Aumentar el compromiso con Afganistán retirando las tropas
El reciente y lamentable ataque que ha ocasionado dos muertos y cuatro heridos españoles merece abordar tres cuestiones con el ánimo de aportar claridad sobre nuestra contribución en Afganistán. En primer lugar es necesario insistir en que ISAF (Fuerza Internacional de Asistencia a Afganistán) no es una operación de Naciones Unidas, como defiende el gobierno. No existe en Afganistán un solo casco azul. Aunque autorizada por la ONU, ISAF es una intervención de la OTAN, está dirigida por la OTAN y responde a los intereses y maneras de actuar de la OTAN. Además, si quien controla y dirige la fuerza en Afganistán, EE.UU., no diferencia actuaciones ni operaciones militares, englobadas en su conjunto en la denominada «Guerra contra el Terror» (cuyo segundo pilar es la intervención en Irak), que en España pretendamos establecer límites, aun suponiendo buenas intenciones, resulta ingenuo. La segunda pregunta apunta a si es razonable atribuir a los taliban todos y cada uno de los ataques a las tropas internacionales. En Afganistán operan más de ochocientos grupos armados diferenciados, muchos de ellos vinculados a los taliban, pero muchos otros no relacionados e incluso contrarios a sus prácticas. Una parte de ellos se ha constituido como respuesta a la condenable estrategia militar occidental de ataques indiscriminados núcleos habitados (los «daños colaterales» duplican las muertes del 11-S). Incluso los grupos taliban son «contratados» por sus bases de apoyo para que les defiendan de agresiones externas, tanto afganas como occidentales. Entonces, cabe preguntarse sobre las presuntas buenas intenciones en lo que concierne a la reconstrucción de Afganistán y la mejora de las condiciones de vida de su población. El PIB afgano es cinco veces inferior al gasto militar anual de EEUU en Afganistán. 92 de cada 100 euros de la contribución mundial oficial hasta 2006 son militares, y la relación parece mantenerse en la actualidad. La proporción coincide en el caso de España, que no ha dedicado nada a programas de desarme, desmovilización y reintegración de combatientes y sólo ha proporcionado el 0,68% de los fondos totales para desminado. Peor es el panorama en las crisis humanitarias: España no ha aportado un solo euro a las tres llamadas urgentes de 2008 en Afganistán, destinadas, entre otros aspectos, a paliar los efectos de la permanente sequía y la subida del precio de los alimentos. Los indicadores sociales básicos en Afganistán no han mejorado, y la población sigue muriendo de las mismas cuestiones evitables que antes. Afganistán sólo es una prioridad en cuestiones militares, y la ocupación no responde a las necesidades de su población sino a los intereses de Estados Unidos y sus aliados. España debería retirar sus tropas de Afganistán, pero no olvidarse de este país. Sería deseable que invirtiera sus prioridades e invitara a otros a emularla. En primer lugar, es necesario acabar con los bombardeos de pueblos y la obsesión antiterrorista. Segundo, debe fomentarse el diálogo con todos los grupos armados (sin un mediador interesado), priorizando sus bases civiles, las numerosas estructuras sociales hasta ahora ninguneadas y las medidas diplomáticas con los países vecinos (para evitar nuevos apoyos a las facciones). Tercero, mostrar una implicación sincera y comprometida y promover la satisfacción de las necesidades básicas de la población. Existen muchas maneras no militares de contribuir a un Afganistán mucho más seguro