¿Qué son y para qué sirven las armas?
(No hi ha versió en català) La proclamación por Naciones Unidas del día mundial para la destrucción de las armas vuelve a traer a primer plano un tema de vital importancia. Una propuesta cargada de buena voluntad que debería empujar a los gobiernos a tomar medidas a favor del desarme, el mejor de los caminos para conseguir la paz. Pere Ortega, Noticias Obreras, septiembre 2005
A la hora de afrontar la problemática de las armas, la primera
pregunta que debemos formularnos es, ¿Qué son y para que sirven estos
artefactos? Seguramente, nadie dudará en responder que su concepción
obedece al deseo de infringir daño a personas o bienes materiales. Y
otros añadirán que ofrecen seguridad a sus poseedores para defenderse de
posibles ataques externos. Es, en ambos sentidos, cuando surge el
problema de abordar qué son las armas.
En ese sentido, es,
cuando debemos preguntarnos ¿Qué clase de moral puede justificar
producir armas que sirven para destruir vidas humanas? Como se ha
indicado, quizás, sólo ante la necesidad de defenderse de amenazas o
agresiones de terceros. Este es el argumento que justifica a los estados
a armarse para prevenir y disuadir a posibles enemigos de ataques. Pero
este argumento conduce a una dinámica perversa, la del armamentismo
indefinido que, en nuestro pasado inmediato de Guerra Fría, condujo a
una dislocada carrera de armamentos y al peligro de guerra nuclear, una
espiral que irremediablemente militarizó nuestras sociedades.
Militarización que, si bien no produjo ninguna guerra entre las dos
potencias enfrentadas, condujo a múltiples guerras periféricas en muchos
enclaves del planeta. Militarización que hoy prosigue impulsada por los
países desarrollados, quienes con Estados Unidos a la cabeza continúan
incrementando el gasto militar, la producción y la venta de armas por
todo el planeta.
Esto es así, si observamos el gasto militar
desmesurado llevado a cabo por las grandes potencias(1), con el efecto
de arrastre que produce sobre países con economías más débiles, sobre
todo si se observa el comercio de armas mundial, y como el 97% de ese
comercio procede de los países industrializados y que la mitad, el 51%
tiene como destino países no industrializados, y de entre estos, los más
empobrecidos, países con una renta por cápita inferior a los mil
dólares reciben el 23% de los armamentos, en los que producirá un grave
quebranto para el desarrollo de sus economías, al substraer recursos que
deberían destinarse al desarrollo humano y social de las poblaciones,
además contribuir a aumentar su deuda exterior. Entonces, debemos
preguntarnos, si la paz que disfrutamos en los países desarrollados no
es una ficción perversa, cuando desde éstos mismos países estamos
contribuyendo a generar conflictos armados en otros puntos del planeta.
Si
ese no parece el mejor de los caminos para implementar la paz.
Entonces, no sería más apropiado desarmar la seguridad de los aspectos
militares y buscar la seguridad a través de medios políticos, mediante
la diplomacia preventiva y del dialogo político en foros regionales o
mundiales a través de los organismos internacionales creados para velar
por la paz mundial(2).
Pero a su vez, habremos de convenir que,
con la utilización de las armas, se abandona la posibilidad de la
palabra y la negociación como medio para buscar una solución a los
conflictos, consustánciales, por otro lado, del género humano. Esto nos
lleva a una primera aseveración, las armas han estado concebidas por la
mente humana como un acto para dirimir mediante la violencia los
conflictos. Lo cual, indica que la guerra es una adquisición cultural, y
no como se pretende hacer creer, algo natural.
Llegados a este
punto, debemos preguntarnos de nuevo ¿Merece la pena el enorme
sacrificio que los pueblos deben soportar para la consecución de unos
fines con un medio tan destructivo como la guerra? Entonces ¿No
merecería la pena destinar esos enormes recursos dedicados a preparar la
guerra a crear mecanismos que regularan e impidieran la explosión de
nuevas guerras? O acaso, ¿el concepto de seguridad no es mucho más
amplio que el concebido de forma restrictiva en su versión militar, y
abarca, además, aspectos sociales, culturales y económicos(3)? Si se
llegara a tal conclusión de buscar la seguridad por otros caminos que no
los militares. Esto nos ahorraría el coste social y económico que
llevan consigo las armas y las guerras, y se liberarían, de paso, unos
recursos que invertidos en usos civiles generarían mayor bienestar.
Otra
de las cuestiones, que en su concepción las armas llevan consigo, es la
derivada del propio proceso productivo y que se ha denominado «ciclo
económico armamentista». Una maquinaria económica que engloba todos
aquellos aspectos de la producción de armamentos: presupuestos
militares, investigación y desarrollo (I+D) de nuevas armas, industria
militar, comercio y exportaciones de armas. Un ciclo económico que, como
tantos otros, se retroalimenta y que vistos sus efectos obliga a
preguntarse sobre que clase de bienes son las armas y que efectos
producen en el desarrollo productivo. Sin ninguna duda, podemos afirmar
que las armas no son bienes de consumo, puesto que generalmente –en la
mayoría de los casos y salvo un porcentaje mínimo- las armas no se rigen
por las leyes del mercado, pues no entran en las redes de intercambio
y, por tanto, no tienen valor ni utilidad social, pues las más de las
veces, las armas no se utilizarán jamás, ni entrarán en los circuitos
habituales del comercio, si no que serán adquiridas por los propios
estados para equipar sus ejércitos e irán a engrosar arsenales,
depositadas en silos y polvorines, que a su vez, debido a su alto
riesgo, exigirán de costosas medidas de seguridad, y donde, finalmente,
envejecerán, acabarán su vida útil y tendrán que ser destruidas sin ser
utilizadas jamás. Además, de ocasionar otras perversiones, pues
representan una disminución de la inversión pública productiva, derivada
de los costes de oportunidad, pues, esos mismos recursos, monetarios,
de materiales, de bienes de equipo, de conocimientos tecnológicos y de
mano de obra improductiva, destinados a otros sectores de la producción
civil generarían mayores beneficios. A parte de otros inconvenientes no
menos importantes, como el hecho de que ejércitos y armamentos generan
un efecto inflacionista sobre las economías de los estados, pues el
gasto que ocasionan de las arcas públicas, no se ve compensado con
ingreso alguno y generan un mayor déficit público en los estados. Y por
último, las derivadas de las exportaciones de armamentos hacia los
países no industrializados, donde aparte de alimentar riesgos de nuevas
guerras, contribuyen a aumentar su deuda exterior y debilitan sus
economías no desarrolladas, al tener que destinar recursos a la compra
de armas, cuando ese mismo gasto destinado al desarrollo humano
redundaría a favor de sus poblaciones.
* * *
Las armas,
además, tienen una dimensión fetichista. El poseedor de un arma tiene el
poder de infringir daño e inclusive arrebatarle la vida a un posible
agresor. Ese poder lo determina el arma en si misma, y por lo tanto, las
armas se convierten en elementos de gran efectividad para la ideología
dominante, que podrá ejercer coerción mediante esos instrumentos ante
los que no las posean o las tengan de tecnología inferior. Así las
armas, no sólo sirven para prevenir o librar guerras, sino también son
instrumentos de dominación, y de esta forma, se han convertido en mitos y
fetiches que los gobernantes utilizan como símbolo de su poder. Esa
mitología vemos que ha sido utilizada por igual, por gobiernos de signo
capitalista, como socialista, y pocos son los que se escapan a su
atracción.
Aunque observamos que quizás son los estados de menor
extensión y población quienes han abandonado la cuestión militar para
preservar su seguridad. Estados que pese a su inferioridad frente a
vecinos poderosos buscan la seguridad mediante el establecimiento de
estrechas relaciones políticas y no a través de las armas (Andorra y
tantos otros). Claro que se podrá decir que, les resultaría inútil de
defenderse de vecinos poderosos, y es cierto, pero también lo es, que
todos ellos subsisten sin ser agredidos, lo que les presupone un valor
añadido, desplegar grandes dosis de imaginación en sus relaciones con
sus vecinos que impidan cualquier tipo de conflicto.
Llegados a
este punto, es necesario traer de nuevo a colación la propuesta de
Naciones Unidas de proclamar el 9 de julio como día mundial para la
destrucción de las armas. E insistir que el mejor de los caminos para
prevenir nuevas guerras es el desarme. Y que éste es posible, como dijo
Alva Myrdal(4), quien demostró que la manera más eficaz de evitar la
explosión de nuevos conflictos armados es el desarme, y recibió por ello
el premio Nobel de la paz en 1982.
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(1)
Estados Unidos tiene gasto militar del 3,1% del PIB, Naciones Unidas
considera el gasto militar superior al 3% al de un païs altamente
militarizado, entre el 2 y 3% de un país militarizado, y recomienda no
sobrepasar el 1% del PIB. SIPRI 2005
(2) Aunque esto haría
necesario una reforma de esos organismos internacionales existentes
(especialmente las Naciones Unidas), pues en su versión actual, no
parece que ninguno de los existentes respondan con garantías suficientes
a las necesidades de la seguridad mundial.
(3) Naciones Unidas,
desde 1989 emite los informes PNUD donde el concepto de seguridad es
asimilado a desarrollo humano y social.
(4) MYRDAL, Alva (1984), El juego del desarme. Ed. Debate