El Magreb, una militarista política de buena vecindad
El control de las fronteras, la existencia de atractivos recursos naturales o la llamada guerra contra el terror, algunas de las razones de Occidente para fomentar el militarismo en el Magreb.
El Magreb es una zona prioritaria desde un punto de vista de relaciones internacionales, no sólo para Europa, sino para todo el mundo Occidental, y tiene cada vez mayor importancia para algunas de las potencias emergentes. Las revueltas conocidas como “primavera árabe” han reafirmado en la mayoría de Estados de la zona el rol de los militares, en una región tradicionalmente controlada con puño de hierro, salvo excepciones como la tunecina en la que la sociedad civil ha conseguido impulsar un modelo más democrático demandado como nunca había pasado antes por una parte importante de su población.
Una muestra de la importancia que la comunidad internacional ha dado al Magreb es la existencia de numerosos acuerdos de cooperación militar, entre los que destaca el Diálogo Mediterráneo de la OTAN, iniciado en 1994 y en el que están implicados todos los países del Magreb, además de Egipto, Israel y Jordania; y un largo número de acuerdos militares bilaterales y multilaterales, con especial protagonismo de EE UU y Europa Occidental y del Este.
El control de la frontera sur de Europa es una prioridad no solo para los países de la ribera sur del Mediterráneo sino para toda la UE, aumentar las capacidades militares para controlar los flujos migratorios traslada el problema de España, Francia e Italia a los países del Magreb, con una especial implicación de Frontex. Pero además de la cuestión migratoria, cuya gestión militar es fácilmente cuestionable, el Magreb es una fuente de atractivos recursos naturales, de energías fósiles y minerales. Quizá es por ello que Estados Unidos nunca ha dejado de tener presencia militar en la zona, o sus alrededores. Sirva de ejemplo la ampliación de efectivos norteamericanos en la base de Morón de la Frontera o la instalación de una parte del escudo antimisiles en la base naval norteamericana en Rota, cuya razón de ser es en parte tener una mayor capacidad de reacción ante cualquier situación que pueda darse en los países del Norte de África y el Sahel, prestando actualmente especial atención a la caótica situación de Libia, cuyas abundantes reservas de petróleo bien pueden merecer una nueva intervención militar.
Otra muestra de la importancia militar del Magreb para EEUU es la creación en 2008 de la Africom, el comando militar para África del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Con sede provisional en Stuttgart, esta comandancia militar constituyó en Argelia un Centro de Estudios y de Investigación sobre Terrorismo, en Marruecos tiene previsto desplegar un sistema de comunicaciones militares e instalar una base naval al sur de Agadir. Recordemos que la guerra de Libia estuvo dirigida desde las oficinas centrales del Africom en Alemania.
«Guerra contra el terror»
La tercera razón para establecer fuertes lazos militares con los países del Magreb reside en la aparentemente creciente amenaza terrorista islámica, que tras el fiasco de Libia, parece expandirse con rapidez en la vecina región del Sahel. Independientemente de la necesidad de que la respuesta militar sea la mejor manera de hacer frente a las amenazas terroristas, y más teniendo en cuenta el caos que genera la OTAN allá donde pone el pie, cuyas agresiones generan inevitablemente respuestas violentas, la llamada guerra contra el terror justifica desde una perspectiva militar mantener en el poder a regímenes de carácter militar. La mejor forma de hacerlo es financiarlos y armarlos hasta los dientes.
En el informe El militarismo en el Norte de África del Centro Delàs de Estudios por la Paz, queda muy claro: los principales países exportadores de armas en el Norte de África son Rusia (quien abastece principalmente a Argelia), EE UU (principal suministrador de Marruecos), Francia (con importantes ventas a Argelia y Marruecos) y Holanda, China, España, Ucrania, Italia y Reino Unido. El volumen de armamento adquirido por los cinco países del Magreb en el periodo 2007-2012 asciende a 8.463 millones de dólares. Recientemente ha trascendido la aparición de la empresa alemana Rheinmetall, que muy probablemente firmará un contrato con Argelia de 2.700 millones de euros por la venta de casi 1.000 blindados. Este contrato se enmarcaría en un acuerdo de un total de 10.000 millones de euros existente desde 2011 entre Alemania y Argelia para la adquisición por de vehículos Dimler y dos fragatas Meko A200 a ThyssenKrupp.
Tantos intercambios, acuerdos y misiones conjuntas militares, y la compraventa de ingentes cantidades de armamento, en los que con frecuencia son protagonistas los Estados miembro de la OTAN, no muestran precisamente la existencia de un gran temor a una posible invasión islamista con el objetivo de recuperar el Al-Andalus. Tampoco existe el quizá más factible temor de que la formación militar y armamento hoy adquiridos por regímenes semimilitares pueda acabar en manos incontroladas que quizá puedan volverse una verdadera amenaza relacionada con el terrorismo. O quizá alguien quiera que esta amenaza exista y, cuanto más cerca, mejor, visto el despropósito de la militarista política de buena vecindad desarrollada hasta ahora. En definitiva, la seguridad del Mediterráneo está en manos del militarismo, bien porque sea un gran negocio al que nadie quiere renunciar o bien porque aceptar una gestión responsable y duradera de la seguridad en la zona requiera de medidas sociales y de desarrollo en el continente africano que nadie quiere asumir.
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