Pobreza y guerra
Reflexió sobre la relació entre pobresa i conflictes armats publicat per Justicia y Paz de Madrid el 1/11/2008. (No hi ha traducció al català)
La pobreza es producto de la violencia estructural que se sustenta en un orden social injusto mediante una distribución desigual de la riqueza que recae en manos de unos pocos en detrimento de la mayoría de la población. Violencia estructural que se sustenta en cuestiones de casta, etnia, género o puesto dentro de la escala social. Violencia estructural en la que se entremezclan otras violencias, la cultural, patriarcal, moral, política… Entonces, podemos convenir que la pobreza genera conflictos, pero éstos no necesariamente acaban en conflicto armado. Desde luego puede ser una de las causas que, entremezcladas con otras de tipo político, económico, territorial o identitario, acaben conduciendo a un conflicto armado. Pero no existe un solo ejemplo en que la pobreza haya sido la causa principal de una guerra.
Es, entonces, una afirmación problemática pensar que hay una relación de causa/efecto entre pobreza y conflicto armado. Si se observa África, el continente más empobrecido del mundo, y de acuerdo con el informe del PNUD y su clasificación de los países con el índice de desarrollo humano más bajo, la relación entre pobreza y conflicto armado no se confirma. Pues por un lado encontramos un bueno número de países que no sufren conflicto armado alguno y en cambio figuran a la cola del ranking de los países empobrecidos: Níger, Mali, Burquina Faso, Zambia, Mozambique, Malawi, Benin, Tanzania, Djibuti por citar solo algunos. Pero también es cierto que, por otro lado, hay otro buen número con conflictos abiertos o muy recientes que también se encuentran entre países pobres, como Chad, Sudán, Sierra Leona, Guinea Bisau, República Centroafricana, Etiopía, Burundi, Costa de Marfil, Rwanda, Somalia, Congo y Guinea.
Entonces, ¿cuáles son las grandes causas de los conflictos armados? Me atrevo a resumirlas en dos. La más extendida, los agravios que se producen contra la población, debido a las cuestiones citadas, que se pueden concretar en luchas por acceder al poder, falta de libertades, justicia social, reparto muy desigual de la riqueza, la geopolítica, cuestiones identitarias, religiosas, territoriales, de independencia o mayor autonomía. En éstos agravios, la cuestión política es fundamental, y es la que abraza mayor peso, girando el resto de motivaciones a su alrededor. Con lo cual, añado, es un grave error hablar de conflictos de una sola causa, y calificarlos como étnicos, religiosos o de expansión, pues en los conflictos se entremezclan siempre diversas motivaciones. En referencia a la geopolítica, cuenta y mucho, la geoestrategia de los estados, en la que éstos dirimen cuestiones de poder internacional e influyen de manera determinante en la explosión de muchos conflictos armados.
La otra gran cuestión es la codicia. Son los conflictos que surgen del deseo de apoderarse de un territorio para acceder a sus recursos, de ahí que algunos conflictos estén ligados a los diamantes, el oro, las maderas tropicales, el petróleo, la coca, el opio, o minerales como el cobre, coltán, fosfatos… Esta codicia puede ser una causa determinante, pero difícilmente será única. Y también irá acompañada de cuestiones geopolíticas. Así, los grupos implicados en el conflicto recibirán ayuda exterior de otros estados interesados en acceder a esos recursos. Y en consecuencia, tendrán condicionantes políticos, económicos y a su vez se podrán revestir, sí es el caso, de cuestiones étnicas.
Una vez determinadas esas dos grandes causas. No es menos cierto que muchos de los conflictos armados actuales se dan en contextos de pobreza. En muchos casos, en países con un estado débil, sin instituciones capaces de ofrecer seguridad a sus habitantes. Estados que no han sido capaces de elaborar políticas económicas eficaces que permitan redistribuir la riqueza, los recursos o llevar a cabo programas de desarrollo que permita a su población sobrevivir de manera digna. Pero de ello, no se debe responsabilizar sólo a los gobiernos locales. Los países ricos tienen también una buena parte de culpa. Recordemos que vivimos en un sistema global donde las economías están interconectadas. Y las decisiones de las grandes organizaciones mundiales que rigen los destinos del comercio, la política y las finanzas (BM, FMI, OMC u ONU) tienen mucha responsabilidad del trato desigual que se da a los países con estructuras políticas más débiles, pues afecta de manera negativa sus economías. En muchos casos las políticas de liberalización económica emanadas de esos organismos han conducido a que se hayan privatizado empresas y servicios públicos con saldos muy negativos para la población, que se han visto privados de servicios sociales gratuitos; han visto sus mercados inundados de productos mucho más baratos que han hundido su producción interior; o por el contrario, debido a factores especulativos externos se hayan producido subidas del precio de los cereales (arroz, maíz, trigo) o productos de alimentación básicos que han provocado revueltas populares de protesta que se han saldado con violencia. Así ha ocurrido recientemente en México, Guatemala, Egipto, Kenia y Tailandia. Esas revueltas pueden provocar enfrentamientos y muertes. Pero no hemos visto que esas protestas en ningún caso desemboquen en conflictos armados, sino que necesitan estar entremezcladas con cuestiones de reivindicación más política.
Los conflictos armados surgen en contextos de pobreza porque las personas son mucho más vulnerables. Si escasean las tierras cultivables, si hay sequías, malas cosechas, faltan oportunidades para la población, como el acceso al trabajo o a la educación, se genera mucha frustración, especialmente entre los más jóvenes. Si la esperanza de acceder a una vida mejor se pierde, puede empujar a los jóvenes a buscar en la violencia una salida fácil que satisfaga sus necesidades de progresar socialmente. Ha sido en países con estados débiles y economías de escaso desarrollo donde han surgido grupos armados y aparecido conflictos armados. El pertenecer a un grupo armado, puede ser para un joven, un cambio de estatus social para salir de la miseria, y tener mejor ropa, comida y acceder a lujos que antes ni podía soñar. No es extraño ver a jóvenes armados ataviados con prendas de vestir, relojes y gafas de marca. Pues un arma en las manos otorga poder a quien la posee y podrá ser utilizada para arrebatar cuanto se le antoje a los demás. Los líderes de estos grupos, permiten el pillaje a sus miembros, que roban, violan y cobran por ofrecer protección. Estos grupos están liderados por personajes denominados acertadamente como señores de la guerra. Personajes que practican la guerra para acceder al poder en territorios donde existen recursos muy preciados en el mercado internacional, método que les permitirá enriquecerse. Si consiguen el control de minas, bosques, cultivos de coca, opio o campos petrolíferos, las empresas transnacionales y estados estarán interesados en acceder a la explotación de esos recursos y pagarán para continuar haciendo negocios. Con lo cual, el soborno, la corrupción y la transferencia de armas se instalará en la región.
Estos hechos no sólo son exclusivos de señores de la guerra locales, también son extensibles a los gobiernos de algunos estados. Observemos que en Afganistán, Pakistán, Colombia, Congo, Chad, Sudán, Yemen, Líbano, Malasia, Indonesia. Por citar algunos, los gobiernos tienen tanta responsabilidad como los señores de la guerra locales en la corrupción y conflictos que se derivan de la explotación de la coca, opio, maderas, petróleo o minerales.
Si la pobreza no es condición sine qua non que conduzca al conflicto armado. Después de lo expuesto, sí que podemos afirmar que la violencia estructural en sociedades con una gran desigualdad y sin justicia social puede empujar a la violencia personal.