Consecuencias del 11-9
(Artícle no disponible en català). Los primeros beneficiarios del ataque terrorista perpetrado el 11 de septiembre contra Estados Unidos, han sido las industrias de seguridad y las militares que han visto aumentar de manera vertiginosa sus ventas. Pere Ortega (noviembre 2001). Materiales de Trabajo, núm. 19.
EE.UU. ha ido construyendo en los últimos 50 años un enorme
aparato militar hasta convertirse en la primera potencia mundial. Las
terribles consecuencias de ese armamentismo desmesurado han conducido a
una continua carrera de armamentos, sólo paliada brevemente tras el
final de la guerra fría, y que produce un efecto de arrastre en todas
las economías del mundo, obligando a un enorme gasto militar que es una
de las causas de la pobreza y desigualdades del planeta. Pues bien, toda
esa parafernalia militar no le ha servido a EE.UU. para impedir un
ataque terrorista en su propio territorio. Tras lo ocurrido el 11-9,
EE.UU. debería replantearse esa locura armamentista, empezando por el
escudo antimisiles (NMD), que no parece pueda evitar ataques suicidas.
Las primeras palabras del presidente Bush tras el atentado no van en ese
sentido y no evidencian enmienda alguna. Ha anunciado aumentar, aún más
si cabe, el gasto militar y reforzar la seguridad militar y policial
interior y exterior. Lanzándose a una escalada militar de largo alcance
contra terroristas y los estados que los albergan. Lo cual puede
conducir a una explosión en todo el mundo arabe-musulmán y a una espiral
de violencia de impredecibles consecuencias.
Respecto a los
despropósitos que EE.UU. ha cometido en los últimos tiempos en relación
con aspectos militares, y dejando de lado los relacionados con el medio
ambiente y los derechos humanos desde luego no menos importantes. El
Senado de EE.UU. no ha ratificado los acuerdos START II sobre desarme de
armas nucleares, ni tampoco el de químicas y biológicas, ni el de
suspensión de pruebas de armas nucleares. Por si fuera poco, ha puesto
en marcha el proyecto de escudo antimisiles que nos aboca a una nueva
carrera de armamentos nucleares. Quizás, uno de los desafueros más
sonados de este año, al lado del proyecto NMD, haya sido en la reciente y
primera conferencia sobre armas cortas celebrada en la sede de Naciones
Unidas (7-2001), donde EE.UU. se negó a ratificar la puesta en marcha
de un código deontológico similar al subscrito en la Unión Europea que
regulara el comercio que alimenta la mayoría de guerras y grupos
terroristas, bajo la excusa, que EE.UU. no podía dejar de suministrar
armas a aquellos grupos armados que en el mundo luchan por la libertad.
Este argumento, ha convertido a EE.UU. en el primer fabricante y
exportador de armas del mundo que suministra sin ningún escrúpulo a
cuentos grupos y estados estén dispuestos a luchar por esa supuesta
libertad que ahora se ha vuelto contra ellos. Pues los talibanes de
Afganistán, como el ayer Sadam Hussein de Irak, como el Suharto de
Indonesia, la Unita en Angola, fueron entrenados y proveídos por EE.UU.
Además, EE.UU. se opone a la creación de un Tribunal Penal Internacional
que pueda administrar justicia y juzgar crímenes contra la humanidad
con el que poder perseguir a dictadores y genocidas, y a aquellos
estados que vulneren el derecho internacional.
Pero no solo la
industria de armas esconde un capitalismo inmoral. El millonario saudita
Bin Laden a quien se atribuyen los atentados del 11-9, esconde su
fortuna en paraísos fiscales junto a delincuentes, narcotraficantes,
terroristas y millonarios sin escrúpulos. Bajo el amparo de la banca que
sin ningún tipo de reparo abre en esos paraísos criminales sus
sucursales para captar dinero fraudulento. Y que el gobierno de EE.UU.
ampara, pues hasta la fecha ha impedido que la OCDE intervenga en
regularlos. Capitalismo que, paradojas del destino, ha facilitado que el
propio George W. Bush, entrara en negocios con la familia Bin Laden,
con la que formó una empresa petrolífera, Arbusto Energy, en el año 1978
en Tejas, donde los Bin Laden invirtieron 50.000 $.
El atentado
terrorista del 11 de septiembre lanzado contra EE.UU. fue un acto de
barbarie perpetrado con el ánimo de desestabilizar y buscar el caos
mundial. Fue obra de enemigos de la democracia que buscaban una
involución política en el mundo. Si EE.UU. reflexionara sobre les causas
que han generado ese odio y buscara soluciones, ayudando a desactivar
los conflictos existentes en el mundo árabe-musulmán, en primer lugar
presionando a Israel a devolver los territorios ocupados y permitiendo
la creación de un estado palestino; y en segundo acabando con el bloqueo
de Irak que produce miles de muertos entre su población. Y a su vez,
ayudara a reconducir la gobernabilidad mundial por caminos más
democráticos que permitan buscar la seguridad reduciendo las
desigualdades de esas dos terceras partes de la humanidad que viven al
borde del colapso y de esos mil millones de pobres que malviven con
menos de un dólar diario y que son los que sufren los efectos de la
política global que ellos dirigen. Entonces, quizás, este siglo XXI
pueda enfrentar su futuro con la esperanza de mejorar. Pero si por el
contrario, se persiste en la misma política, corroborada con el inicio
de los bombardeos sobre Afganistán el 7-10, el futuro se presenta muy
sombrío con nuevos ataques terroristas seguidos de nuevas represalias
militares. Una espiral de violencia que sólo proporcionará mayor dolor y
sufrimiento a la humanidad.
Mientras tanto, los atentados del
11-9 y los bombardeos del 7-10, ya han proporcionado beneficios a las
industrias ligadas al sector militar y de seguridad, que han visto
crecer las cifras de sus negocios. Son estas empresas las que en la
bolsa de Wall Street han experimentado un aumento considerable. Tal es
el caso de Boeing, la primera industria de aeronáutica de USA y mundial,
la cual dedica una cuarta parte de su actividad a fabricar aviones
militares, y es la principal beneficiaría del escudo antimisiles,
fabricante de los cazas F-18, o del presidencial Air Force one; también
General Dynamics, fabricante de misiles, submarinos, carros de combate,
destructores, artillería; Noneywell de avionica, radares, simuladores
de vuelo; Raytheon, óptica de combate y misiles como el Stinger, el
mismo que vendieron a los talibanes de Afganistán; Lookheed Martin,
misiles y antimisiles, aviones de transporte, cazas; Northrop Grumman,
bombarderos B-2, radares, misiles, cruceros y destructores. Todas estas
empresas han visto incrementado su valor en Bolsa por las expectativas
abiertas con una nueva y larga guerra.
Pero al lado de las
clásicas industrias militares, las empresas que también han visto
incrementar su cartera de demandas, han sido las de seguridad personal.
Así las industria de seguridad en comunicaciones, control de satélites y
blindajes como L-3 Communications. La American Society for Industrial
Security y que tiene a 32.000 guardias jurados a sus ordenes ha visto
reforzada su situación. Igualmente que Veritel, una firma de Chicago
dedicada a tecnología de reconocimiento de voz por telefonía ha visto
relanzado su negocio. Webex y Proximity Video Conferencing, dos empresas
de servicios de telecomunicaciones que han visto incrementar sus
demandas así como su valor bursátil.
La guerra comenzada contra
ese difuso enemigo que es el «terrorismo internacional» y que de momento
se ha concretado en bombardeos contra Afganistán, será un excelente
banco de pruebas para nuevas armas. Esta nueva guerra, calificada de
«asimétrica» por los especialistas, puesto que no será librada en
términos convencionales, pues no se sabe quienes son los enemigos, ni
donde están y por lo tanto contra quien se debe disparar. Precisará de
nuevas armas de alta tecnología, pues como en la Guerra del Golfo o en
los bombardeos de Yugoslavia, para no arriesgar la vida de soldados
propios. Son armas manipuladas a distancia, como aviones Lockheed NP-3
sin pilotos con sensores capaces de recibir y transmitir datos. Aviones
sin piloto Predator de rastreo. O el Global Hawk capaz de volar a 20.000
metros y poco vulnerable, capaz de retransmitir informaciones
rastreando electrónicamente escondrijos recónditos bajo tierra. Además
de sofisticados equipamientos de alta tecnología para soldados, como
cascos con vídeo cámaras, lásers para visión nocturna, conexiones vía
satélite, que convertirán los soldados en robots o ordenadores andantes.
Todo ello destinado a impedir la pérdida de vidas humanas entre los
atacantes, pero que no evitará los inmorales daños colaterales entre la
población civil atacada.