La revolución democrática en Egipto
El golpe de estado militar perpetrado en Egipto no augura un buen futuro para la joven democracia egipcia.
La denominada “primavera árabe”, aún no finalizada, continúa siendo un proceso revolucionario que convulsiona todos los países árabes del Norte de África y Oriente Próximo. Revolucionario, en tenor a las demandas de sus protagonistas, ciudadanos que se movilizan reclamando libertades democráticas, cambios sociales y económicos para liberarse de los regímenes autocráticos que los oprimen. En su origen, estas movilizaciones fueron protagonizadas, en mayor parte por jóvenes, estudiantes y grupos políticos de izquierdas, que se proclamaban laicos, a los que posteriormente, una vez las protestas tomaron consistencia, se añadieron los grupos que integran el islamismo político.
Las revoluciones de Túnez, diciembre de 2010, seguida de inmediato en enero de 2011 en Egipto, tuvieron un denominador común: ambas fueron revoluciones pacíficas y no violentas. Aunque violencia hubo y mucha perpetrada por las fuerzas policiales y grupos paramilitares contra los manifestantes, especialmente en Egipto, donde cientos de personas perdieron su vida por la represión del régimen de Mubarak.
Pero el hecho que quiero resaltar, es que el movimiento ciudadano que tomó la plaza de Tahrir en El Cairo y que acabó con el dictador Mubarak tenía en su origen, ideas innovadoras y revolucionarias, las de la noviolencia (aquí sin separación, pues se trata de un concepto ideológico acuñado por sus seguidores). Así lo confesaron algunos de los jóvenes universitarios protagonistas de la plaza Tahrir. Quienes habían tenido acceso en la universidad de El Cairo a los textos y manuales de Gene Sharp, director del Instituto Albert Einstein (Boston, USA), máximo teórico de la idea gandhiana de la noviolencia (1). Ideas que supieron extender a los concentrados en la plaza que acabaron aceptándolas, consistentes en aplicar los métodos de lucha política noviolenta, la desobediencia y la resistencia pacífica, bajo el argumento que la desproporción en la capacidad del uso de la fuerza de la policía y el ejército era tal, que hacía mucho más eficaz utilizar métodos pacíficos que conseguirían mayor aceptación entre la población. Cosa que así ocurrió.
Los promotores de introducir la metodología de lucha noviolenta en Egipto, conocían el éxito de su aplicación para derrocar a regímenes totalitarios, tanto en Serbia para acabar con Milósevic (1997); como con Kuchma en Ukrania (2004). Así, cuando los militares se negaron a obedecer a Mubarak a desalojar a los manifestantes que pacíficamente, en la plaza de Tahrir, pedían acabar con la dictadura, la revolución noviolenta había triunfado. Pocos días después Mubarak era depuesto y se iniciaba el proceso de transición democrática, se convocaban elecciones y los Hermanos Musulmanes, la fuerza social y política mejor organizada en Egipto ganaba con un 51% de los votos emitidos. Pero entonces, al contrario de lo que aconseja cualquier proceso político que se precie de democrático y en este punto también pone énfasis la teoría de la noviolencia, se inició una legislatura sin dialogo ni consenso con el resto de fuerzas políticas y sociales. Y pronto, las protestas volvieron a la plaza de Tahrir, ahora contra las medidas del gobierno de Morsi. También los estamentos militar y judicial, los partidos políticos, sindicatos y organizaciones civiles se pronunciaban contra la acumulación de poder del presidente Morsi y la creciente islamización del país. Claro que la deriva islamista del gobierno no justifica el golpe militar ni el baño de sangre de la población seguidora de la Hermandad. Pero sirve de lección, pues no se debe gobernar sin consenso y sin escuchar la voz de la calle.
(1) Autor entre otros textos de De la dictadura a la democràcia y La lluita política noviolenta disponibles a www.aeinstein.org
Lea el artículo en Público