De Hiroshima a Chernobil: la maldición del uranio

De Hiroshima a Chernobil: la maldición del uranio

En los último años han aparecido nuevas generaciones de armas que bajo la etiqueta de «convencionales» incorporan potencialidad para el exterminio, no sólo nuclear sino también químico y biológico, bajo una supuesta apariencia de mayor control que permitiría minimizar sus efectos.
Jordi Foix, Materiales de Trabajo, núm.29 (julio 2006)

Originado en Hiroshima y Nagasaki para referirse a las victimas supervivientes de las bombas nucleares lanzadas por el ejército norteamericano, el término «Hibakusha» es hoy aplicable a muchos lugares y situaciones de la guerra actual, como es el caso de muchas poblaciones afectadas por la guerra de los Balcanes, de Afganistán o Irak, también podemos decir lo mismo de las víctimas de Chernobil.
Literalmente, en japonés «hibakusha» significa «victima de la radiación». En una entrevista realizada a la directora de cine japonesa Hitomi Kamanaka, realizadora del film Hibakusha: en el fin del mundo, en el que relata la lucha de las víctimas de la radiación nuclear, no sólo en Japón. Al ser preguntada por el origen de su película, responde lo siguiente: “Yo misma no tenía idea de que había otras víctimas en Irak hasta que visité este país en 1998 y conocí a niños iraquíes que estaban muriendo de leucemia y otros tipos de cáncer, porque no tenían medicinas.
Volví a Japón y un médico japonés que aparece en el film, Shuntaro Hida, me explicó que los pequeños eran víctimas de lo que se llama ‘exposición de baja intensidad a la radiación’».
Los niños habían sido expuestos al efecto de las armas con uranio empobrecido que las fuerzas estadounidenses usaron en su campaña contra Irak.
Por otra parte, el uranio empobrecido no distingue entre los bandos contendientes. El uranio empobrecido es volátil, todavía no forma parte de las armas «inteligentes», afecta tanto a agredidos como agresores, o mejor dicho, aquellos que, como carne de cañón, son usados como arma humana y desechados por los verdaderos agresores cuando ya no son útiles o cuando toman conciencia de su función.
Si bien no se pudo demostrar en ningún momento que hubiera o no armas de destrucción masiva en Irak en los prolegómenos de la segunda guerra del Golfo, lo que sí podemos afirmar es que actualmente las hay. Se trata de las armas recubiertas de uranio empobrecido cuyas consecuencias devastadoras, inmediatas y a largo plazo, empiezan a ser muy conocidas aunque poco publicitadas en los grandes medios de comunicación.
En una entrevista realizada a Jimmy Massey, ex-marine del ejercito de EEUU y autor del libro Cowboys del infierno (Editorial Apóstrofe), miembro de una asociación de veteranos de guerra, al ser preguntado si está en deuda con los iraquíes, responde lo siguiente: «Sufro de estrés postraumático, pero en Irak hay generaciones de niños que sufrirán esto de por vida. Padezco una enfermedad degenerativa en la espina dorsal debido al uso de uranio empobrecido en las municiones. Y no sé cuántos civiles iraquíes deben estar sufriendo esta enfermedad.» (El Periódico de Catalunya, 12/6/2006).

El uso de la basura nuclear civil
En el artículo publicado en el número anterior (La inacabable proliferación nuclear), comentábamos la indisoluble unidad entre lo nuclear civil y militar. Las llamadas «bombas sucias» son el ejemplo más concreto hoy en día.
El uranio empobrecido es un metal pesado, un subproducto radiactivo del proceso de enriquecimiento del uranio natural para la fabricación de combustible destinado a los reactores de las centrales nucleares y para la construcción de bombas atómicas. El Uranio empobrecido se utiliza para recubrir con material radiactivo, armas antitanque, mísiles y proyectiles convencionales dotándoles de mayor capacidad destructiva. De esta manera, cuando explosionan, además de la destrucción inmediata lo hacen provocando una nube radiactiva que afecta todo el entorno vivo donde se ha producido el impacto. Las partículas radiactivas que se desprenden una vez inhaladas o absorbidas por el cuerpo pueden desarrollar daños a largo plazo: malformaciones congénitas, leucemia y otros tipos de cáncer, tanto en la persona que ha recibido los efectos de la radiación como en sus hijos.
Las armas recubiertas con uranio empobrecido se utilizaron por primera vez en 1991 en la primera Guerra del Golfo por parte de los ejércitos de Estados Unidos y Gran Bretaña. Desde entonces han sido utilizadas por el ejército de EEUU y de la OTAN en la guerra de los Balcanes, en Afganistán, y posteriormente, otra vez en Irak. Es decir, que desde 1991 podemos afirmar que, bajo la ignorancia de las opiniones públicas, existe una guerra nuclear que podríamos llamar de «baja intensidad» de consecuencias insospechables a largo plazo. Puede sonar exagerado, pero evidentemente no lo es para las víctimas, cientos de miles, de estas armas.
Observamos últimamente en la prensa oficial, a través de noticias de prensa aparentemente objetivas o a través de artículos de opinión de técnicos supuestamente independientes, una ofensiva de lavado de cara de la cuestión nuclear. El uso de la tecnología nuclear para la producción de energía aparece como el «mal menor» necesario, y su crítica, un ejemplo más del carácter supuestamente paranoico de pacifistas y ecologistas y demás alarmistas. Mientras, miles de toneladas de uranio empobrecido se van acumulando y recibiendo otros usos, aun más perversos que el hecho de ser enterrados.
Los intentos de generar un consenso mediático entorno a la cuestión nuclear no están separados de la actual lucha por el poder de los centros energéticos planetarios y el control sobre la producción. Por lo que respecta a la cuestión militar, el modelo de disuasión – la amenaza de la destrucción total mutua asegurada – propio de la era bipolar, aparece obsoleto y surge una nueva necesidad: contra el terrorismo global y los «estados canallas». Esta nueva política militar exige nuevos tipos de armas y del consenso mediático de la poblaciones del Norte en torno a su uso. Es así que hemos visto aparecer en los últimos años nuevas generaciones de armas que bajo la etiqueta de «convencionales» incorporan potencialidad para el exterminio, no sólo nuclear sino también químico y biológico, bajo una supuesta apariencia de mayor control que permitiría minimizar sus efectos.

Un genocidio oculto y a cámara lenta
El llamado «síndrome de los Balcanes» así como el «síndrome de la guerra del Golfo» son denominaciones de las consecuencias en los ejércitos contendientes en esta guerra nuclear y química escondida, «de nuevo tipo», que se está produciendo desde hace años. En el caso de las poblaciones civiles afectadas no va más allá, cuando se reconoce, de ser «efectos colaterales no deseados» o simplemente se ignora su existencia. Sin embargo, según fuentes de investigadores independientes se constata que la exposición al uranio empobrecido es causante de los problemas médicos crónicos denunciados por más de 250.000 veteranos, es decir, un tercio de las fuerzas armadas que participaron en el conflicto. Igualmente asociaciones de veteranos de diferentes países de la OTAN que participaron en la guerra de los Balcanes – Bosnia, Serbia, Kosovo – han denunciado problemas médicos causados por los efectos de la radiación con uranio empobrecido, algunos de ellos actualmente muertos a causa de la leucemia y de enfermedades tumorales linfáticas.
En el llamado síndrome de la guerra del Golfo se considera que además de la exposición a los efectos del uranio empobrecido se encuentra el contacto con el gas nervioso sarín. Otra muestra de la permanencia del síndrome es el aumento del desarrollo de malformaciones congénitas y cáncer, tanto en hijos de la población civil como de veteranos de la guerra tanto en Irak como en la antigua Yugoslavia.
Siguiendo con las consideraciones anteriores respecto a cómo es tratado este tema por parte de los medios de comunicación, a veces aparece relacionado con el terrorismo global. Y, en cambio los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra niegan la confirmación sobre la veracidad de los efectos del uranio empobrecido, aunque reconocen el uso continuado del mismo. Una prueba de esta doble moral y cinismo de los gobiernos, puede realizarla quien lea este artículo acercándose por Internet a http://www.ndhan.gov/data/translation/Dirty%20Bombs-Spanish.pdf. En esta dirección, que pertenece al Ministerio de Salud de Dakota del Norte, en Estados Unidos, aparece en pdf un documento titulado Bombas sucias. Preguntas frecuentes. En dicho documento aparecen explicaciones destinadas a la población, sobre el posible uso del uranio empobrecido por parte de grupos terroristas y qué hacer en caso de ser expuesto a dicha radiación.
Por otra parte, un informe realizado en el 2002 por la Real Academia de Ciencias en el Reino Unido, recomienda que «los soldados que han estado expuestos a esta sustancia realicen pruebas para verificar la presencia de uranio empobrecido en sus riñones y en la orina».
En una entrevista realizada al periodista y fotógrafo japonés Takashi Morizumi (BBCMundo.com, 21/10/2003), ante la relativización de los efectos sobre la salud y el medio del uso en armas convencionales de uranio enriquecido, contesta lo siguiente:
¿Cuál sería mi rol como periodista si ignorara la voz de los especialistas iraquíes y doctores que creen que el uso de armas con uranio empobrecido es la causa?
Tengo que admitir que la mayoría de los cuestionamientos vienen de los medios occidentales que muestran simpatías con el gobierno estadounidense y señalan que la información que proviene de Irak es propaganda de Saddam. Eso es simplemente negar la realidad que aparece frente a tus ojos.
Uno de los fundamentos para señalar al uso de uranio empobrecido como la causa de este problema es la frecuencia de los casos de cáncer y malformaciones en Irak, Kosovo y Bosnia. Son todos lugares donde se utilizaron armas de uranio empobrecido.

Para encontrar más información sobre el tema, utilizad el buscador de http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/science/



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