Razones para no firmar el manifiesto «Cataluña por la seguridad humana y la paz»
Nuestros colaboradores, Pere Ortega y José Luís Gordillo, esgrimen en este artículo argumentos para no firmar un manifiesto promovido por pacifistas catalanes.
Ante la invitación que muy amablemente se nos ha hecho para firmar el manifiesto pacifista Cataluña por la seguridad humana y la paz, queremos dejar constancia de nuestros argumentos para no hacerlo.
En primer lugar, para evitar
malentendidos queremos dejar claro lo siguiente: Cataluña es una nación
porque así lo quiere la inmensa mayoría de la población catalana y así
lo ha afirmado en repetidas ocasiones una amplia mayoría del Parlament
de Cataluña. Es por ello que el pueblo catalán debe gozar del derecho a
escoger su futuro, y en este sentido somos claramente partidarios de la
celebración de un referéndum o consulta sobre la creación de un estado
propio.
Respecto al documento referido, como
pacifistas estamos plenamente de acuerdo en que todo el proceso de
autodeterminación debe ser pacífico. Asimismo suscribimos todas las
referencias a Gandhi, Luther King y a todos los antecedentes históricos
que avalan las raíces de una cultura de paz en Cataluña. No obstante,
también debe recordarse que han existido en Cataluña precedentes
históricos belicistas y de violencia extrema contra otros pueblos que no
nos hacen sentir nada orgullosos de algunos episodios de nuestro
pasado, como el desperta ferro de los almogávares y las brutalidades
cometidas en las conquistas imperiales de hace unos cuantos siglos.
Volviendo al documento, no estamos en
absoluto de acuerdo con que esté “agotado” el camino del diálogo en el
conflicto que enfrenta al catalanismo con las fuerzas políticas
españolas. De ser así, tampoco sería posible un proceso pacífico de
autodeterminación que finalizase en la secesión, porque ésta también
debería ser pactada con las instituciones del estado español. Si todas
las posibilidades de diálogo con España están agotadas, queda entonces
solamente el camino de la imposición violenta de la voluntad de unos o
de otros (y hasta esta forma de resolver el conflicto acabaría con algún
tipo de pacto). Sería negar nuestra condición de pacifistas afirmar que
el diálogo entre Cataluña y España está acabado. Todavía queda mucho
camino para encontrar soluciones dialogadas a un conflicto que, en la
fase actual, comenzó hace siete años (en 2006, cuando se aprueba el
nuevo Estatut).
En segundo lugar, tampoco suscribimos
las referencias a la construcción de un “nuevo estado independiente”,
porque ello prefigura que los firmantes están a favor de la creación de
un estado separado de España. Creemos que tenemos más cosas en común que
diferencias con el resto de pueblos de Sefarad, tanto los de habla
catalana como los galaicos, vascos, andaluces o castellanos. Por tanto
todavía hay mucho camino para encontrar encajes federales o confederales
aún no explorados. En cambio, ahora se nos propone la creación de un
estado independiente a partir fundamentalmente de un argumento que
rechazamos por ideológico, el llamado “expolio fiscal de Cataluña por
España”. No es verdad que todos los ciudadanos del resto del Estado
español expolien fiscalmente a todos los ciudadanos de Cataluña. Esta
afirmación es ofensiva para la mayor parte de la población de España,
especialmente para sus clases más populares. Es más cierto que las
clases trabajadoras y una buena parte de las clases medias asalariadas
de los dos lados del Ebro están siendo expoliadas fiscalmente por la
burguesía de todos los territorios peninsulares, la cual, desde hace
décadas, practica la evasión fiscal de forma sistemática.
Tercero, el manifiesto no dice nada
sobre el encaje del nuevo estado respecto a Europa. También en este
ámbito es necesario ser explícitos. La propuesta de los principales
partidos soberanistas considera a la OTAN y a la neoliberal Unión
Europea como el destino inexorable de Cataluña. Así pues, en el supuesto
de ser aceptada, Cataluña pasaría a depender de los centros de poder
que gobiernan la UE actual, un OPNI (objeto político no identificado)
que tiene muy poco de democrático. El parlamento europeo, única
institución compuesta por personas elegidas directamente por los
ciudadanos, tiene tanta relevancia política como el parlamento del Reino
de Marruecos. Por tanto, también en este hipotético estado catalán
dependeríamos de las decisiones antidemocráticas de las instancias
supra-estatales que son las que ahora imponen a España (y a Grecia,
Portugal, Italia o Irlanda, entre otros) las políticas de austeridad, el
empobrecimiento y desmantelamiento del mal llamado “Estado del
Bienestar”, así como la participación en guerras de agresión. Es por eso
que en este viaje no vemos demasiadas ventajas porque, en la etapa de
globalización e interdependencia en la que vivimos, los estados han
perdido gran parte de su soberanía y la han cedido a unos organismos que
no tienen nada de democráticos. Como han dicho algunos, la
independencia que se nos propone sería una independencia de juguete o de
la señorita Pepis.
Por último, los estados continúan
siendo —y ahora es más visible que nunca— la máxima expresión de la
violencia institucionalizada, así como los garantes últimos de la
reproducción histórica de la violencia estructural, la cual en estos
momentos está determinando el aumento de las desigualdades entre ricos y
pobres y entre ciudadanos autóctonos e inmigrantes. En Bruselas, Madrid
o Barcelona, lo que hay desgraciadamente son estructuras de poder que
sobre todo defienden los intereses de las oligarquías empresariales y
financieras. Y en toda la UE hay mucha violencia institucionalizada que
se traduce en contundentes acciones policiales y en las intervenciones
militares en diversos lugares del mundo (el último caso en Malí).
En definitiva, nos parece poco
alentador salir de un estado para crear otro de características
similares. Ahora y en el futuro, preferimos centrar nuestras energías en
reforzar los vínculos con todos aquellos que, dentro y fuera de España,
con o sin fronteras de por medio, comparten nuestros ideales de paz,
democracia, justicia social y emancipación. Con ellos continuaremos
luchando para exigir a cualquier estructura de poder —presente o futura—
la resolución pacífica de los conflictos y el respeto a los derechos y
libertades fundamentales.