, the Council on Foreign Relations, Heritage Foundation and RAND Corporation (US), the International Institute for Strategic Studies and the Royal United Services Institute (UK), the European Union Institute for Security Studies (France), the National Institute for Defense Studies (Japan), the Institute for National Security Studies (Israel), the Australian Strategic Policy Institute, and the Institute for International Strategic Studies in China.

Dentro de la economía de defensa tiene lugar el ciclo armamentista o ciclo económico militar, la ruta económica que sigue la fabricación de armas, desde la decisión de tener presupuestos públicos militares para su adquisición hasta su uso final. Es un ciclo que engloba todos los aspectos relacionados con la estructura militar de un país : políticas de seguridad y de defensa, estrategia de defensa nacional, modelo militar, infraestructura, instalaciones, equipamiento y las dimensiones militares necesarias. El ciclo armamentista empieza con los discursos y argumentos que legitiman la necesidad de poseer armas y ejércitos y, así, justificar los elevados niveles de militarización y armamento. De los posicionamientos políticos que defienden esta postura, el más representativo es probablemente el neoconservador, tal y como muestra el hecho de que la Olin Foundation diera durante medio siglo hasta diera durante medio siglo hasta 370 millones de dólares americanos en subsidios a proyectos de ideología neoconservadora con fondos provenientes principalmente de la industria militar estadounidense.

El ciclo armamentista consta de varias fases en las que se pueden identificar los principales gobiernos, empresas e instituciones financieras que promueven el armamentismo.

El primer estadio del ciclo armamentista es el gasto militar, el presupuesto destinado a sufragar los gastos de los ministerios de Defensa y demás políticas de apoyo a la industria militar, operaciones militares de todo tipo e incluso de cuerpos paramilitares. El gasto militar ha alcanzado en 2019 el nivel más elevado desde el final de la Guerra Fría, 1,9 billones de dólares según cálculos del SIPRI (Stockholm International Peace Research Institute), lo que supone el 2,2% del PIB mundial.

Los presupuestos militares también sirven para mantener y fomentar el sector económico militar a través de fondos para la I+D, como ocurre con el European Defence Fund que prevé destinar 13.000 millones de euros del presupuesto comunitario de 2021-27 para I+D militar europeo. En tanto en cuanto los prácticamente únicos clientes de las empresas de armas son los gobiernos de los estados, es de vital importancia mantener elevados niveles de gasto público militar para conseguir más y mayores contratos. Los diez gobiernos con mayor gasto militar acumulan el 75% del total mundial y son, por orden de importancia: los Estados Unidos, China, India, Rusia, Arabia Saudí, Francia, Alemania, Reino Unido, Japón y Corea del Sur.

La industria militar forma parte de la siguiente fase del ciclo armamentista. Las primeras 100 empresas armamentísticas están produciendo armas por valor de alrededor de 400.000 millones de dólares americanos cada año, según la SIPRI Top 100 database. En cuanto a su origen, las principales empresas de armas proceden de países con elevados gastos militares y exportaciones de armas: el 57% son de Estados Unidos, el 9,5% de Rusia, el 22% de Europa Occidental, pero también las hay de Japón, Israel, India y Corea del Sur. En 2019, las 25 empresas más importantes de armamento facturaron 361.000 millones de dólares, entre ellas destacan por volumen las estadounidenses Lockheed Martin Corp, Boeing, Northrup Grumman Corp., Raytheon y General Dynamics; las chinas Norinco y AVIC; las europeas Airbus, BAE Systems, Leonardo, Dassault y Thales; y la rusa Almaz-Antey.

Russia, Moscow, 2012, The head of the Syrian delegation to Russia’s biennial arms bazaar shakes hands with a representative of Rosoboronexport, the Russian state weapons export monopoly. © Yuri Kozyrev / NOOR / IG Handels: @noorimages / Twitter Handels: @noorimages

Las exportaciones de armas se situarían en la siguiente fase del ciclo. El volumen anual mundial de exportaciones es desconocido y los datos facilitados por los estados son incompletos. Aun así, se puede estimar que solo los estados miembros de la UE US exportaron alrededor de 200.000 millones de euros en armas en 2018. Una cantidad que muestra una evolución al alza, a pesar de las leyes de control del comercio de armas de la UE y los Estados Unidos, o del propio Tratado Internacional sobre el Comercio de Armas. Todas ellas tienen criterios limitantes a la autorización de licencias a la exportación a países en conflicto armado o donde se vulneren los derechos humanos. A pesar de ello, es habitual la exportación de armas a la mayor parte de países inmersos en conflictos armados, como Arabia Saudí, EAU, Israel, Egipto, Turquía, Irak, Afganistán, entre otros. Solo de la UE, el 22% de las exportaciones de armas tuvieron como destino países en conflicto armado y un 25% países en tensión. Los principales países exportadores de armas para el periodo 2015-2019 Estados Unidos, Rusia, Francia, Alemania, China, Reino Unido, España, Israel, Italia y Corea del S y en orden de relevancia son:ur.

¿Y por qué se pueden vender armas a países en conflicto cuando existe una legislación que lo prohíbe? La respuesta es muy sencilla. La interpretación de que un país esté en conflicto armado es subjetiva y soberana, cada gobierno decide en base a su información e intereses qué países están en conflicto armado, sin necesidad de seguir ningún criterio objetivo o de referencia internacional –que no existe– ni el que puedan sugerir los informes de departamentos universitarios especializados en paz y conflictos. Lo mismo ocurre con la consideración de que en el país de destino se vulneren los derechos humanos, la decisión es en todos los casos política, convirtiendo el sistema de control de armas y las leyes que lo conforman en un mecanismo que no reduce las ventas de armas a países en conflicto o donde se vulneren los derechos humanos, sino que además las impulsa y les da cobertura legal.

Finalmente, cabe mencionar un aspecto de gran relevancia en el ciclo armamentista: la financiación del sector empresarial militar. Las empresas de armas son financiadas por bancos, aseguradoras y entidades financieras de todo tipo, a través de préstamos, créditos, emisiones de bonos, acciones, y un conjunto de productos bancarios que hacen posible su actividad.

Según la Worldwide Armed Banks Databasede la base de datos del Ciclo Económico Militar del Centro Delàs de Estudios por la Paz, hay constancia de que 37 de las principales empresas de armas del mundo –con Boeing, Honeywell, Lockheed Martin y General Dynamics como destacadas– han recibido financiación por 903.000 millones de dólares, con la participación de más de 500 bancos de 50 países. Las principales entidades financieras que participan en el negocio de las armas son de Estados Unidos, Francia y Reino Unido. Y los diez primeros puestos del ranking de los principales financiadores de la industria mundial son: Vanguard, Black Rock, Capital Group, State Street, T. Rowe Price, Verisight, Bank of America, JP Morgan Chase, Wells Fargo y Citigroup.

Antes y durante el ciclo armamentista, es necesario justificar el gasto público militar a la ciudadanía y evitar controversias de origen ético y moral relacionadas con la fabricación y exportación de armamento. Para ello se realizan continuos análisis de seguridad y defensa en estados y organismos multilaterales del ámbito militar y de seguridad, cuyo objetivo principal es identificar qué amenazas a la seguridad existen en cada momento, cuál es la probabilidad de que ocurran y de qué manera se debe responder frente a ellas. Las amenazas a la seguridad son el principal paso necesario, aunque no suficiente, para identificar a los enemigos de los que defenderse a través de las estructuras militares existentes.

Pero la obsesión en la búsqueda de amenazas de los discursos securitizadores propios de la seguridad militarizada lleva, como hemos mencionado anteriormente, a la construcción de una narrativa que dibuja un mundo en el que predomina el miedo y la desconfianza, el escenario idóneo para la militarización.

El giro hacia la elementos de riesgo y amenazas a la seguridad identificados en las estrategias de defensa de los Estados Unidos, la UE y la OTAN son el terrorismo, el extremismo violento, los conflictos armados, los denominados como estados débiles, la proliferación de armas de destrucción masiva, la ciberseguridad, la seguridad energética, el crimen organizado, la seguridad marítima, el cambio climático, los flujos de migración irregular, la gestión de las fronteras exteriores y las crisis económicas.

En un segundo nivel, con un grado menor de consenso entre las doctrinas de seguridad, aparecen identificados como amenazas otros riesgos y vulnerabilidades que no son mencionados por todas las estrategias de seguridad y que a menudo son olvidados por los análisis de defensa, poniendo en cuestión la existencia misma de las estructuras de defensa, ya que son aquellos en los que los ejércitos no pueden tener función alguna.

Entre ellos se encuentran algunos de gran actualidad, como los brotes globales de enfermedades infecciosas, las pandemias y epidemias; la pobreza y la desigualdad; las violencias de los derechos humanos; y la globalización, la interdependencia y los cambios en los equilibrios económicos. También existe una visión añadida en los análisis de amenazas y riesgos a la seguridad de carácter político. Es decir, todas las doctrinas occidentales consideran a Rusia y Oriente Próximo como lugares de especial preocupación desde un punto de vista securitario. Además, aparece el Norte de África y el Sahel, así como la República Popular Democrática de Corea, Irán, Turquía y China.

Con todo ello se dibuja un mundo plagado de amenazas de las que defenderse, en el que toda precaución es poca. Pero, ¿son útiles las estructuras militares para hacer frente a estas amenazas? ¿De qué hay que defenderse exactamente?

Solo con el caso del terrorismo internacional, que ha justificado buena parte de las intervenciones militares en el exterior de los últimos años con la expansión de guerra global contra el terror, podemos ver que la amenaza de la que con mayor facilidad pudiera justificarse un sistema de defensa, ni siquiera ha conseguido mediante la utilización de las intervenciones militares reducirla o eliminarla, sino más bien al contrario, aumentarla. De hecho, la guerra global contra el terror, iniciada en Afganistán en 2001 para acabar con la amenaza terrorista de Al Qaeda tras el 11-S, continuó en Irak en 2003 y continúa en el Sahel en la actualidad. Dos décadas después, el resultado no puede ser más negativo. En lugar de acabar con el terrorismo, creó un terror de incluso mayor calado protagonizado por el ISIS, especialmente activo en los conflictos más violentos de los últimos años y una de las principales amenazas de carácter militar a la seguridad de nuestros tiempos.

Sobre el resto de amenazas y riesgos, las respuestas militares son marginales, ya que estas provienen de los cuerpos policiales, de la diplomacia, de las políticas sobre medioambiente, de la acción humanitaria y la cooperación internacional para el desarrollo, de los servicios sociales, de medidas de carácter económico, de políticas de salud, de la educación, de la justicia, etc.

El análisis de la seguridad nunca es neutral desde el punto de vista moral o político, no es una dimensión dada, objetiva e incuestionable, sino que es susceptible a múltiples interpretacionesSobre todo porque el peso de la elaboración de las doctrinas de seguridad y defensa recae sobre las estructuras militares y de defensa de los estados. Además, si hubiera que identificar quién está verdaderamente interesado en la promoción de respuestas militares a cualquier aspecto que pueda ser considerado un riesgo o amenaza a la seguridad, estos son los empresarios de armas, ya que la viabilidad de su actividad económica depende de ello y el mejor escenario para mantener sus beneficios a largo plazo no es otro que convertir al sector militar en el lugar donde encontrar todas las soluciones a los retos de seguridad de una sociedad.

Y esto lo consiguen con su participación directa, con donaciones a candidatos y partidos políticos que en las elecciones estadounidenses de 2020 dedicaron 30 millones de euros a demócratas y republicanos, entre las que destacan: Northrop Grumman, Boeing, Lockheed Martin, General Dynamics y Raytheon. Incluso, lo logran indirectamente a través de la actividad de los grupos de presión en cuestiones de seguridad y defensa creados y financiados por ellos mismos, de los que son buen ejemplo los grupos de cabildeo europeos AeroSpace and Defence Industries Association of Europe (ASD) y el European Organization for Security (EOS).

El texto fundacional de la UNESCO promulgó que “puesto que las guerras nacen en la mente de las personas, es en la mente de las personas donde deben erigirse los baluartes de la paz”. Setenta años después de la certeza de que había que eliminar la guerra de la mente de las personas, las respuestas militares siguen promulgándose como la principal respuesta a las amenazas a la seguridad, aunque la realidad demuestra que son contraproducentes. Los presupuestos militares, la facturación de las empresas militares, las exportaciones de armas y los conflictos armados no dejan de crecer, aunque su contribución a la seguridad esté más que en duda. Hay que desmontar la creencia por la cual normalizamos la guerra, las armas con las que se hacen y el negocio que ello genera. La militarización de las sociedades y de las relaciones internacionales genera y perpetúa las guerras de hoy y es el caldo de cultivo de las guerras del futuro.


  Lee el artículo completo en la web del Transnational Institue (TNI)

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Publicado en Transnational Institute (TNI), el 01/05/2021
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