Los impactos del movimiento por la paz y antimilitarista de los años 80 y 90
(Artícle no disponible en català).
Repaso histórico del movimiento por la paz y antimilitarista en Catalunya durante los años ochenta y noventa.
Enric Prat, (agosto 2003).
Para el estudio de la incidencia de los movimientos sociales hay tres consideraciones metodológicas que son esenciales. Una es la necesaria perspectiva histórica, porque la gran mayoría de sus impactos acostumbran a producirse de forma lenta y acumulativa y a visualizarse a medio y largo plazo, a veces bastante después de la acción del movimiento. La segunda es que los objetivos perseguidos por los movimientos sociales, sean cambios u oposición a los mismos, rara vez se plasman nítidamente. El resultado de la confrontación suele presentarse de forma híbrida, en el que pueden distinguirse algunos aspectos por los que se había movilizado el movimiento, pero también están presentes parte de los objetivos de otros actores sociales y políticos. En la mayoría de ocasiones el efecto final es producto de la confluencia de un conjunto de factores. Y la tercera es que no sólo hay que tener en cuenta los efectos buscados por los movimientos sociales sino también los otros impactos que provocan, aunque inicialmente no hayan figurado entre sus propósitos. A menudo, los movimientos sociales no consiguen, a corto plazo, sus objetivos políticos o legislativos, pero en cambio, sus ideas, valores y alternativas son aceptados por amplios sectores de la sociedad, creándose así las bases culturales necesarias para cambios sustantivos posteriores.
Sobre la base de estos criterios metodológicos se van a analizar los efectos del movimiento por la paz y antimilitarista de las décadas de los años ochenta y noventa en Europa Occidental y en España.
EL DEBATE SOBRE LA INCIDENCIA DEL MOVIMIENTO PACIFISTA EN EL FIN DE LA GUERRA FRÍA.
La incidencia del movimiento pacifista en el fin de la guerra fría ha sido motivo de polémica. Uno de los debates más interesantes fue el que protagonizaron Edward P. Thompson y Fred Halliday(1) . Thompson mantenía la idea de que los movimientos pacifistas habían tenido influencia en el fin de la guerra fría, en la medida en que el movimiento pacifista neutral del Oeste entró en diálogo y en cierta comunidad de acción con el movimiento para la defensa de los derechos humanos en el Este. Y señalaba que los millones de personas que se manifestaron en las capitales de Europa Occidental en 1981-1983 quizás influyeron en los movimientos por la democracia de Europa oriental de los últimos años de la década de los ochenta. En cambio, Halliday opinaba que el movimiento pacifista no jugó un papel importante en el fin de la guerra fría, porque no consiguió lo que se proponía (nuevos sistemas de relaciones internacionales) y se fortalecieron las instituciones de un lado mientras que se hundieron las del otro. Por otra parte, indicaba que las movilizaciones pacifistas no influyeron en el proceso político, ya que en ningún país miembro de la OTAN se eligió un gobierno que se opusiera al despliegue de los misiles Cruise y Pershing II, y menos aún que se opusiera a la OTAN. Halliday seguía diciendo que la realidad es que la OTAN siguió adelante con su política de despliegue de euromisiles, no hubo una oposición concertada al sistema de Defensa Estratégica y sólo unos pocos suscitaron seriamente la cuestión clave, la de salir de la OTAN. Reconocía que el movimiento pacifista del Oeste influyó en los movimientos del Este en lo que se refiere a la democracia y a los derechos humanos, pero dudaba de la incidencia que tuvieron los movimientos pacifistas en el tema de la paz y el despliegue de armas, ya que muchos en el Este, incluso los que más se oponían a sus propios regímenes, querían que el Oeste se mantuviera firme en los euromisiles. Finalmente, Halliday señalaba que el proceso de desarme, que empezó seriamente en 1987, llegó como resultado de las relaciones de estado a estado, no de la presión desde abajo; y que la democracia en el Este había sido una gran conquista, pero no supuso un rechazo bilateral y recíproco de los dos sistemas, sino más bien la transición de uno al otro. En conclusión, Halliday opinaba que el movimiento pacifista fue, en los términos políticos en los que hay que evaluar su éxito, derrotado.
En una línea muy parecida se manifestó Dan Charles, investigador de la Federation of Atomic Scientists:
«Los movimientos pacifistas pudieron acaparar los titulares durante un breve período entre 1982 y 1983, pero, carentes de un poder político tangible, no dejaron de ser marginales. Los partidos políticos de varios países europeos asumieron muchas de las exigencias de los movimientos pacifistas, pese a lo cual perdieron las elecciones generales en el Reino Unido (1983), en Alemania Federal (1983) y en los Países Bajos (1986). La elite política de la OTAN se había llevado un buen susto, pero permanecía intacta, y dispuesta a reafirmar su dominación en el ámbito de la política exterior y militar.»(2)
En cambio, hay autores que han puesto el énfasis en los efectos del movimiento pacifista. Aún reconociendo la derrota que supuso el despliegue de los euromisiles en cinco países de Europa occidental y la capacidad de los gobiernos europeos de la OTAN de resistir las presiones del masivo movimiento por el desarme nuclear, Paul Anderson, Stephen Brown, Mary Kaldor y Sheena Phillips, representantes del movimiento pacifista británico en la década de los años ochenta, hicieron algunas matizaciones sobre el alcance y duración de esta derrota, que han de ser consideradas para evitar los análisis simplistas:
«Sin embargo, la derrota que supuso este despliegue para los pacifistas no fue ni mucho menos decisiva. En casi todos los países donde habían sido desplegados los misiles, los movimientos pacifistas lograron romper el acrítico consenso pronuclear y atlantista de los partidos políticos. Los misiles de crucero y ‘Pershing’ 2 continuaron siendo hasta hoy un problema embarazoso para los gobiernos europeos, que ya no pueden arriesgarse a dar la impresión de estar a favor de los misiles. Tienen que afirmar más bien que les gustaría librarse de ellos. La subida al poder de Mijail Gorbachov no les ha facilitado nada las cosas a los gobernantes europeos. Desde finales de 1985, la Unión Soviética ha presentado una serie de propuestas de desarme y ha desarrollado una política exterior que ha causado cada vez más sonrojos en los círculos dirigentes de la Europa Occidental.»(3)
Cuando M. Gorbachov y R. Reagan firmaron en Washington (diciembre de 1987) el Tratado sobre la eliminación de los misiles de alcance medio y menor entre la URSS y los Estados Unidos, otro miembro del movimiento pacifista europeo, Laurens Hogebrink, del IKV (Consejo Intereclesiástico para la Paz de los Países Bajos), se preguntaba, a propósito de la firma del mencionado Tratado: «¿Gracias a los movimientos pacifistas o a pesar de ellos? ¿Es este éxito una victoria, a pesar de todo, de aquellos que se manifestaron en contra de los misiles? ¿O es la reivindicación final de los gobiernos que no cedieron ante nuestras protestas y desplegaron los misiles según lo programado?». Hogebrink reconocía el papel jugado por Gorbachov y Reagan, pero también resaltaba la contribución del movimiento por la paz:
«Ciertamente, como movimientos pacifistas podemos reivindicar el haber obligado a nuestros políticos a operar en términos de cero. Debieron elegir un punto de vista que se diferenciaba radicalmente del característico de los techos de las conversaciones SALT de los años setenta, techos que siempre eran más elevados que los niveles existentes. Así, pues, es indudable que fuimos responsables de la creación de un clima político.»(4)
Mariano Aguirre, del Centro de Investigación para la Paz, también resaltó los impactos del movimiento pacifista:
«[…] la presión de las sociedades, particularmente la europea, liderada por el movimiento pacifista, durante el despliegue de los misiles de alcance intermedio, es un factor de difícil cuantificación, pero sin duda ha tenido una fuerte influencia. Los Gobiernos europeos no quieren volver a afrontar una ola de manifestaciones y actividad política como la que soportaron entre 1980 y 1983. Por otra parte, no pueden despreciar el nivel de conciencia en favor de la paz y el rechazo a las armas nucleares que posee la opinión pública. Aunque sea pura retórica, la aceptación -en el comunicado final de la reunión de Reagan y Gorbachov en Ginebra en 1985- de que ‘la guerra nuclear no puede ser ganada y nunca debe ser librada’ es un reconocimiento de los postulados pacifistas por parte de los líderes de dos potencias que han especulado, de una forma u otra, durante casi cuatro décadas con el triunfo en una confrontación nuclear. Los programas del Partido Socialdemócrata de la República Federal de Alemania y del Partido Laborista británico han sufrido una evolución que sólo se comprende a la luz de la presión popular.»(5)
En fin, Enric Tello ha resaltado que el desarme unilateral propugnado por el movimiento por la paz no fue una orientación desacertada, si tenemos en cuenta lo que sucedió en la segunda mitad de la década de los años ochenta:
«Los ideólogos de la guerra fría defendían que los primeros pasos hacia el desarme debían darlos en el otro bloque militar, y se negaban a cualquier reducción armamentista si no era en el marco de acuerdos multilaterales. Mientras tanto, daban cínicamente pasos unilaterales hacia el rearme. El movimiento por la paz defendió con ahínco el desarme unilateral, como un primer paso que reclamara reciprocidad en el otro y rompiera con la espiral armamentista. Aparentemente las grandes manifestaciones pacifistas de los años ochenta se estrellaron contra un muro. […] Despreciado como ‘utópico’ e ingenuo por todos los políticos ‘realistas’ del momento, el desarme unilateral acabó ganando la partida. Pero la ganó en la forma y el lugar inesperado. Agobiado por los graves problemas económicos de la URSS, y por la profunda crisis de legitimación de la burocracia soviética, Mijail Gorbachov abrió a partir de 1985 la vía del desarme multilateral adoptando una serie de pasos previos unilaterales.»(6)
A la luz de estos debates y teniendo en consideración la parte de verdad que cada opinión contiene, se puede decir que Halliday tiene razón al decir que el movimiento pacifista fue derrotado políticamente, sobre todo porque no pudo impedir la instalación de los euromisiles, pero también hay que reconocer su influencia en el proceso que condujo al acuerdo por el cual fueron eliminados. Hay que utilizar otros indicadores, no directamente políticos, para valorar la eficacia y los resultados del movimiento pacifista, como la creación de un clima político favorable al desarme, indicado muy acertadamente por Hogebrink y Aguirre. En la medida en que el movimiento pacifista consiguió generar un debate en la sociedad sobre las armas nucleares y las estrategias militares, y provocó la ruptura del consenso en los temas de la defensa, es bastante factible pensar que, a pesar de sufrir algunas derrotas políticas (instalación de los euromisiles, pérdida del referéndum OTAN en España), contribuyó a la crisis de la disuasión nuclear, a los acuerdos de desarme de la segunda mitad de la década de los años ochenta y al final de la guerra fría.