Sin sorpresas en Libia
(Artículo publicado en La Directa)
La primavera pasada resurgía un debate, tan arcaico como ineludible, sobre la necesidad de la intervención militar de la OTAN en Libia. Curiosamente, las masas de gente que ocho años atrás llenaron las calles de las principales ciudades europeas por el «No a la guerra» de Irak, en aquel momento quedaban silenciosas.
Seguramente el clima revolucionario que por aquellos días había invadido el Norte de África y que de alguna manera se esparcía por Europa había entusiasmado a las sociedades occidentales, hasta tal punto que era incuestionable la teoría que aseguraba que Gadafi era un dictador indeseable que tenía sometido a su pueblo. Así la responsabilidad de las potencias occidentales era la de ayudar a los libios a liberarse y a instaurar, por fin, una democracia «real», a través de una intervención militar.
Ahora, cuando el nombre de Libia sólo aparece en los medios de comunicación de masas para especular sobre el paradero del despótico dictador Gadafi, quizás es hora de echar la vista atrás e intentar analizar qué es lo que realmente ha traído de bueno esta intervención.
De momento no disponemos de datos exactos para cuantificar las consecuencias de la intervención, y seguramente nunca tendremos. No importa, estamos tan acostumbrados a contabilizar las víctimas por miles cuando hablamos de conflictos armados, que nuestras mentes han perdido la capacidad de entender lo que significa, propiamente, una vida humana. Haya los muertos que haya, lo que sí sabemos es que los niños o niñas libios (que con el dictador Gadafi tenían asegurada la escolarización) ahora tienen las escuelas totalmente derruidas, y que aquellos que corrían hace unos días por los pasillos del Elíseo de París tal vez no contemplan su reconstrucción como prioritaria, lo que dejará sin una escuela en condiciones a muchos niños y niñas durante un largo tiempo. También podemos dar por seguro que la destrucción de los hospitales y centros de salud afectados por los bombardeos, no podrán dar el servicio que daban hace sólo unos meses, cuando todo el mundo tenía acceso. Y eso por no hablar de los beneficios del petróleo local, que hasta ahora beneficiaban principalmente la economía libia, y que ahora servirá para pagar los favores rendidos por los aliados de la OTAN. Pero tampoco hay que extenderse en ello: la destrucción de infraestructuras, los muertos, las epidemias, los conflictos sociales, el empobrecimiento de la población… son las consecuencias típicas de cualquier guerra, lo que pesaba en la balanza al lado contrario de las fechorías de Gadafi. Seguramente, son las consecuencias del «mal menor» a que se referían algunos analistas en el famoso debate de la primavera.
Sin embargo, seguimos llamando «intervención humanitaria» a lo que claramente es una ocupación militar. Otra consecuencia del «mal menor». La memoria es un enemigo no declarado del capitalismo imperialista, de otra forma no se podría explicar que la Doctrina del Shock, en virtud de la cual en momentos de crisis los intereses de los poderes económicos se aprovechan para marcar la agenda política, sea infalible en nuestras sociedades y que Irak y Afganistán no nos hayan enseñado nada. Nos queda por ver cuán feliz serála población libia a partir de ahora.