Ganar la Paz en Colombia
Artículo publicado en Directa
El 8 de octubre se inician los diálogos de paz entre el gobierno colombiano y las FARC. El ELN, el otro grupo guerrillero, mostró públicamente su disposición de converger también en un proceso de negociación. Estos hechos abren la esperanza de que Colombia pueda encontrar el camino de la paz que tanto necesita.
Hay que hacer callar las armas, pero también habrá que abordar las causas de fondo, porque es de ellas que ha derivado la violencia que masacra Colombia: La violación sistemática de los Derechos Humanos, la impunidad insultante de los victimarios, la estigmatización de la protesta social, la falta de mecanismos efectivos de participación de la sociedad civil o la exclusión y la falta de garantías políticas que han tenido las oposiciones.
Con la paz todos ganan y sin paz todos perdemos, pero para caminar la paz se necesitarán renuncias. Habrá renunciar a los hechos que están en la base del conflicto y la violencia que azota Colombia desde hace más de 50 años: la inequidad social, la falta de justicia social y la usurpación y concentración de tierras.
Hay que apartar la guerra para que deje de ser el justificante de la violencia y de la violación sistemática de los derechos humanos y de la protesta social.
Pero uno de los obstáculos para llegar a una paz verdadera es la distancia tan grande, demasiado grande, en Colombia entre lo formal y la realidad, entre la ley y la justicia real, tal como acertadamente ha expresado la Taula Catalana per la Pau i els Drets Humans a Colòmbia en las jornadas que acaban de realizar en el Parlamento de Cataluña tituladas «Paz en Colombia: un país formal y otro real». De nada sirve, por poner un ejemplo tener abolida la pena de muerte, si sólo en la primera mitad de este año han sido asesinados 29 líderes sociales defensores y defensoras de derechos humanos, y los victimarios quedan, como es desgraciadamente habitual, en la más completa impunidad y todo ello a pesar de disponer de las fuerzas policiales y militares más grandes de América latina, sólo superadas, y por poco, de Brasil.
Colombia, a lo largo del conflicto, se ha presentado como un Estado de Derecho, como un estado que hace esfuerzos para cumplir los estándares internacionales, pero la violación de los derechos humanos, la injusticia, la impunidad siguen persistiendo, mostrando la distancia abismal entre la ley y la realidad. Pero como dice Federico Mayor Zaragoza «cuando se habla de» Estado de Derecho «, lo que la democracia requiere es un» Estado de Justicia «, es decir, un Estado en el apliquen eficientemente leyes justas.»
Las leyes sin financiación y recursos adecuados, sin políticas públicas eficaces que garantizan derechos se vuelven caparazones vacíos, en excusas, en legitimación del expolio, en la re-victimización de las víctimas. No sólo debe haber leyes justas sino que también necesitan de una voluntad política firme de aplicarlas.
La paz necesita un cambio de paradigma. Es necesario el fin inmediato de la confrontación armada, y ese es el objetivo de las negociaciones de paz, pero éste no resolverá por sí solo los conflictos sociales, políticos, económicos. Llegar a una transformación real, a un cambio de paradigma, es una tarea colectiva a la que se debe convocar a todos los agentes sociales, políticos y económicos, para poder llegar a un diagnóstico compartido, a un proceso para superarlos y a un horizonte común del que nadie se encuentre excluido.
Pero, a pesar de nuestros deseos, el camino de la paz en Colombia no será fácil.
No es de recibo el silencio del Estado español y de la Unión Europea, únicamente preocupados en empobrecer a los ciudadanos y ciudadanas del sur de Europa. La Unión Europea debe acompañar el proceso, tal como lo hace Noruega.
Desde aquí tenemos que seguir insistiendo para que en Colombia se hagan todos los esfuerzos, los posibles y los imposibles, para alcanzar la paz, una paz con justicia social, la paz positiva.
Debemos seguir vigilando la situación de los derechos humanos y la protección de las personas defensoras de derechos humanos y líderes sociales.
Hay que hacer ver la importancia de las propuestas y la participación de la sociedad civil para alcanzar una paz duradera y sostenible. Las de todos aquellos colectivos que desde hace décadas trabajan día a día para construir una Colombia humana, en paz, con derechos para todos: Colectivos de mujeres, de comunidades negras, indígenas, campesinas, de sindicalistas, de estudiantes, de familiares de víctimas, de líderes de barrios y «veredas». Colectivos estigmatizados, perseguidos y asesinados por exigir justicia.