Bocadillos de político
Venimos de unas elecciones municipales extrañas, una campaña electoral convulsa. Lo explicaríamos como un cuento y parecería creíble; lo explicaríamos tal como es y parecería un cuento.
Curiosamente, en estos días preelectorales, los políticos hacían sus
discursos de espaldas a la gente, los partidos elaboraban sus programas
electorales desechando a los ciudadanos, y los gobiernos y las
oposiciones iban haciendo su rutina al margen de la calle; como siempre ,
vaya. Y, mientras tanto, la sociedad civil salía a las plazas, libre y
pacíficamente, e improvisaba una acampada. Y acamparon hasta el día de
reflexión, y continuaron durante y después sin ningún miedo porque había
más reflexión. Ni las autoridades locales ni las fuerzas de orden
público se atrevieron a intervenir, tampoco la Junta Electoral.
¿Qué
les ha hecho tan fuertes? ¿Qué les ha hecho tanto firmes? ¿Qué les ha
hecho incuestionables y también intocables? ¿Qué hace que agrupen gente
tan diversa y coincidan tanto? Seguramente alguien tiene la respuesta:
tienen una Verdad, y la dicen porque la viven, y la viven porque la
sienten. Tienen toda la Autoridad y la prueba es que nadie, ni
institución ni cargo por más alto que sea, se ha atrevido a interponerse
en su camino. Quieren hacer política, y hacen política, pero no
partidismo. Los partidos han acabado engullendo a la política en vez de
estar a su servicio. El medio se ha convertido el fin en sí mismo. Nos
han hecho creer que los jóvenes pasan de la política, seguramente por
los mismos que quieren hacer suya la política y actualizan así lo
ancestral de «no te metas en política» y así ellos ya manejan lo que
quieren. Pero de lo que pasan los jóvenes es de los partidos, que
envenenan la política y la hacen hipócrita e incoherente.
Por
primera vez no hay un Gandhi, ni un Luther King ni un Mandela al frente
de un movimiento social tan improvisado y tan firme al mismo tiempo. Ni
estructura ni difusión son determinantes. Simplemente ha salido la
gente, con su móvil-eso sí-, para reivindicar lo que, sin haberlo
acordado antes, están tan de acuerdo. El acuerdo pasa a la categoría de
consenso porque la demanda de la ciudadanía es clamorosa: la injusticia
de esta crisis, provocada por unos que no han hecho caso para no salir
salpicados y se lo han hecho pagar a los que no sabían ni las causas de
este descalabro.
Un ejemplo de esta injusticia me lo contaba una
profesora de escuela hace unas semanas. Me decía que le habían bajado el
salario un 5%, y que posiblemente continuaría hasta el 10% en los
próximos meses; que en ciertos sectores como Sanidad ya iban por el 20%
de recorte salarial, y que pequeñas y medianas empresas (las que no son
de grandes capitales pero también generan riqueza y alimentan las
familias de sus trabajadores) estaban cerrando cada vez más; que la
carestía de la vida y el incremento de las hipotecas no permitía ni
tener una sola vivienda digna (de pocos metros cuadrados) para pagar en
plazos mínimamente asequibles. Mientras me comentaba esto me contaba
asombrada de lo bien que le iba a su hermano economista, lo cual me
sorprendió porque teniendo en cuenta que el país y medio mundo sufre una
crisis económica, todo haría pensar que este colectivo no lo estaría
pasando nada bien … En cambio, me contaba que él trabaja en el
Deutsche Bank y que no sólo no le habían bajado el sueldo, sino que éste
seguía siendo muy bueno y encima en Navidad le habían regalado un coche
nuevo marca Mercedes. «A mí me recortan el salario ya él le regalan un
Mercedes», afirmaba con indignación.
Y en la calle suenan las
cazuelas golpeadas por utensilios más cotidianos de la cocina. Aquellos
medios con los que se alimenta la ciudadanía son ahora la herramienta de
la protesta para poder seguir cocinando la sopa a los hijos. Y se
sienten consignas de queja porque los representantes del pueblo ya no
representan al pueblo: se representan a sí mismos. Y para ello han sido
capaces desde subirse el sueldo nada más llegar al poder, hasta subir
los impuestos a los demás antes de dejarlo. Así, en estas
manifestaciones y acampadas la frase más lapidaria es la dedicada a los
políticos: «Falta pan para tanto chorizo», un inteligente juego de
palabras que esconde bien sutilmente un desprecio, una crítica y un
ataque contra la clase política que ha dejado en manos de otros las
decisiones económicas que ahora han deshecho el país. Y mientras tanto,
mis padres ya jubilados pero más activos que yo, se van de noche a Plaza
Cataluña «por los hijos que no pueden ir porque están cuidando a sus
nietos, y los nietos que vienen y que no saben qué se encontrarán «.