Humanitarismos que matan
Los ejércitos han encontrado en la implementación de tareas
humanitarias una nueva fuente de legitimación de su política exterior en
contextos de conflicto armado. Antes, se encargaban de proporcionar un
entorno seguro para que las organizaciones humanitarias pudieran prestar
asistencia a las víctimas de la violencia. Ahora, los soldados prestan
asistencia médica, y construyen escuelas y centros de salud.
Centre Delàs. Materiales de Trabajo núm. 28 (marzo de 2006)
La gestión de asuntos humanitarios por parte de los ejércitos tuvo un
antes y un después del conflicto armado de Kosovo, en 1999. Desde
entonces, la acción humanitaria ha tenido un protagonismo creciente y
acapara hoy gran parte de la política exterior española, tanto en
situaciones de conflicto como de desastre. De acuerdo con un informe del
Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria, en 2004 el
Ministerio de Defensa ejecutó el 44% de los fondos oficiales destinados
por el gobierno español para acción humanitaria. Aparentemente, se
trata de funciones muy loables por parte del ejército. Sin embargo, en
algunos contextos estas prácticas conllevan implícitas una serie de
peligros significativos, tanto para la acción humanitaria tradicional
como, sobre todo, para la población a la que se pretende socorrer.
De acuerdo con el Derecho Internacional Humanitario, la asistencia
humanitaria debe estar sujeta a los principios de imparcialidad e
independencia. Además, las organizaciones humanitarias también han
recogido la neutralidad como uno de sus principios operativos. El
cumplimiento de estos principios ha posibilitado que durante décadas,
instituciones y organizaciones humanitarias hayan sido concebidas por
las facciones beligerantes como grupos neutrales con el único propósito
de atender a las poblaciones afectadas por la violencia, disfrutando así
de la capacidad de negociación entre las partes para poder brindar
asistencia humanitaria, incluso en zonas remotas. Por otro lado,
distanciarse de cualquier vinculación con las partes en conflicto armado
ha supuesto la mayor garantía de seguridad tanto para los grupos
humanitarios como para la población asistida por ellos. Sin embargo, y
por definición, la asistencia prestada por los ejércitos es parcial, ya
que no selecciona a la población objeto de la ayuda a partir de una
evaluación de las necesidades, sino en función de estrategias y
objetivos político-militares (de hecho, sólo han intervenido en
contextos de gran repercusión mediática). No es neutral, porque favorece
a la Parte que apoyan militarmente. Y mucho menos es independiente,
porque los ejércitos son en sí parte de los Estados y dependen
absolutamente de sus directrices políticas.
Como consecuencia,
la instrumentación de la ayuda por parte de los ejércitos representa hoy
una amenaza, tanto para la población local como para los trabajadores
humanitarios. Con la distribución de la ayuda, los ejércitos esperan
ganarse la confianza de la parte de población a la que asisten, restar
legitimidad y apoyo al enemigo y, en ocasiones exigir a la población
civil que tome partido y se posicione a favor suyo, provocando una
pérdida en su condición de víctima para convertirse en actor de guerra
y, en consecuencia objetivo militar del bando contrario. Los campos de
refugiados kosovares de 1999 en Macedonia y Albania, controlados por la
OTAN, una de las partes en conflicto, se convirtieron en blanco de las
hostilidades de los grupos armados que combatían a la alianza atlántica.
También las condiciones para el personal humanitario han empeorado. Los
ejércitos suelen aprovechar la confusión cada vez mayor entre lo
militar y lo humanitario para reforzarse en esta segunda vertiente.
Utilizan todo tipo de estrategias, como los mismos vehículos
todo-terreno blancos que emplean las ONG y la ONU; o visten de civil
(pero conservando el arma). Estas prácticas les facilita la integración
con la población local. Sin embargo, la confusión que generan también
convierte a las ONG en destinatarias de las hostilidades, en objetivo
militar. Se destruyen así años de cooperación y confianza con la
población local. Cuanto más se compartan los espacios de actuación entre
militares y humanitarios, la diferenciación entre ellos será más débil y
mayores las posibilidades de identificación de todo el conjunto como
militar. Y más cuando los militares se refieren a los humanitarios como
“fuerzas multiplicadoras y parte esencial del equipo de combate de
EE.UU.”, en palabras del entonces Secretario de Estado estadounidense
Colin Powell.
Es necesaria una revisión del papel de los
ejércitos en las mal llamadas operaciones de paz, bajo parámetros de
respeto y responsabilidad. Respeto hacia la acción humanitaria real
centrada en las personas (no en los intereses políticos).
Responsabilidad, frente a unas prácticas que representan una amenaza
para personas que no pretenden vinculación alguna con las dinámicas de
la guerra.