Guerras: las mujeres y las criaturas primero

Guerras: las mujeres y las criaturas primero

(Article no disponible en català)Parece que la guerra sea inevitable e inevitable sea que los hombres adultos la perpetren y que las mujeres y las criaturas sean sus víctimas. Los medios de comunicación nos presentan los desastres de la guerra y en ellos viven las mujeres y los niños.Elena Grau Biosca. (Maig 2002). Materiales de Trabajo núm. 20


Guerras, mujeres y niños. Tres palabras que aparecen permanentemente asociadas en las imágenes de los conflictos violentos que los medios de comunicación nos ofrecen. Pocas veces se reflexiona con profundidad desde estos medios acerca del germen de la guerra.

Lejos estamos del sentido de aquella expresión de emergencia: «¡Las mujeres y los niños primero!» Una expresión que reflejaba la valoración de por lo menos dos roles sociales vigentes en el mundo patriarcal de hace unos años. El valor del papel de las mujeres y las criaturas como garantes de la supervivencia de la comunidad: ellas por su capacidad de gestación, las segundas por encarnar el futuro inmediato de la generación adulta. También el valor del papel protector de los hombres adultos que así justificaban su poder dentro de la comunidad.

Pero en el pacto patriarcal entre varones la protección es la otra cara de la amenaza que ejercen, de forma reversible, los mismos hombres. Por una parte, los que se erigen en protectores de mujeres y criaturas son, a su vez, amenaza para las mujeres y las criaturas que otros hombres protegen. Todos ellos con el poder de las armas. Y por otra, los varones que protegen a mujeres y niños de la amenaza externa ejercen a su vez violencia sobre sus propios protegidos. La protección y la amenaza son intercambiables porque forman parte de la misma cultura masculina de la violencia. Tal vez por eso finalmente los perfiles -amigo, enemigo- se desdibujan y nos quedamos con la violencia a secas.

Hoy deberíamos decir «las mujeres y las criaturas primeros» en sufrir las consecuencias de la guerra porque desde el bombardeo de Guernika, durante la Guerra Civil española, y luego la Segunda Guerra Mundial, la guerra tiene como objetivo cada vez más manifiesto, no sólo la muerte de los enemigos contendientes en el campo de batalla, sino la destrucción y exterminio de las poblaciones civiles, de las comunidades a las que aquellos hombres pertenecen y en cuyo nombre hacen la guerra.

Paradójicamente, en un mundo en el que se han formulado todo tipo de derechos, en el que se pretende regular como jamás se había hecho la vida de las personas por medio de leyes protectoras; la guerra se ha convertido en el acto de violencia más desnudo y feroz contra cualquier ser humano. Tal vez sea esta también la otra cara de la moneda de una cultura de la violencia que se contiene a ella misma por medio de regulaciones en «tiempo de paz», y se desata de forma atroz cuando quedan en suspenso las instituciones y las normas protectoras.

Sabemos cómo hoy la violencia de la guerra alcanza a las mujeres, a los niños y a las niñas. Son ellas y ellos quienes forman los contingentes de poblaciones desplazadas, quienes huyen, trabajan en la reconstrucción de las viviendas destruidas e idean cómo sobrevivir, quienes dependen de la ayuda humanitaria para la subsistencia, quienes sufren violaciones, son convertidas en esclavas sexuales o en niños soldados. Estos hechos tienen sus significados, son un lenguaje en el escenario de la guerra, mensajes simbólicos de humillación y dominio que se lanzan contra el enemigo.

Sin embargo, junto a la protesta por el sufrimiento de las gentes, junto a la ayuda imprescindible y a los esfuerzos para evitar los horrores de la guerra, tal vez debiéramos empezar a buscar nuevos significados a los comportamientos y a decirlos. Por ejemplo, dar el significado de fracaso que tienen los comportamientos violentos de los perpetradores y el significado de pacificación que tienen los comportamientos de las víctimas.

La violencia es fracaso porque es negación de la palabra, principal vehículo de entendimiento entre las personas, y porque destruye la posibilidad de cualquier desarrollo humano al reducir la experiencia de mujeres y hombres a la desdicha y al odio. Mientras la violencia sea considerada como una salida deseable a un conflicto, o se justifique como inevitable en lugar de ser considerada como algo inconcebible, seguiremos confundiendo el heroísmo con el deseo de muerte y la victoria militar con el fracaso en la gestión de las relaciones humanas.

Mientras tanto, en cualquier escenario, sea de guerra o no, las mujeres y los niños, mucho más que los hombres, siguen rehaciendo diariamente las condiciones que sostienen la vida humana. Más mujeres que hombres cuidan la vida porque saben lo que cuesta que crezca; más mujeres que hombres cuidan la relación porque saben de la dependencia en que crece la vida humana individual y colectiva; más mujeres que hombres no se resignan a perder a sus personas queridas y son quienes abren brechas de denuncia en momentos de represión y más las mujeres que los hombres crean espacios de pacificación al traspasar las líneas divisorias entre enemigos polarizados y compartir su ajenidad a la guerra.

Una lectura de los hechos que diera esos significados estaría ya abriendo nuevos cauces para el afrontamiento de los conflictos que podrían sacarnos de la inmovilidad en que nos sitúa la visión de la violencia como potencia, aunque sea devastadora, y la presentación del sostenimiento de la vida y la relación como actividad débil, persistente pero resignada.

El nuevo significado de la expresión: «Las mujeres y las criaturas primero» debería ser poner en primer lugar de la escala de valor el tesón de la tarea de civilización de las mujeres y convertir en sagrado el valor de la vida y la dignidad de las criaturas humanas, como punto de partida de cualquier propuesta de pacificación.



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