La Ucrania y la Europa que deseamos
La historia condiciona. Así, leer la historia de Ucrania es adentrarse en los orígenes de la Rusia contemporánea. No se entiende Rusia sin los mitos que surgen del corazón de Ucrania y de la península de Crimea en particular.
Kiev, Odessa, Balaklava, Sebastopol,
Yalta…, son nombres dónde se originó parte de la mitología de la
nación rusa, que a la vez es una nación de naciones, la multicultural e
inmensa Rusia repartida entre dos continentes.
Era pecar de
ingenuos pensar que Rusia se cruzaría de brazos viendo como la revuelta
de Maidan, en Kiev, hacía caer un gobierno pro-ruso y se instauraba un
nuevo que se tiraría en los brazos de la UE. Sobretodo pensando que la
parte oriental y sur de Ucrania comparte lazos culturales y de lengua
muy estrechos con Rusia. Y que el territorio de la península de Crimea,
de población mayoritaria rusa tiene una importancia capital para los
intereses geoestratégicos de Rusia, ya que en el puerto de Sebastopol,
la potente armada rusa tiene la principal base para abrirse paso hacia
el Próximo Oriente y el Mediterráneo.
Que la población
ucraniana tenga el corazón dividido entre la Europa occidental y
oriental también es natural. No se puede olvidar que Stalin sometió a
Ucrania a una feroz rapiña de cosechas que mató de hambre a cientos de
miles o millones de personas en 1933; y tampoco que, durante la Segunda
Guerra Mundial, los ejércitos de la Alemania nazi mataron a millones de
ucranianos; o que Crimea sufrió primero una limpieza étnica por parte de
Stalin, deportando los tártaros a Asia central porque sus jefes habían
colaborado con los nazis y la repobló con rusos, y que años después, en
1954, otro mandatario soviético, Nikita Kruschov, decidía regalar de
forma arbitraria Crimea a Ucrania, sin pensar que algún día la URSS
podía desintegrarse y esta república convertirse en un Estado
independiente.
Recordemos rápidamente cómo han ido las cosas en
Ucrania desde 2004, cuando el primer ministro pro-ruso Yanúkovich se
enfrentó al candidato europeísta y opositor Yushchenko. En la primera
vuelta, Yanúkovich ganó el segundo por un raquítico margen, 39,87%
frente un 39,32%. La oposición acusó a Yanúkovich de efectuar
falsificaciones masivas de votos. Poco tiempo después el opositor
Yushchenko fue envenenado. Dadas las masivas protestas y huelgas de los
seguidores de Yushchenko, el Tribunal Supremo resolvió que dada la
cantidad de irregularidades electorales había que repetir las
elecciones. Se repitieron y ganó la presidencia el candidato opositor
Yushchenko, designando como primera ministra a Timoschenko. Toda la
revuelta civil, que fue pacífica, adoptó como símbolo el color naranja,
de ahí el nombre de «revolución naranja», que hace caer el corrupto
gobierno de Yanúkovich. El nuevo gobierno mantiene un discurso
democratizador, pero hay que decirlo todo, marcadamente pro-occidental,
en cambio en el ámbito económico, no difieren, ambos se declaran
neoliberales.
Tras el éxito de la revuelta pacífica de 2004, las diferentes elecciones que se celebraron posteriormente demostraron que el país seguía dividido, ya que Timoshenko y Yanúkovich fueron alternándose los cargos de presidente y primera ministra.
En las últimas elecciones presidenciales
de 2009, Yanúkovich vuelve a ganar a Timoschenko, que posteriormente,
en 2012, fue juzgada y encarcelada acusada de corrupción, hecho que
provocó protestas masivas de sus seguidores que han continuado de forma
intermitente hasta que, con la revuelta de Maidan, han hecho caer el
gobierno de Yanúkovich.
Pero la oposición política que ahora se
ha hecho con el gobierno provisional y controla el Parlamento también
tiene mucho indeseable. Es bien conocido que uno de los principales
partidos opositores, el ultranacionalista Svoboda, es neofascista y
xenófobo respecto a los rusos y otras minorías. Entre las primeras
medidas del nuevo gobierno provisional figuró la de declarar el
ucraniano única lengua oficial, una decisión que discrimina a los
rusohablantes.
Todos estos hechos demuestran la dificultad de
un país para avanzar unido, porque en su seno hay diferentes grupos que
miran en dirección opuesta -unos hacia Europa occidental, otros hacia la
oriental, Rusia- y, porque, al mismo tiempo, la UE y Rusia, alimentan
las discordias internas intentando arrastrar Ucrania hacia su bando de
influencia.
La Europa de la UE ha actuado con abierta mala fe,
intentando que Ucrania se incorporara a su bloque y a la OTAN.
Evidentemente, la respuesta de Putin enviando tropas para ocupar Crimea
es una violación del derecho internacional -porque esta península forma
parte del Estado de Ucrania-, pero era de una ingenuidad colosal pensar
que Rusia se quedaría sin hacer nada ante una revuelta animada desde el
bloque occidental atlántico.
En Ucrania, es inimaginable una
confrontación armada entre las dos grandes potencias nucleares
mundiales, la OTAN de EEUU y Rusia. Ahora, la confrontación ya se ha
producido y continuará en el futuro. La Rusia de Putin y el bloque
liderado por EEUU, se han confrontado en varias crisis: en Georgia, en
Siria, por el escudo antimisiles que se ha instalado en Rota (Cádiz), y,
ahora, en Ucrania. No es un conflicto con las dimensiones de la guerra
fría, pero seguro que tendrá nuevos capítulos.
¿Qué deberíamos
hacer? Lo mismo que hicimos durante la Guerra Fría, agrupar a las
fuerzas alternativas que busquen una vía de no alineamiento con los
bloques; apoyando las demandas de la sociedad civil que reclaman cambios
de profundización democrática; no despreciar, pero tampoco alimentar
mitos identitarios nacionales que puedan desembocar en conflictos
violentos. Una tarea nada fácil, pero al movimiento por la paz siempre
le ha tocado trabajar a contracorriente.
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