Las guerras de la tele
Artícle no disponible en català).Los medios de comunicación representan uno de los principales transmisores de ideologías y opiniones. Su impacto en la construcción de imágenes colectivas y estereotipos determina de manera decisiva nuestra opinión. Este artículo contribuye a desenmascarar la cultura de la violencia que nos llega a traves de los medios adiovisuales.Alejandro Pozo (abril 2004) Quaderns de Solidaritat, núm. 21
Los medios y grupos de comunicación en la construcción de una
cultura de la Paz IntroducciónLos medios de comunicación representan
uno de los principales transmisores de ideologías y opiniones. Su
impacto en la construcción de imágenes colectivas y estereotipos llega
incluso a determinar la opinión que las personas tenemos sobre regiones
del mundo que no conocemos y las percepciones del sistema en el que
vivimos. La influencia de los medios de comunicación en la educación de
las personas es cada vez mayor, y ha experimentado un aumento sin
precedentes en las dos últimas décadas. La educación para la paz, que
persigue deslegitimar la cultura de la violencia, ha encontrado una
limitación importante en estos medios de comunicación: aumento de la
violencia en televisión (películas, tv shows, series, spots,…) y
legitimación de la misma en cualquier medio.
La guerra no se
concibe de la misma forma hoy que hace veinte años. La invasión de EEUU a
Irak a principios de los noventa, marcó el inicio de lo que ha sido
llamado el espectáculo de la guerra. Esto es, asistir a una guerra como
quien mira una película. A partir de entonces, nuestro conocimiento de
la violencia en otros lugares del mundo ha estado condicionado, casi
siempre marcado, por las imágenes mostradas en televisión, las películas
de cine o los textos de prensa.
Se estima que las agencias
de noticias envían a los medios de comunicación una media aproximada de
4000 noticias cada 24 horas, de las que unas 2400 (100 cada hora) son de
carácter internacional. En un periódico, no suelen caber, en el mejor
de los casos, más de 200 noticias. En un informativo de televisión,
apenas 20. Estas estimaciones muestran que únicamente alrededor de un
0,05% de lo que se podría contar es finalmente transmitido. En
televisión, la cifra es del orden del 0,005%.
¿Qué criterios
se escogen para elegir qué debe ser contado y qué no? Desde luego,
estos criterios no son arbitrarios. Citamos algunos: excepcionalidad del
suceso, notoriedad del personaje, interés colectivo de lo ocurrido,
proximidad emocional y temporal que sentirá el lector-televidente-oyente
y efecto agenda (noticia ya contada, contexto de moda). Sin embargo, en
televisión, lo que convierte un suceso en noticia es la existencia de
imágenes. Se podría afirmar que no existe un criterio patrón o regla de
oro para elegir.La selección responderá a las distintas cosmovisiones
que tendrán las personas que escogerán qué contar. Por otro lado, se
encuentra el interés personal o colectivo, económico, político o social,
que tendrá la o las personas que escogen qué contar y cómo hacerlo. En
definitiva, se podría decir que en un sentido puro no existe la
objetividad en la información, ya que siempre influirá la opinión de
estas personas. Para escoger, hay que tener una opinión, y ello
constituye la principal forma de manipulación de los medios de
comunicación: la selección.
Así, el concepto de objetividad
en la información resulta, como mínimo, cuestionable. El propósito de
este trabajo radica en presentar brevemente algunos ejemplos de la
instrumentalización que se ha realizado de los medios de comunicación
para legitimar la violencia y su forma más extrema: la guerra. Por
supuesto, tampoco yo soy objetivo a la hora de contar lo que cuento:
estoy condicionado por valores que me hacen rechazar la violencia en
cualquiera de sus formas. Además, sólo estoy seguro de que uno de los
ejemplos que cuento en el trabajo sea completamente real. Sin embargo,
aunque lo viví personalmente, también yo estaba condicionado por el
contexto en el que me encontraba.
Las guerras de la teleEn la
Guerra del Golfo de principios de los años 90, decíamos, la humanidad
(la parte que tiene acceso a un televisor) presenció una guerra en
directo, como quien visiona una película. Desde entonces, han habido
muchos otros conflictos convertidos en espectáculo. La mayor parte de
los medios de comunicación occidentales han destacado las
características técnicas del sofisticado y altamente destructivo
armamento utilizado en estas guerras; o los detalles estratégicos que
involucraban al lector/televidente en un particular juego de Risk.
Mientras, han estado menos interesados en otros rostros de la guerra,
como el factor humano, en términos de vidas, heridos, mutilados,
traumas, venganzas y odios; u otros factores como la desestructuración
económica, política o social, la destrucción de infraestructuras, el
paro, la aparición de grupos armados y niños soldado, que buscarán en
sus armas su único sustento; o la profunda implantación de la cultura de
la violencia en la zona tras los combates. Por otro lado, el
espectáculo ha estado presentado por una única fuente de información,
que además pertenece a una de las partes en conflicto de estas guerras,
lo que cuestiona la independencia de la información que transmite:
CNN-EEUU.
Irak fue la primera, pero han habido muchas otras
películas: la intervención estadounidense en Somalia, los bombardeos en
Kosovo por parte de la OTAN, las invasiones a Afganistán y, de nuevo,
Irak,… son algunas de las guerras televisadas que Hollywood no ha
tardado en contar, a su manera, en formato cine. La película Black Hawk
Derribado, por ejemplo, pretende mostrar la realidad de la heroica
actuación estadounidense en Mogadiscio, Somalia, para capturar a la
cúpula de poder, representada por Mohamed Farrah Aidid. En la película,
se muestra cómo 18 soldados de EEUU, con nombres y apellidos, fueron
muriendo uno por uno. La percepción que el espectador acabará teniendo
de la población somalí –los flacuchos, según los soldados
estadounidenses–, cuyas vidas no son importantes en la película,
probablemente coincidirá con los estereotipos y patrones que el Gobierno
estadounidense se encargó de establecer en EEUU para legitimar la
invasión. La película estuvo basada en el libro del periodista, también
estadounidense, Mark Bowden, La Batalla de Mogadiscio. En este libro,
Bowden también contaba cosas como por qué existía un ambiente de
hostilidad anti-estadounidense, o cómo la decisión de la intervención
estuvo poco meditada. Pero nada de esto se menciona en la película.
Tampoco se comentó, ni en la película ni en ningún otro espacio durante
los meses que estuvo en boca de todos, que el personaje principal de la
película, John Stebbins (en la película se le ha cambiado el nombre por
John Grimes, interpretado por el actor Ewan McGregor), fue condenado en
julio de 2000, a 30 años de cárcel por la violación de una niña de 12
años. El presupuesto de la película fue de 95 millones de dólares, de
los que sólo se gastaron 3, porque el Pentágono accedió a colaborar
siempre y cuando se respetaran sus condiciones, entre las que se
incluían suprimir las tres menciones anteriores: no podemos presentar a
un héroe como un pederasta. El Pentágono colaboró enviando 8
helicópteros y 100 soldados de élite para el rodaje de tres meses en
Marruecos, y organizó un curso de capacitación para 40 actores. En los
créditos finales, se agradece al Departamento de Defensa y al Ejército
de EEUU su contribución a la película, al tiempo que destaca la
participación de al menos nueve secciones militares distintas de EEUU y
la colaboración de varios militares en la inspección técnica de la obra.
Películas
como Black Hawk Derribado o Pearl Harbour, tal y como fueron
presentadas, no podrían haber sido posible sin la colaboración del
Pentágono. Alquilar un caza F-15, por ejemplo, puede suponer decenas de
miles de euros por hora. Otras películas, como Nacido el 4 de Julio o
Platoon, dirigidas por Oliver Stone, fueron rechazadas por el Pentágono y
tuvieron que disminuir sus expectativas respecto a las partes más
bélicas. La colaboración entre el Pentágono y la CIA y Hollywood no es
secreta ni nueva. El Ejército, al igual que la Armada y las Fuerzas
Aéreas, tiene varios oficiales destacados en Los Ángeles para actuar de
nexo con los productores; y el Pentágono, el FBI, la CIA y la Casa
Blanca tienen oficinas y personal destinado a estos fines. En palabras
de Chase Brandon, agente del servicio de relaciones públicas de la CIA y
encargado de los contactos con Hollywood: «Nosotros protegemos la
libertad y la seguridad de los norteamericanos. Luchamos contra la
proliferación de las armas y el terrorismo. En el cine se nos muestra
como villanos y no como héroes. Es insoportable. Como la CIA es una
organización confidencial, los guionistas imaginan lo que no es y ello
explica la imagen catastrófica que le cine dio de la CIA en los años 70 y
80. George Tenet, el director de la CIA, decidió comunicar a través del
cine. Y hoy, las películas dan una imagen más realista de nosotros».
En
la película La suma de todos los miedos, la cooperación entre EEUU y
Rusia evita un atentado terrorista que hubiera significado la
destrucción del Planeta. Eduardo Febbro cuenta cómo el fiscal general de
EEUU, John Ashcroft, esperó más de una semana para que esta película
«alcanzara la cabeza del ránking de taquilla, antes de anunciar el
arresto de Abduljah al-Mujahir, alias José Padilla, el presunto miembro
de Al-Qaeda que, según la versión oficial, se disponía a cometer un
atentado con bomba de neutrotes, similar al que se narraba en la
película. Curiosamente, cuando Ashcroft anunció el arresto de Padilla,
el responsable estadounidense se encontraba en Moscú».
Aunque
esta forma de colaboración entre Hollywood y los servicios secretos o
el Ejército no es nueva, la de ahora alcanza dimensiones inéditas y
parece una auténtica estrategia de comunicación oficial. Desde el 11 de
septiembre de 2001, una tercera parte de la producción actual de
Hollywood son películas de guerra cuyo guión está basado en el mismo
resorte: el terrorismo.
En ocasiones, las películas-guerra
pueden contener paradojas que pueden resultar incluso cómicas. En Rambo
III, por ejemplo, se presenta a los mujahidín afganos y a los talibán
con una imagen mística. Se dice, sin pudor alguno, que el coronel
Trautman, a quien Rambo-Stallone va a rescatar, fue capturado por los
soviéticos cuando se disponía a entregar misiles Stinger a los afganos
(en la realidad, EEUU entregó varios centenares, y fue en la primera vez
que un grupo ajeno a la OTAN se dotaba de este tipo de armas). Estos
mismos misiles fueron instrumentalizados por el Gobierno de EEUU para
sembrar el miedo y la amenaza entre su población y justificar la
intervención de 2001.
En el conflicto palestino-israelí, los
medios de comunicación también juegan un rol clave. Oriente Próximo
representa una de las regiones del mundo con mayor cobertura mediática. Y
también es una de las guerras de la tele y el cine. Hace tres años,
antes de la II Intifada, el número de atentados suicidas era muy
inferior al actual. El inicio de las inmolaciones supuso un mayor
acercamiento de los medios de comunicación internacionales. Ciertas
organizaciones palestinas afirman que mientras se sucedan atentados que
alimenten el morbo de la población mundial, el conflicto palestino no
caerá en el olvido. Hoy existen cerca de 40 guerras en el mundo, casi
todas olvidadas o no recordadas.
Los atentados del 11 de
septiembre de 2001 en EEUU también fueron objeto de una extensa
cobertura mediática que mostró, durante meses, unos aviones que se
estrellaban una vez tras otra destruyendo y volviendo a destruir
distintos edificios y, oficialmente, 3.044 vidas humanas. La envergadura
de la atrocidad y su fuerte impacto en la sociedad estadounidense son
algunos de los factores que han impedido la explicación de lo sucedido
en formato Hollywood.
Las prácticas terroristas que
caracterizan a algunos movimientos fundamentan su razón de ser en la
publicidad de sus actos. El escritor Umberto Eco afirma incluso que «el
terrorismo es un fenómeno de la época de los medios de comunicación de
masas. Si no hubiera medios masivos no se producirían estos hechos
destinados a ser noticia».
<U>
El poder de la
identidad </U>La prensa, la televisión y el cine también han
ayudado a mantener ciertos patrones y estereotipos y a aumentar la
polarización entre «nosotros» y «ellos», destacando factores étnicos o
religiosos. Justificar la transformación violenta de los conflictos con
estos pretextos es una práctica común que muchas veces distorsiona la
realidad y que corresponden a análisis simplistas de los conflictos
armados. Las guerras se crean básicamente por poder o por territorios
(intereses económicos y/o político-estratégicos). Posteriormente, los
argumentos étnicos, religiosos y nacionalistas son muchas veces
empleados para polarizar a las sociedades, señalando al «otro», al que
hay que exterminar; y para justificar la violencia, simplificar sus
causas y considerarla como «natural», destacando lo poco que podemos
hacer frente a tanta locura desatada.
Cuando presentamos un
conflicto armado bajo motivaciones políticas y económicas, quedan al
descubierto los intereses particulares que determinados grupos tienen al
respecto. El papel de la Opinión Pública internacional resulta
determinante en estos casos. Su denuncia respecto a las violaciones de
derechos humanos o, en su caso, el Derecho Internacional Humanitario y
la condena a las transferencias de armamentos con las que otros cometen
los horrores de la violencia, entre otros aspectos, constituyen el
núcleo de la movilización de la ciudadanía mundial frente a actos de
injusticia. Sin embargo, calificar un conflicto armado como religioso,
desmoviliza a las sociedades.
Se trata, en definitiva, de
identificar al «otro». Si no hay «otro», no existe enemigo. Y, en
ocasiones, se necesita un enemigo para poder llevar a cabo un plan
determinado que, en principio, poco tendrá que ver con la identidad. Se
necesita a un «otro», por ejemplo, para achacarle todos los males que
padece una sociedad determinada. Este mecanismo, conocido como el «chivo
expiatorio», ya fue empleado por Hitler contra los judíos. Ello le
permitió considerar que no había sitio para dos pueblos en un solo
territorio.
Por eso tenemos que inventar, aunque sea
parcialmente, al «otro». Precisamente para conseguir una mayor cohesión e
identidad del «nosotros». ¿Y cómo identificar al otro? A través de los
rasgos identitarios más relevantes para la persona, sea la lengua, la
religión, el color de la piel o el apellido. Y la diferencia entre
«nosotros» y «ellos» deberá dejar bien claro que el Bien queda en
nuestro lado y el Mal y su amenaza en el lado contrario. Las
características de «ellos» y «nosotros» dependerá, como casi todo, de la
educación, que determinará las relaciones entre los grupos en conflicto
y sus espectadores.
Un estudio del Tami Steinmetz Center for
Peace Research, de la Universidad de Tel Aviv, elaboró una encuesta
donde se reflejaron algunas «actitudes de judíos y árabes hacia el
proceso de paz». Algunas de las conclusiones de este estudio son estas:
Árabes | Judíos | |||||
SI | Indif. | NO | SI | Indif. | NO | |
1.¿Es posible una paz árabo-israelí? | 66,4 | 21,5 | 9,4 | 39,3 | 18,4 | 39,4 |
2.¿Estaría justificada una Palestina independiente? | 86,9 | – | 8,5 | 44 | – | 51,4 |
3.¿La mayoría de los árabes eliminaría a los israelíes si pudieran? | 21,8 | 20,9 | 50,4 | 67,8 | 15,7 | 14,7 |
4.¿Apoyaría una retirada militar? | 85,8 | – | 8,4 | 26 | – | 70,4 |
5.¿Apoyaría una separación entre judíos y árabes? | 39,8 | 18,9 | 35,8 | 75,7 | 12,3 | 7,9 |
Según estos resultados, es difícil un acercamiento pacífico entre
palestinos y judíos cuando un 67,8% de estos últimos considera que los
palestinos les eliminarían si pudieran. Todavía resulta más curioso
comprobar que un 21,8% de los propios palestinos están de acuerdo con
esa afirmación. La propaganda que unos y otros dan de otras sociedades
(y de sí mismas) se transforma en cultura de violencia que polariza, más
si cabe, a las partes en conflicto.
En la invasión a Irak de
principios de los años 90, los televisores de todo el Mundo mostraron
las ciudades iraquíes con un cielo oscuro en el que destacaban numerosos
destellos provocados por otros tantos misiles lanzados por el Ejército
de EEUU. Trece años después, también conocimos la guerra en Irak de día.
En noviembre de 2002 (meses antes de los bombardeos) y durante una
semana, el Pentágono alistó y dio formación en centros militares de
EEUU, a 500 periodistas de todo el mundo para que acompañaran a los
marines en su invasión a Irak. Según los formadores, se impartieron
técnicas de supervivencia, consejos antiterroristas y entrenamiento
físico. Según uno de los participantes, el redactor del San Francisco
Chronicle, afirmó que «el entrenamiento de los medios de comunicación va
de supervivencia y propaganda». Quien no realizaba los cursos, no
participaba en la expedición. Y no todos los que los cursaron pudieron
ir.
Un ejemplo: La Guerra del Golfo En 1990, EEUU
tenía problemas para que su Congreso aprobara la intervención que se
convertiría en la «Primera» Guerra del Golfo, cuando EEUU invadió Irak
porque éste había invadido Kuwait. El recuerdo de las víctimas
estadounidenses en Vietnam estaba demasiado presente en la población. Un
día, en horario de máxima audiencia de televisión, apareció en los
canales de EEUU –también en otras partes del mundo–, Nayirá, una kuwaití
que supuestamente trabajaba como voluntaria en un hospital de su país.
Esta joven narró cómo los soldados iraquíes sacaban a los recién nacidos
de las incubadoras y los tiraban al suelo, entre otras atrocidades. Al
cabo de unos días, producto de la sensibilización y de las presiones de
la Opinión Pública, el Congreso de los EEUU dio carta blanca al ejército
de su país para que hiciera lo que tenía que hacer en Irak. Unos meses
más tarde, el mundo conoció, aunque de manera fugaz y parcial, que
aquella enfermera que apareció en televisión nunca había trabajado en un
hospital. Más aún, se conoció que aquella joven era la hija del
embajador de Kuwait en Washington.
Fuentes: POLO, Higinio,
«Mentiras para antes (y después) de una guerra», en
www.geocities.com/mouguias/textos/; «Propaganda y guerra informativa»,
Kalegorría n<SUP>o</SUP>20. También en la página web No a la
Guerra, www.sindominio.net/singuerra/pentagono_desinformacion.html.
Sólo es otro ejemplo En la madrugada del 22 al 23 de julio de 2002, un
caza F-16 del ejército israelí dejó caer una bomba de una tonelada de
peso sobre un barrio residencial de la ciudad palestina de Gaza. El
motivo alegado fue que en uno de los edificios completamente destruidos
se encontraba Sheikh Salah Mustafa Shihadda, uno de los líderes del
movimiento radical palestino Hamas. Dos días más tarde, los medios de
comunicación europeos (no así los árabes) dejaron de comentar el suceso
dando por válida la cifra inicial de víctimas que ofreció la CNN: 16
muertos, incluidos nueve niños. Los edificios bombardeados fueron
bloques de pisos en los que vivían numerosas familias palestinas. La
bomba cayó alrededor de la medianoche, cuando todos estaban en sus
casas. 24 horas más tarde, seguían apareciendo cadáveres de víctimas
inocentes que jamás serían contabilizadas. En las pocas paredes y
pilares que quedaron en pie se exhibían mensajes concluyentes: «Ésta es
la paz de Israel», «Ésta es la arma americana». Los medios de
comunicación occidentales, que no registraron bien las víctimas y que no
mostraron estos mensajes, tampoco informaron de que el bombardeo
sucedió un día después de que todas las organizaciones radicales
palestinas firmaran un acuerdo, por el que se comprometían a dejar de
cometer atentados en el territorio de Israel, a condición de que el
ejército de este último hiciera efectiva una retirada militar de los
Territorios Ocupados. El primer ministro israelí, Ariel Sharon, felicitó
al piloto y se mostró orgulloso por lo sucedido.
*
Testimonio del suceso en POZO, Alejandro, «Crónica de una Palestina
Ocupada», en Papeles de Cuestiones Internacionales, núm. 81, primavera
de 2003, pp.133-141.El poder de la informaciónExisten 3 grandes agencias
de noticias (Agency France Presse (AFP), Associated Press (AP) y
Reuters) que casi-monopolizan –con un 70% del total de noticias
internacionales– la información que reciben los medios de comunicación.
Estas empresas son de capital y gestión de Francia, EEUU y Reino Unido,
casualmente parte implicada en las últimas guerras de la tele.
Lo
mismo sucede con los nueve gigantes globales de comunicación: AOL Time
Warner (CNN), Disney (ABC), Rupert Murdoch’s News Corp., Viatcom (CBS),
Sony, Seagram, AT&T/Liberty, Bertelsman y General Electric (NBC),
con intereses estadounidenses, británicos, japoneses y australianos,
cuyos Gobiernos han mandado tropas a estas guerras de la tele.
Rupert
Murdoch, por citar uno de los ejemplos más sobresalientes, inició su
imperio heredando un diario australiano. Hoy es dueño de 130 diarios en
varios países, incluyendo el Times de Londres, The Sun y The New York
Post. Ha realizado la mayor inversión del mundo en tecnología de
comunicación por satélite y posee una de las mayores redes de televisión
del Planeta. Además, es dueño de los estudios de cine Fox y de la
editorial Harper Collins.
Pero no es un caso aislado. En
Guatemala, el mejicano Ángel González es el dueño de las cuatro
estaciones principales de televisión del país, además de otras 20 en
toda América Latina. En Brasil, el grupo Globo es dueño de la mayor
parte de los medios de comunicación del país. En Méjico, ocurre lo mismo
con Televisa. El Presidente de la República Italiana, Silvio
Berlusconi, es el dueño de las tres redes comerciales de televisión más
importantes en Italia, además de ser también dueño de periódicos,
revistas y compañías de producción y distribución cinematográfica y de
video. En Uruguay, tres familias disponen de toda la televisión privada,
abierta o por cable y en Argentina y en Colombia, el mercado está
controlado por sólo dos grandes grupos de comunicación.
El
ejemplo francés Francia ha sido, desde la Revolución Francesa, una de
las representantes de la libertad y la igualdad en el Mundo. En este
país, es posible encontrar publicaciones sobre casi cualquier tema. Sin
embargo, tampoco Francia escapa de la monopolización de la información.
Por un lado, Dassault es el principal grupo de prensa francés (posee el
diario Le Figaro y numerosos periódicos regionales, el semanario
L’Express, la revista Expansion y catorce publicaciones más). Por el
otro, el grupo Lagardère es el principal editor del país (Larousse,
Hachette, Fayard, Grasset, Stock, Rupert Laffont, Bordas,…), posee
diversos diarios (Nice-matin, La Provence) y domina el sector revistas
(Paris Match, Elle, Tele 7 jours, Pariscope,…)…
Sucede que
los presidentes de estos grupos, Serge Dassault y Jean-Luc Lagardère,
formaron su imperio en torno a una empresa central dedicada a la
actividad militar (aviones de combate, helicópteros, misiles, …). Son,
a través de sus numerosas acciones, dos de los mayores inversores en
armamento de Europa. Y son quienes a través de la prensa y los libros
(la inmensa mayoría de los libros de texto son publicados por el grupo
Lagardère), informan y educan a la sociedad francesa. Son quienes no
podrán oponerse a las guerras, porque ganan dinero con ellas. Como
afirma Ramonet, «algunos de los principales medios de comunicación están
ya en manos de los vendedores de cañones».
Fuentes: RAMONET,
Ignacio, «Medios de comunicación en unas pocas manos», en Le Monde
Diplomatique, Diciembre de 2002. también en
http://www.monde-diplomatique.fr/2002/12/RAMONET/
En 1986, bajo
la dirección del catalán Federico Mayor Zaragoza en la Oficina de las
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), se
propuso la aprobación del llamado «Nuevo Orden Mundial de las
Comunicaciones», en donde se pensó que sería conveniente que los países
del Sur pudieran también contar lo que sucede en el Mundo, especialmente
en sus propios países o sus vecinos, con sus propias palabras y
opiniones. Contrastar puntos de vista y fuentes distintas representa uno
de los principios básicos del periodismo.
Se realizó la
votación para aprobar el proyecto: 172 países votaron a favor, mientras
tres lo hicieron en contra: EEUU, Reino Unido y Singapur. Como el
sistema de decisión es por mayoría, se aprobó el programa. EEUU y Reino
Unido se mostraron molestos con una iniciativa que afectaba al monopolio
de la información que poseían sus empresas, y decidieron abandonar la
UNESCO. Al no formar parte de esta institución, dejaron de aportar las
cuotas a las que estaban obligados, por lo que la UNESCO obtuvo unos
ingresos menores. Habría que reducir gastos y eliminar algunos
programas. Había que decidir cuáles. Sólo hubo que eliminar un programa:
sorprendentemente, fue el mismo Programa por un Nuevo Orden Mundial de
las Comunicaciones. El Reino Unido regresó a la UNESCO recientemente.
EEUU comprobó que podía hacer lo mismo desde dentro que desde fuera y
escogió la opción más económica. Hoy continúan siendo los mismos, partes
implicadas en las guerras de la tele, quienes nos cuentan lo que
acontece en el Mundo.
Unos años antes, en 1976, surgió la
iniciativa de crear una agencia de noticias de los países no alineados.
El entonces presidente del Instituto Internacional de Prensa, el sueco
Olof Wangren, declaró que esa propuesta «podía conducir a una distorsión
de la verdad». Otra iniciativa, crear una agencia latinoamericana de
noticias, el proyecto ALASEI (Agencia Latinoamericana de Servicios
Informativos) recibió una sonada protesta internacional, al ser acusada
de pretender recibir, supuestamente, financiamiento de Gobiernos, lo que
podía conducir a paralizar y distorsionar la información. Sin embargo,
la mayoría de las agencias internacionales de noticias, como Reuters o
France Press, continúan disponiendo de financiación directa o indirecta
de sus Gobiernos.
Al-Jazzeera En las invasiones de EEUU (y
otros países como Reino Unido, España o Australia) a Afganistán e Irak,
la monopólica CNN estadounidense se encontró con una cadena de
televisión capaz de aportar una información alternativa e independiente a
la suya. La televisión árabe Al-Jazzeera consiguió que movimientos como
el talibán la escogieran para lanzar sus comunicados al Mundo. La CNN
comprobó, especialmente en Afganistán, como su influencia disminuyó de
manera considerable en favor de la televisión de Qatar. Trascurridos
unos días de invasión, entre los numerosos errores de cálculo que
cometió el ejército de ocupación estadounidense en Afganistán e Irak, se
encontraba, sorprendentemente, el bombardeo de la sede de Al-Jazzeera
en los dos países, además de la muerte de Tarek Ayyoub, miembro de su
equipo en Irak. Desde la invasión a Afganistán, el delegado de
Al-Jazzeera en Washington continúa pidiendo explicaciones al Pentágono. Y
continúa sin recibir explicación, pretexto o excusa alguna.
Sin
embargo, tampoco Al Jazzeera queda libre de sospechas: Esta cadena
trasmite desde Qatar, el mismo país en el que se encuentra la sede del
comando central de las fuerzas de ocupación estadounidenses en Irak.
Paradójicamente, el propietario de esta cadena «independiente» es el
emir de Qatar, Hamad Bin Jalifa Al Zani, el mismo que ofreció la base
aérea de Udeid a EEUU para un eventual ataque a Irak, tras la visita del
vicepresidente Dick Cheney en marzo de 2002.
Fuentes: IAR
(Información Alternativa en Red), «El «doble juego» del canal Al
Jazzeera», 23 de abril de 2003. Las agencias de desinformación
No satisfechos con poseer el monopolio para «contar lo que pasa», y ante
la «ola de antiamericanismo» sembrada en todo el Mundo, el Presidente
de EEUU propuso crear una agencia de noticias en la que se defendieran
los «intereses de EEUU». La primera noticia sobre la creación de la OIE
(Oficina de Influencia Estratégica), la proporcionó el New York Times el
19 de febrero de 2002. Al día siguiente, el periódico nacional El País,
recogía la noticia, en la que se destacaba el objetivo de «colocar
noticias favorables a los intereses de EEUU en medios informativos
internacionales. Estas noticias podrán ser verdaderas o falsas y afectar
a países amigos o enemigos (…) que ayuden a crear un ambiente
propicio para las operaciones bélicas estadounidenses (…)» empleando
todas las posibilidades, «desde lo más negro hasta lo más limpio(…),
desde el envío de noticias por correo electrónico a periodistas y
dirigentes extranjeros en las que se camufla la procedencia, hasta el
bloqueo de redes informativas hostiles (…), pasando por la propaganda
bélica más típica, como la efectuada en Afganistán mediante octavillas y
altavoces». Pedro Paniagua afirma que «puestas así las cosas, quizá no
sea difícil en un futuro no muy lejano ver el paquete de comida que
sucede a las bombas y el comunicado de prensa en un mismo pack». El
Congreso se escandalizó y desestimó la propuesta. El Presidente Bush,
enojado, convocó una rueda de prensa para tranquilizar a sus partidarios
y para aclarar que no le importaba demasiado el rechazo del Congreso,
porque ya tenía otras agencias de desinformación.
El fenómeno
de la desinformación y su utilización con fines políticos y de
estrategia militar no es, ni mucho menos, nuevo. La CIA estadounidense y
la KGB soviética aprendieron bien las tareas de desinformar durante los
años de Guerra Fría. Por otro lado, la desinformación es práctica común
de cualquier gobierno en la medida que se lo permita su poder. Si el
fenómeno estadounidense es el más estudiado es porque su papel
hegemónico hace que se dé con mayor intensidad en este país. Además –y
esto es lo que sorprende–, nunca antes nadie había hablado y defendido
este fenómeno con tanta claridad, apertura y prepotencia como lo hizo
George Bush.
Según sus propios estatutos, la OIE, no hubiera
podido actuar dentro de EEUU. El mismo Pentágono reconocía en el New
York Times, que la OIE no hubiera funcionado, ya que «una falsa noticia
recogida por un medio europeo de importancia tiene muchas posibilidades
de ser recogida por la prensa estadounidense (…), ya ocurrió con
algunas campañas de desinformación exterior lanzadas por la CIA en los
años setenta».
La OIE estuvo asesorada por la agencia de
relaciones públicas Rendom Group. Curiosamente, esta agencia «también
asesora a la familia real de Kuwait y al Congreso Nacional Iraquí, un
grupo opositor a Sadam Hussein financiado por Washington». Más curioso
aún, Rendom Group fue quien orquestó la trama de Nayirá, la supuesta
voluntaria del hospital kuwaití. La guerra espectáculo «Sentados
ante el televisor, nos hemos acostumbrado a abordar con el ojo del
espectador las imágenes de la guerra, del hambre y de la injusticia
social. La confusión entre violencia real y violencia ficticia, con la
que nos entretiene la televisión, enreda nuestros sentidos y nos lleva a
considerar la violencia y los conflictos armados como un fenómeno
natural». Así, a través de la televisión, el cine y los videojuegos, se
nos ha educado en una cultura de la violencia que la legitimará en
cuanto aparezca en nuestras vidas.
En 1994, una investigación
llevada a cabo por dos universidades de Buenos Aires reflejaba la
realidad de la violencia en los programas infantiles de la televisión
argentina, abierta o por cable: una escena cada tres minutos. El estudio
concluía que un niño argentino, al cumplir los diez años de edad, había
visto 85.000 escenas violentas, sin contar otros muchos ejemplos de
violencia sugerida. En Brasil, un estudio similar del Gobierno del
Estado de Río de Janeiro concluyó que el grupo Globo de televisión
emitía la mitad de las escenas violentas durante la programación
infantil: una escena cada dos minutos cuarenta y seis segundos. En Lima,
un año antes, otro estudio reveló que casi todos los padres peruanos
estaban de acuerdo con ese tipo de programas, justificándolos con que
eran del agrado de los niños, que les mantenía entretenidos o que les
enseñaba «cómo es la vida».
Pero no es sólo la televisión: La
industria armamentística «ha financiado la investigación y ha jugado un
rol clave en la creación de las tecnologías gráficas que son centrales
en numerosas aplicaciones para la industria del armamento y de la
diversión. No sorprende por tanto que la mayoría de los videojuegos sean
juegos de guerra».
Michael Moore, en su documental Bowling
for Columbine, sobre el fenómeno de las armas en EEUU, se pregunta por
qué en este país mueren a consecuencia de las armas 11.127 personas cada
año, mientras en otros países los índices son muy inferiores. A otras
causas importantes que se mencionan en el documental, como la violencia
en la televisión y los videojuegos, los problemas familiares, la
pobreza, el acceso a armas o el pasado nacional violento, Moore añade
otro factor: el miedo y la amenaza. Mientras las estadísticas de delitos
muestran una tendencia a bajar, la sensación de inseguridad no para de
aumentar, y con ello la venta de armas, en especial las pistolas. Según
un estudio del profesor Barry Glassner, autor del libro La Cultura del
Miedo, mientras el número de muertes bajó en un 20%, el número de las
mismas mostradas en los informativos de la tarde-noche aumentó en un
600%. Legitimando guerras… En general, las justificaciones que
se dan para legitimar las guerras de la tele, responden a un mismo
patrón, casi siempre apoyado en algunos de estos cinco pilares:
terrorismo, ilegalidad internacional, armamento ilegal, droga y razones
humanitarias. De los tres primeros, estamos recibiendo una
sobre-información, aunque no se responde a las preguntas que surgen en
los debates:
Quién es el terrorista (quien proporciona la violencia física, la estructural, o los dos),
Qué
es la legalidad internacional (lo que dice el Consejo de Seguridad de
las Naciones Unidas, lo que afirma EEUU o lo que opina la ciudadanía
mundial), o
Qué es armamento ilegal (por definición, el que no vendo yo).
La
última invasión a Irak ha estado legitimada por dos argumentos: la
posesión de armas de destrucción masiva por ese país y su incumplimiento
de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Sin embargo, existe una cincuentena de países que poseen este tipo de
armas, en particular EEUU. Por otro lado, Israel ha liderado el registro
de violadores de las resoluciones del Consejo de Seguridad en un número
de ocasiones muy superior al de Irak. Los argumentos de la droga y las
razones humanitarias, más sutiles, paso a abordarlos a continuación.
<U>La
droga </U>El Plan Colombia representa una estrategia militar
–impulsada por EEUU y apoyada financiera e ideológicamente por el
antiguo Gobierno español, entre otros– para exterminar la guerrilla
colombiana e instaurar una zona de influencia militar estadounidense. El
pretexto presentado es la droga, por sí sola justificadora de la
intervención.
Un estudio realizado en 2000 por el Consejo
Europeo de onG sobre Drogas y Desarrollo (ENCOD, en sus siglas en
inglés) pretendió reflejar cómo trataba la prensa europea el fenómeno de
las drogas. Se recogieron 291 artículos, de donde 151 correspondieron a
América Latina y 82 a Colombia. Es curioso notar la fijación en América
Latina en general y Colombia en particular, ya que la droga principal
producida en esta región es la cocaína, que tiene un menor impacto
social en Europa que la heroína. Sin embargo, apenas aparecieron
artículos sobre Afganistán, Birmania o Pakistán, de donde procedía
entonces el 80% de la heroína consumida en Europa. Afganistán, mayor
productor mundial de opio/heroína, alcanzó su récord de producción en
1999, con 4.600 toneladas.
Sin embargo, tras los atentados en
EEUU del 11 de septiembre de 2001, se multiplicaron los artículos sobre
la producción de heroína en Afganistán. Los medios de comunicación
contribuyeron a la búsqueda de argumentos para atacar a este país. Los
talibán fueron demonizados, entre otras razones, como fuente de los
problemas que la droga ocasionaba en Europa y las fuerzas de la
coalición internacional colocaron en el poder a la opositora Alianza del
Norte. Sin embargo, el 27 de julio de 2000, los talibán habían
prohibido y perseguido la producción de amapola/adormidera/opio/heroína,
tras un acuerdo con el Programa de Naciones Unidas para la
Fiscalización Internacional de Drogas (UNDCP) que este último no
cumplió. En el año 2001, se produjo un 94% menos de opio puro en un 91%
menos de área de cultivo que en 2000, pasando de más de 84.500 a 7.606
hectáreas. Las provincias de Helmand y Nangarhar, en aquel entonces bajo
control talibán, pasaron a cultivar de 42.853 y 19.747 hectáreas a 0 y
218 hectáreas, respectivamente. Por otro lado, en la provincia de
Badakhsan, siempre bajo dominio de la Alianza del Norte, se incrementó
la producción, de 2.458 hectáreas a 6.342 este mismo año. En 2001, más
del 80% de las 185 toneladas de opio provenientes de Afganistán lo
hicieron de territorios controlados por la Alianza del Norte. Según la
onU, en 2002, con el país bajo control de la Alianza del Norte,
Afganistán volvió a producir 3.400 toneladas de opio. Un año después,
aumentaron tanto la superficie cultivada como la cantidad producida, que
llegó hasta las 3.600 toneladas. Sin embargo, la producción de droga en
Afganistán había vuelto a dejar de ser noticia merecedora de atención
por parte de los medios de comunicación.
<U>
Las
guerras humanitarias </U>En las últimas guerras de la tele, las
intervenciones militares han estado revestidas de un cariz humanitario.
Esta particularidad ha servido para legitimar la guerra ante los ojos
de la Opinión Pública nacional de los Estados de los ejércitos
involucrados o, dicho de otro modo, los medios de comunicación han sido
el instrumento utilizado por estos Gobiernos para disfrazar con rostro
humanitario estas intervenciones militares.
El empleo de la
palabra «humanitario» por parte de los ejércitos humanitarios no es
apropiado, ya que las acciones humanitarias y militares responden a una
naturaleza diferente. Por otro lado, la asociación entre humanitario y
militar ha supuesto enormes problemas para la estabilidad de la acción
humanitaria real, entendida ésta como humana, independiente, imparcial y
neutral. Algunas de las consecuencias que han tenido estas
intervenciones por parte de los ejércitos en las verdaderas acciones
humanitarias, por parte de movimientos, organizaciones o instituciones
internacionales, han sido las siguientes:
La efectividad en términos de vidas humanas protegidas puede disminuir.
La capacidad e independencia se reduce y limita.
Los riesgos para los actores humanitarios aumentan.
Por
otro lado, los ejércitos no se preocupan por mantener una conducta
no-intrusiva y un respeto cultural. El constante y lógico miedo en el
cual viven les incapacita como interlocutor válido en el ejercicio de la
acción humanitaria. Los militares no reciben una instrucción específica
en aspectos humanitarios y culturales. El bombardeo de «raciones
diarias humanitarias» por parte del ejército de EEUU en Afganistán, por
citar un ejemplo modelo, benefició a los más fuertes (que tuvieron mayor
acceso y poder en la recogida), favoreció estrategias militares
(«despejando» zonas para bombardear (ahora sí) con bombas de hasta 7.000
kilogramos) y perjudicó a los civiles (ya que los paquetes caían en
zonas minadas y, en ocasiones, eran confundidos con mini-bombas de
racimo, del mismo color y tamaño que los paquetes). Aunque sí es cierto
que los ejércitos disponen de una enorme capacidad logística, no lo es
menos que si esa logística estuviera disponible para la paz y no para la
guerra, la efectividad de su empleo en beneficio de la población
afectada sería muy superior.
Por otro lado, las potencias
militares legitiman sus intervenciones a través del vínculo
humanitario-militar. El oponente, inevitablemente realizará la misma
asociación, señalando a la ayuda humanitaria como objetivo militar. Por
ejemplo, los militares están empleando los mismos vehículos todo-terreno
blancos que emplean las onG. Esto les facilita la integración con la
población civil, pero convierte a las onG en destinataria de las
hostilidades. La palabra «humanitario» es utilizada indistintamente por
actores humanitarios y militares, lo que provoca confusión entre los
combatientes y los civiles.
Por otro lado, los medios de
comunicación «deciden» dónde se distribuirá la ayuda humanitaria. Uno de
los criterios que se utilizan los donantes para conceder los fondos que
financiarán los proyectos es la visibilidad, es decir, si el lugar
donde se gastará ese dinero se muestra o no en los medios de
comunicación. Así, encontrar financiación para un proyecto en Kosovo es
extremadamente fácil, mientras que encontrarla para, por ejemplo,
República Centroafricana, donde recientemente hubo un sangriento golpe
de estado con un sinfín de muertos, es una tarea prácticamente
imposible…. y deslegitimandoEn la actualidad, la influencia de los
medios de comunicación es muy importante en el pensamiento colectivo de
la ciudadanía. Tienen la enorme responsabilidad de contribuir a la
educación de las personas. Y será en función de esa responsabilidad, que
les podremos pedir cuentas por lo que dicen o callan. Pero también las
personas tenemos la responsabilidad de exigir una información más
objetiva y más real de lo que acontece.
Internet fue
desarrollado por el Pentágono estadounidense. Sin embargo, hoy es una de
las herramientas que ha facilitado que personas de lugares muy remotos
puedan compartir preocupaciones, experiencias e información alternativa a
la oficializada por el Pensamiento Único. En Internet, puede
encontrarse cualquier tipo de información (también no contrastada). Pero
existen dos amenazas: una, la posibilidad de que la red de redes se
privatice. Otra, que no mejore el acceso: se estima que el 80% de los
habitantes de los países empobrecidos no tiene acceso a una línea de
teléfono, o que el 91,9 de todos los servidores (ordenadores que
proporcionan información a los usuarios de una red) se encuentran en
EEUU o Europa.
Existen formas de información alternativa,
desde las que presentan las nuevas tecnologías de la información hasta
las que se organizan entre distintos grupos para compartir impresiones.
Las personas podemos organizarnos para conocer qué se esconde detrás de
cada noticia, para aprender cómo ver la tele. Hoy son las cúpulas de
poder político, económico y militar y los medios de comunicación –muchas
veces a su servicio— quienes deciden qué debemos conocer y en qué
medida. La participación ciudadana es el mejor camino para deslegitimar
las guerras de la tele. Cuando las decisiones las toman cuatro personas,
existen muchos espacios para los intereses personales. En cambio,
cuando son cuatro millones los que deciden, estos intereses sólo pueden
ser colectivos, donde las minorías también son escuchadas. La
participación ciudadana contribuye a profundizar y ampliar el concepto
de democracia. Sin embargo, para opinar –para participar–, se necesita
conocer. Por ello, tenemos que conseguir que los medios de comunicación
estén cada vez menos al servicio de las cúpulas de poder y más al de las
personas.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano compara la
política actual con un partido de fútbol: señala como en éste, 22
personas juegan el partido mientras millones las observan, sin
participar. A Galeano, como a millones de personas, le gustaría vivir en
un mundo donde la política, la toma de decisiones, partiera de las
necesidades básicas y la dignidad de todas y cada una de las personas y
donde el conocimiento –no la noticia– estuviera disponible para todas y
todos. Vivir en un partido de fútbol donde esos millones dejaron de ser
espectadores y decidieron jugar.