¿Qué seguridad para Cataluña?
No podemos hablar de sí una Cataluña independiente necesitará de unas fuerzas armadas sin plantearse cuál es la seguridad que se quiere alcanzar ni cómo ello se está abordando en nuestro entorno. Hoy la visión que impone la línea realista domina las relaciones internacionales.
Esta visión dominante tacha a los pacifistas de utópicos, es necesario cuestionar realmente quién es utópico y quién es realista. La línea realista defiende que las relaciones internacionales son un sistema anárquico que se regula y equilibra por el poder militar. Fieles a este pensamiento los estados y los diferentes actores han buscado maximizar su posición política con la acumulación de recursos militares. Pero pensar que de esta manera se puede vivir en paz es lo que realmente ha sido utópico. Esta manera de abordar las relaciones internacionales y la política es la que nos ha llevado a un mundo lleno de guerras, a un convulso siglo XX con millones de muertos por la guerra y los conflictos armados, y a un siglo XXI que desgraciadamente ha comenzado igual.
Cuando se habla de seguridad el debate se enfrenta con un repaso de
las amenazas y, en consecuencia, qué defensa necesitaría Cataluña para
encararlas. Este es un planteamiento reactivo, que nos aboca a qué
corazas o medios militares necesitaríamos pero deja de lado los
conflictos que nos pueden afectar y la responsabilidad que hemos tenido
en su creación o agravamiento. Tenemos que ir a planteamientos
proactivos, debemos enfocar como Cataluña debe alcanzar la paz, cómo
debemos hacer las paces, y esta es nuestra responsabilidad.
Tenemos
competencias y las tenemos que usar para saber hacer las paces, esta es
la garantía de tener paz. Un hecho muy positivo en este sentido ha sido
la declaración de la Asamblea Nacional Catalana, antes de la histórica
manifestación del 11 de septiembre, asumiendo los planteamientos que un
destacado grupo de pacifistas hizo, de que las acciones y movilizaciones
que promoverá para alcanzar el estado catalán propio se regirán
siguiendo los principios y prácticas de la acción no violenta, y es
importante porque nos sitúa en nuestras responsabilidades, nos sitúa en
evitar la violencia en un proceso que sin duda será conflictivo y
porque, como históricamente hemos podido comprobar repetidas veces, es
con la no-violencia con la que ha sido posible alcanzar objetivos, por
más ambiciosos que fueran, asentados en paces duraderas.
Pero si hablamos de amenazas lo primero que es necesario constatar es que hoy Cataluña no tiene ninguna amenaza militar. Las amenazas que podemos tener son amenazas que no tienen pasaporte, que están por encima de las fronteras y que no son de naturaleza militar. Sólo hay que pensar en el cambio climático, el SIDA o el crimen organizado para ver que no es con ejércitos y militares como se prevendrán. Son amenazas a las que hay que responder en ámbitos supranacionales de manera compartida.
En segundo lugar es necesario que miremos en ambas direcciones. Las diferentes estrategias de seguridad elaboradas por los países de nuestro entorno, de la UE y de la OTAN justifican su colosal aparato militar hablando de amenazas como el terrorismo, los estados en descomposición, la delincuencia organizada, la dependencia energética o los efectos del cambio climático, de garantizar los flujos de materias primas y, sin entrar ahora a discutir cómo las abordan, cabe destacar de lo que no hablan ni se responsabilizan. No hablan de la inseguridad que ha generado un proceso de globalización y de consumo, del que somos responsables por la parte que nos toca, no hablan de la desestructuración y los conflictos que este proceso ha creado, del intercambio desigual en el comercio internacional que ha impuesto a los países empobrecidos, de la gran divergencia entre pobres y ricos que ha generado, no hablan de los conflictos por los recursos y la energía que el modo de vida y de consumo que los países del norte y las élites codician.
Los pacifistas tenemos unas convicciones y certezas que nos vienen de la guerra fría. Las enseñanzas extraídas de ese conflicto siguen siendo válidas hoy, son válidas para Cataluña al igual que son válidas para una defensa del Estado español, para una defensa de la Unión Europea, o para la paz internacional.
¿Y cuáles son estas convicciones? La primera es que las armas no dan seguridad. Las armas socavan esa seguridad y socavan uno de los elementos centrales que las viejas concepciones de seguridad pretenden defender, la propia soberanía de los países. Sólo hay que pensar, como ejemplo, en la falta de soberanía real que hoy tiene Grecia provocada por el enorme endeudamiento del país, al que la compra de armas y el mantenimiento de un enorme ejército contribuyeron de manera destacada. La búsqueda de la seguridad por las vías militares ha llevado a una economía de guerra que exige enormes recursos económicos e intelectuales que hipotecan el propio bienestar y la seguridad económica. Los intentos de los estados para preservar sus necesidades de seguridad armándose tienden, pese a no ser ésta su intención, a despertar un sentimiento de inseguridad en los vecinos, que responden armándose para contrarrestarla. Por muy sofisticados que sean los medios militares, éstos no pueden solucionar el agotamiento de los recursos ni restaurar el equilibrio ecológico perdido, pero lo que sí hacen es robar recursos necesarios para protegernos, por ejemplo, de la degradación del medio ambiente, que tiene muchas más posibilidades de poner en peligro la seguridad nacional.
Hoy sufrimos una tremenda militarización. Pensábamos que con el final de la guerra fría se acabaría la militarización, que existiría un dividendo de la paz, es decir, que el ahorro en los recursos empleados en la militarización se podrían utilizar para acabar con la pobreza y las diferencias cada día mayores entre ricos y pobres, el grave deterioro ambiental, el desempleo y la inseguridad en cuanto a medios de subsistenciqa… Pero no fue así, a mediados de los años 90 Estados Unidos y los países occidentales retomaron un rearme que nos ha llevado a las guerras actuales. La militarización ha reavivado el complejo militar-industrial, del que ya alertó el presidente Eisenhower en su famoso discurso de despedida, responsable en buena parte de las dinámicas militaristas y de guerra que estamos sufriendo.
En segundo lugar, la auténtica seguridad no puede proporcionarse en un ámbito puramente nacional, se debe abordar en ámbitos supranacionales. Las amenazas de hoy no tienen fronteras. Pero ello no justifica las alianzas militares supranacionales de las que España forma parte. Debemos ser conscientes de que las políticas militaristas y de control político dominan la OTAN y del papel de una Unión Europea seguidista y plenamente subordinada a la Alianza atlántica. La OTAN acapara hoy el 66% del gasto militar mundial, la Europa de los 27 cuenta con casi tantos soldados como la República Popular China, a pesar de tener tres veces menos población. Y esto nos lleva a la tercera convicción, la manera tradicional de abordar la seguridad ha sido totalmente inadecuada y no ha buscado alcanzar la seguridad de la ciudadanía, sino mantener la posición dominante, sustentada en un desmesurado aparato militar, del bloque occidental en un mundo cada vez más divergente.
Esto nos debe permitir ver que es necesario otro enfoque, un enfoque que centre la seguridad en las personas y las comunidades. La gobernanza democrática y una sociedad civil llena de vida pueden resultar más importantes para la seguridad que un ejército.
Es necesario un cambio radical del paradigma de seguridad y pasar del paradigma de control hoy dominante a un paradigma de seguridad real de las personas. Frente a la competencia por los recursos el paradigma de control busca el acceso a la energía, las materias primas y sus flujos de suministro, al tiempo que no renuncia, a pesar de desastres como el de Fukushima, a energías como la nuclear, asociada al control y a la militarización. El cambio climático es una amenaza real que puede tener graves consecuencias sociales y económicas pero, mientras continuamente se boicotean las medidas para prevenirlo, las cúpulas militares diseñan planes de contención y control social, como los que se pusieron en práctica en 2005 en los desastres causados por el huracán Katrina en Nueva Orleans. El paradigma de seguridad real debe buscar la reducción del consumo y el desarrollo y descentralización de las energías renovables para hacer frente a la competencia por los recursos y el cambio climático.
La globalización no ha tenido un efecto uniformizador de los países y de las economías, ha tenido unos terribles efectos desestructuradores, generando nuevas desigualdades, concentrando la riqueza en un reducido número de estados y de élites de los distintos países. Este proceso se ha visto agravado por la opresión y la exclusión política. La marginalización que la globalización económica ha provocado está en la base de la presión ambiental, los conflictos bélicos, el terrorismo y la inestabilidad política. Frente a esto el paradigma de control ha respondido con más militarización, con polémicas intervenciones militares en países lejanos fuera de la legalidad internacional, y con la llamada «guerra contra el terror» y el deterioro de las libertades civiles. Si buscamos la seguridad real habrá que hacer frente a la pobreza global, la exclusión política y la injusticia, actuar decididamente para aumentar la cohesión de un mundo dividido, buscar el diálogo político y soluciones para las legítimas aspiraciones de los grupos marginados.
Cataluña, España y el mundo, tenemos que ir a otro modelo de seguridad, porque no se puede sostener el actual, porque con la militarización no vamos a ninguna parte. Un modelo en el que el centro del cual estén las personas y no los estados. Hay que abordar una auténtica política de seguridad humana para que las personas y los pueblos podamos vivir libres de temor y de necesidad, porque las auténticas amenazas que tenemos son económicas: no tener recursos para vivir, el paro, las reducciones salariales; alimentarias: no tener recursos para comer, la pérdida de soberanía alimentaria, la dependencia de las importaciones; sanitarias: la propagación de epidemias, el deterioro de los sistemas sanitarios; personales: la violencia física, la represión política, el maltrato de mujeres y niñas, la discriminación étnica; comunitarias: el deterioro del tejido cívico, los conflictos étnicos o religiosos; medioambientales: el deterioro de los ecosistemas locales y mundiales, agotamiento de los recursos, contaminación atmosférica; políticas: el respeto a los derechos humanos, las garantías democráticas. Y para esto no necesitamos ejércitos sino una sociedad democrática, rica y plena.