España y el gasto militar
Tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia en febrero de 2022, tanto Estados Unidos como Europa eludiendo sus responsabilidades en esa guerra, en lugar de buscar un alto el fuego y abrir negociaciones con Rusia y parar la guerra, entraron en una histeria colectiva de que Europa debía incrementar su gasto militar en defensa para frenar las ansias imperialistas de Vladimir Putin en territorios europeos.
Eso se tradujo en demandas de acelerar los presupuestos militares de los países miembros de la OTAN, e incluso, superar el 2% del PIB en gasto militar para 2029, ratificado en la cumbre de Madrid de junio de 2022. E inmediatamente, algunos líderes políticos reclamaron llegar al 3% del PIB, como fue el caso del secretario general de la OTAN, el holandés Mark Rutte, que ya ha dicho que un 2% es insuficiente, indicando que es necesario hacer sacrificios en salud y gastos sociales pues la seguridad militar es más importante. Algo que han ratificado destacados miembros de la UE, como el lituano Andrius Kubilius, nuevo comisario europeo de Defensa y Espacio, o la estonia Kaja Kallas, alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, indicando que se debe alcanzar el 3% del PIB. Donald Tusk, el primer ministro de Polonia, ha ido más lejos, advirtiendo que, ante la amenaza rusa, hay que gastar mucho más en defensa y alcanzar el 5% del PIB.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, se ha puesto manos a la obra para buscar las maneras de financiar el rearme en Europa entre las que al parecer hay dos que generan consenso: la primera, que las inversiones en defensa estén fuera del techo de gasto y que éstas no computen como deuda pública de los Estados; y la segunda, que el Banco Central Europeo emita eurobonos para financiar ese rearme. Es decir, sin escrúpulos, se darán toda clase de facilidades para que los Estados europeos gasten más en defensa militar. Paralelamente, se fija el objetivo de que ese rearme se lleve a cabo apoyando a la industria militar europea en la fabricación de armas -para ello se cuenta con el Banco Industrial Europeo- y que a su vez se reduzcan las compras de armas en EEUU, donde en la actualidad se adquiere el 65% del total de armas que compra Europa.
Además, toda esta dinámica militarista se ha visto acelerada con la llegada de Donald Trump a la presidencia de EEUU, quien exige un aumento de un 5% del PIB en los presupuestos en defensa de sus aliados europeos bajo la amenaza de retirar su ayuda militar a la OTAN.
En esa dinámica también está inmerso el Estado español. En los últimos años, el presupuesto del ministerio de Defensa ha aumentado de manera progresiva: el año 2023 se incrementó en un 23,4% con respecto a 2022 y alcanzó los 14.453,8 M€ que, de acuerdo con el PIB de España de ese año (1,498 billones €) representó el 0,96% del PIB. Pero el Gobierno, con el ánimo de aumentar la aportación al PIB, informó a la OTAN de gastos militares que antes no incluía, como la seguridad social y las pensiones de los militares; la mutua militar; y la participación en organismos militares como la OTAN. Algo que nunca había hecho anteriormente, y con ello el gasto se incrementó hasta los 19.405 M€ y se alcanzó el 1,28% del PIB.
Aunque desde el Centre Delàs incluimos otros gastos militares que se encuentran repartidos entre otros ministerios -pues tienen una función militar-, como los costes de personal paramilitar de la Guardia Civil; los créditos en I+D militar que surgen desde el Ministerio de Industria; las misiones militares en el exterior y algunos créditos extraordinarios que se producen durante el año; y, por último, los intereses de la deuda correspondientes al total del gasto militar. Entonces, sumando todas esas partidas, el presupuesto final en 2023 fue de 28.394 M€ y la aportación al PIB del 1,9%, muy cercano al 2%.
En 2024 el Gobierno, por falta de acuerdos parlamentarios, tuvo que prorrogar sus presupuestos y el asignado al ministerio de Defensa fue el mismo que en 2023. Pero para poder acrecentar el aumento en gasto militar se recurrió, como en años anteriores, a transferencias de crédito, por un lado, para hacer frente a los costes de las misiones en el exterior, y por otro, por el compromiso adquirido de Pedro Sánchez con Volodímir Zelenski de adquirir misiles Patriot por un importe de 1.100 millones en EEUU para enviarlos a Ucrania. Así, esas transferencias de crédito supusieron 2.929,2 millones como indica la liquidación provisional del presupuesto a 30 de noviembre de 2024. Es decir, se incrementó en un 20,3% el presupuesto inicial, y si se le añaden el resto de las partidas que también son de signo militar, en 2024 el presupuesto alcanzó los 28.935 M€ que respecto al PIB (1,534 billones €) representa un 1,82%.
Unos incrementos del gasto militar que en 2025 irán en aumento a pesar de que el presupuesto continue prorrogado pues se continuará con la fórmula de aprobar créditos extraordinarios. Así, el presidente Pedro Sánchez ya ha anunciado que enviará 1.000 millones anuales en ayuda militar a Ucrania hasta 2029. Y como el objetivo es alcanzar en 2029 el 2% del PIB, el presupuesto militar en ese año rondará los 32.000 M€, y si se le añaden los gastos militares en otros ministerios superará la colosal cifra de los 42.000 M€. Ir más allá y especular como ha indicado el Partido Popular con alcanzar el 3% del PIB, o alcanzar porcentajes superiores como ha pedido Donald Trump, al exigir que se gaste el 5% del PIB, parece inverosímil pues las cifras serían desorbitadas.
Hay que considerar que los presupuestos de las administraciones del Estado siempre son de suma cero. Es decir, que los ingresos y los gastos han de cuadrar si no se desea caer en un excesivo endeudamiento y déficit. Entonces, si hay un aumento excesivo en el presupuesto del ministerio de Defensa, se deberán recortar los créditos de otros, que probablemente recaerán sobre los ministerios que afectan al bienestar de la población en los ámbitos de educación, salud y servicios sociales en general.
En definitiva, España y Europa han entrado en una deriva militarista arrastrados por unas políticas belicistas dirigidas por el gobierno de EEUU desde la OTAN y seguidas por sus socios europeos que conducen a Europa hacia un posible cataclismo, pues el armamentismo, el belicismo y el militarismo son el preludio de nuevas guerras. Estas políticas van en contra del sentido común. En su lugar, se deberían volver a plantear políticas de desarme, buscando un mínimo común militar entre Estados que impida una escalada bélica y propicie una Europa unida y de seguridad compartida que incluya a Rusia.
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