Política de la rabia en Gaza
Resulta llamativo que para que habláramos de nuevo del conflicto entre Israel y Palestina haya hecho falta que Hamás haya ideado sin previo aviso una terrible masacre en territorio israelí con cientos de víctimas civiles y con la captura de rehenes. La rabia, la ira, la cólera que esto ha generado son comprensibles. Si nos ponemos en la piel de los familiares de esos jóvenes que han sido asesinados, se entiende que pidan la justicia en caliente, la justicia de la venganza. Pero, aunque lo parezca, la respuesta del gobierno de Israel no es espontánea. Busca multiplicar el daño recibido en parte por venganza, pero sobre todo para continuar su estrategia de colonización de Palestina, en la que Gaza molesta y mucho.
La rabia, la ira y la cólera no es patrimonio de los israelíes. En Gaza viven 2,3 millones, la mitad menores de 18 años, los mismos que han pasado desde que Israel retiró sus tropas y a 7.000 colonos de la Franja de Gaza en 2005, tras la segunda Intifada que dejó 3.000 muertos, la mayoría palestinos. Antes hubo una primera Intifada y varias guerras, todas ganadas por un ejército que ha convertido a Israel en la democracia liberal más militarizada del mundo. Según la ONG israelí B’Tselem, desde la Primera Intifada el conflicto ha generado más de 13 mil víctimas mortales, la mayoría los últimos años y sobre todo en Gaza. Los muertos palestinos multiplican por 10 a los israelís.
La ocupación israelí y colonización continuada desde 1947 hasta hoy consiste en encerrar literalmente a la población palestina de Cisjordania y Gaza, con la construcción de muros que rodean ambos territorios de tal forma que sus habitantes deben pasar controles militares no solo para abandonar los territorios palestinos, sino para moverse a una ciudad vecina o incluso en ocasiones dentro de su propia ciudad. Los numerosos checkpoints del ejército israelí son el engranaje de una maquinaria de humillación, represión y castigo que ha conformado un sistema de apartheid en todos los Territorios Ocupados de Palestina. No solo militares, sino también colonos armados, patrullan las ciudades palestinas, amenazan, amedrentan, atemorizan e incluso disparan y asesinan a la población palestina, dentro de su estrategia de hambre infinito de venganza y de sometimiento del pueblo palestino.
El estallido de violencia que hoy nos lleva a hablar otra vez de Palestina no es el primero, ni será el último. La desesperanza de unos y la inquina de los otros mantiene viva la espiral de la violencia que a quien más beneficia es a Israel. Desde la creación del Estado de Israel, la violencia armada ha sido el modo en que se ha dirimido el conflicto de quién se queda con el territorio palestino. El ganador ha sido de forma apabullante Israel. Y ha conseguido sus mayores avances después de guerras que de algún modo legitimaban el botín conseguido por el ganador. La actual escalada de violencia en Gaza va a subir de categoría el conflicto hasta el punto en que Israel encuentre excusas, ilegales, como siempre, pero percibidas como legítimas por su población y aliados más cercanos, para emprender una nueva ofensiva militar que le lleve a colonizar nuevos territorios. Todo ello es doblemente interesante para el gobierno Israelí actual, que dejará aparcada una grave crisis institucional que podía poner en riesgo la continuidad en el poder de Netanyahu, quien se beneficiará personalmente de una guerra, que sabe que bajo un prisma militar será ganada. Hamás por su parte verá reforzada su simpatía en una juventud desesperada, indignada y huérfana de futuro no solo en Gaza sino también en Cisjordania. La estrategia dará réditos políticos a unos y otros, pero dejará miles de muertos en un camino que quedará tristemente allanado para futuros estallidos de violencia que solo beneficiarán a un ejército israelí que se sabe ganador y a mandatarios que aprovechen la triste pero real popularidad que la guerra genera en sus dirigentes.
Aun así hay esperanza, Palestina está en el corazón de muchas gentes, partidos políticos, organizaciones y movimientos sociales. Porque lo correcto, aun sin elegir el camino de la violencia, es estar del lado del agredido, de la víctima. Y el agredido en esta guerra de largo plazo es el pueblo palestino y no al contrario. Lo dice una historia de agresiones, lo muestra el desigual poder militar entre Israel y Hamás, lo muestran los cientos de miles de muertos y heridos de este conflicto, casi todos palestinos, y una población de 5 millones que es víctima de las vejaciones propias de un sistema de apartheid que no se diferencia tanto del que el pueblo judío sufrió en el Holocausto. Palestina resiste gracias al apoyo internacional, a la ayuda humanitaria y a la solidaridad que pueda contrarrestar las políticas que pongan en peligro su supervivencia. La vía militar emprendida por Hamás puede reducir la simpatía que provoca la causa palestina y pondrá en riesgo apoyos de países vecinos, del mundo árabe y de algunos países Occidentales.
En lo inmediato cabe añadir que es necesario un alto el fuego que pare la violencia y permita atender a las víctimas con garantías. No se debe cuestionar la ayuda humanitaria a Gaza. Congelar o eliminar la ayuda humanitaria, como ha sugerido una desnortada Unión Europea vestida de color caqui no afectará a los dirigentes políticos a los que se quiere penalizar, si no a una población en la que el 65% vive bajo el umbral de la pobreza. Se deben poner en marcha de nuevo unas negociaciones de paz en las que la Comunidad Internacional se involucre de tal manera que consigan un acuerdo justo que haga de Palestina un país viable. Para allanar el camino de que Israel y Palestina lleguen a tener que entenderse, convivir y compartir necesidades e intereses habrá que acabar con la presencia militar y militarizada de los colonos en los Territorios Ocupados por Israel. La política de la rabia de unos y otros no acercará la paz. En paz y seguridad hay que tener la mirada larga, para empezar hoy a construir la paz y la convivencia de mañana hay que cambiar cuanto antes del tablero militar al político y social.
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