Continuidad y cambio en la política exterior de Estados Unidos

Continuidad y cambio en la política exterior de Estados Unidos

Transcripción de la ponencia de las Jornadas del Centro Delàs de 2010

Michael T. Klare
Profesor de paz y seguridad mundial en el Hampshire College, EEUU

Desde el final de la Guerra Fría y la caída de la Unión Soviética, la política exterior de Estados Unidos ha tenido un objetivo primordial: mantenerse como la única potencia dominante a escala mundial.

Ser la única superpotencia mundial

tiene ventajas, porque da a Estados Unidos un elevado poder de influencia en todo el mundo. Ahora bien, este poder conlleva también la necesidad de asumir un conjunto de responsabilidades, a la vez que expone al país a una serie de riesgos.

Este objetivo se articuló por primera vez en un documento realizado por el Departamento de Defensa de Estados Unidos conocido con el nombre de Guía de Planificación de la Defensa (1994-1999), hecho público en 1992, el año posterior a la caída de la Unión Soviética. Fue el secretario de Defensa, Dick Cheney, quien promovió su realización con la idea de disponer de una guía para el desarrollo del ejército estadounidense en la época de la Posguerra Fría.

Esta guía exponía de manera muy clara el objetivo predominante de mantener a cualquier precio el papel de Estados Unidos como única superpotencia mundial. El texto señalaba que la principal prioridad del ejército estadounidense era evitar la emergencia de un rival en el territorio de la antigua Unión Soviética, o en cualquier otro lugar, que supusiera una amenaza al orden estadounidense. Este documento tenía que funcionar como una guía de estrategia militar para el establecimiento de su superioridad sin ningún rival y contra cualquier posible potencia para dominar la zona atlántica y la región del Golfo.

Aunque se realizó de forma secreta, en 1992 el New York Times y otros diarios americanos lo filtraron a la prensa, lo que ocasionó una gran ola de críticas, especialmente en Europa, donde se recibió como un documento muy arrogante y militarista. Justamente apareció en un momento difícil, después de la Guerra Fría, cuando se suponía que había un movimiento de alejamiento de este militarismo a ultranza. Ante la presión europea, el presidente Bush se vio obligado a rechazar públicamente este documento y a adoptar una política exterior menos arrogante y ofensiva. Sin embargo, esta versión original representa, de hecho, la manera más honesta y precisa de expresar la política exterior de Estados Unidos y ha dominado su pensamiento estratégico militar hasta nuestros días.

En un primer momento, este objetivo se concretó en una estrategia defensiva estática que buscaba perpetuar el estatus privilegiado de Estados Unidos como única superpotencia mundial, tal como era en 1992. Es decir, se trataba de fosilizar el escenario resultante del fin de la Guerra Fría y la caída de la Unión Soviética. Esta perspectiva estática dominó la política exterior estadounidense durante la administración Clinton y durante la primera administración Bush. Sin embargo, en la última, algunas voces la consideraban inapropiada. De hecho, la segunda administración Bush, muy influenciada por el pensamiento ultraconservador, concluyó que un enfoque defensivo inmovilista no era suficiente y el poder militar se concibió desde una perspectiva mucho más ofensiva. Había que reconfigurar el mundo para que fuera aún más ventajoso para Estados Unidos e imponer los valores americanos, sobre todo en aquellos países más resistentes a la dominación norteamericana.

Diferentes estrategas, como el mismo Dick Cheney, consideraron que Estados Unidos gozaba de un poder militar tan elevado que debía ser capaz de sacudir las estructuras políticas y económicas que dominaban Oriente Medio y reconfigurar un nuevo marco regional que condujera a la imposición de los intereses y valores estadounidenses.

De hecho, si bien la explicación directa de la invasión de Irak en 2003 gira en torno a la necesidad del gobierno estadounidense de garantizar el control sobre los ricos pozos de petróleo iraquíes, para el presidente Bush y sus asesores el objetivo principal de la invasión fue demostrar la eficacia de la potencia militar estadounidense. La invasión de Irak tenía que funcionar como una demostración de fuerza que sacudiera el orden prevalente en Oriente Medio y estableciera las bases para una nueva era más ventajosa para los intereses nortemaericanos.

La elaboración de esta estrategia fue muy anterior a los atentados del 11-S, pero, cuando estos se produjeron, Bush, Cheney y otros miembros de la élite política norteamericana aprovecharon este momento histórico para poner en marcha su plan para una utilización ofensiva de la potencia militar de Estados Unidos. Evidentemente, había voces que estaban en contra de esta utilización agresiva de la potencia militar, pero no tuvieron eco.

De este modo, el ejército estadounidense invadió Irak bajo el régimen de Saddam Hussein y se esperaba que este ataque fuera tan decisivo y contundente que tuviera un efecto de onda de choque en todo Oriente Medio y provocara una serie de cambios históricos favorables a Estados Unidos. También se esperaba que el pueblo iraquí diera la bienvenida y acogiera positivamente esta invasión, impulsando un régimen favorable a los intereses estadounidenses.

Como ustedes saben, esto no sucedió. Los países de Oriente Medio no se sometieron a la presión norteamericana y, por el contrario, fortalecieron su resistencia a la intervención de EEUU en toda la región. Del mismo modo, la población iraquí tampoco dio la bienvenida al nuevo régimen impuesto por Washington. Muchos líderes indígenas o locales extremaron sus posiciones, a menudo utilizando medios irregulares no convencionales –también llamados asimétricos– para contraponer el poder y la potencia militar de la zona. Teniendo en cuenta todas sus implicaciones, la invasión de Irak se convirtió en un hecho capital para Estados Unidos. Desde 2003, el ejército estadounidense ha estado luchando en Irak por un motivo muy concreto: evitar la derrota y poder terminar sin exponerse a la debilidad de su capacidad militar.

En 2008, parece que las élites políticas americanas vieron cómo el esfuerzo de seguir manteniendo esta estrategia ofensiva no sólo había sido un fracaso, sino que, peor aún, había amenazado la capacidad de Estados Unidos para garantizar su objetivo principal de mantener su hegemonía como superpotencia mundial. La guerra de Irak había debilitado gravemente el ejército y el poder militar estadounidense, había vaciado las arcas del Estado y había debilitado también sus alianzas, hasta tal punto que la propia capacidad de Estados Unidos para seguir manteniendo la hegemonía se vio seriamente amenazada.

Este fue, de hecho, el primer delito del presidente Bush a los ojos de las élites americanas y explica los esfuerzos destinados para la elección de Obama en 2008. Cuando el presidente Obama llegó al poder en 2009 tenía el apoyo de muchos americanos e incluso de muchos republicanos por una razón predominante: había prometido, una vez más, intentar preservar la hegemonía y la posición mundial como objetivo principal de la política exterior de Estados Unidos, aunque rechazando cualquier intento de utilizar el poder militar, como había hecho el presidente Bush.
De este modo, el presidente Obama llegó al poder con un objetivo: recuperar los daños provocados por la guerra de Irak y restaurar el estatus de Estados Unidos como primera potencia mundial, es decir, restituir la situación tal y como era en 1992, cuando nadie había cuestionado su rol de superpotencia. Sin embargo, desde 1992 hasta la actualidad se han producido cambios muy importantes en la situación de Estados Unidos con relación al panorama internacional. Sin pretender hacer una lista exhaustiva, una tarea que conllevaría una conferencia entera, sí es interesante señalar algunos de los más significativos.

El ejército norteamericano se ha visto seriamente perjudicado por las guerras de Irak y Afganistán, de manera que ya no se ve tan invencible como parecía que lo era en 1993. Aunque todavía no hemos asistido a la emergencia de ningún actor equivalente a Estados Unidos en términos de potencia militar, sus adversarios han encontrado nuevos medios para combatirlo, como los ya mencionados medios «asimétricos». Por otra parte, las elevadas bajas de militares estadounidenses en guerras como las de Irak y Afganistán, entre otros hechos, han afectado seriamente a su poder militar cuestionando su utilización.

Al mismo tiempo, el poder económico de Estados Unidos se ha visto gravemente erosionado por la guerra. En lo que llevamos de año, el gobierno americano se ha gastado ya 1.000 billones de dólares (un billón de dólares en terminología europea) en las guerras de Irak y Afganistán. Además, aún tendrán que afrontar importantes gastos en cuanto a necesidades sanitarias, como por ejemplo aquellas destinadas a atender a los soldados con profundas afectaciones psicológicas causadas por las situaciones de extrema violencia.

En los últimos años, la economía norteamericana se ha visto también perjudicada por los elevados precios del petróleo y, sobre todo, por el aumento de importaciones de mercancías de China. Del mismo modo, la crisis que empezó en Estados Unidos debido a fluctuaciones en el sistema y de la existencia de serias lagunas en el sistema económico estadounidense, ha perjudicado gravemente la economía del país, sin que se haya producido todavía ninguna recuperación notable.

Otro de los cambios significativos que han surgido en las últimas dos décadas está relacionado con la emergencia de China como una nueva potencia económica mundial. Si bien 1992 fue el punto de inicio de la emergencia de China, en aquel momento no supuso un problema como país capaz de presentar batalla a Estados Unidos y, por tanto, no se planteaba como un reto militar.

Hoy en día, aunque Estados Unidos sigue siendo una potencia sin rival desde el punto de vista militar, China se ha convertido en un rival económico que amenaza la hegemonía norteamericana como única superpotencia mundial, lo que nadie previó en 1992. La economía china está progresando mientras que la americana está estancada, lo que supone un problema serio. Aparte de eso, estamos asistiendo también a la emergencia de otras potencias, como India, Brasil y Rusia, entre otros, que empiezan a imponer sus intereses en diversas partes del mundo.

Todo ello se inscribe en un entorno global que el presidente Obama y sus aliados intentan restituir -en el sentido de restituir la hegemonía americana- a pesar de las reticencias de un mundo más hostil a los intereses estadounidenses y en un momento donde sus capacidades se han visto fuertemente reducidas respecto a las que tenía en los años 90.

Una vez expuesta la situación actual desde Estados Unidos en contraste al escenario de los años 90, podemos empezar a entender cuáles son los principios subyacentes a la política exterior de Obama. En mi opinión, su principal objetivo es, a grandes rasgos, intentar contrarrestar el declive del poder estadounidense y restaurar su estatus como única superpotencia internacional utilizando todos los medios que tenga a su disposición. Lo que se refiere no sólo al poder militar, que es efectivo, sino cada vez más a la diplomacia, estrategias de persuasión, estrategias de relaciones públicas, medios de comunicación o campañas de propaganda.

En la práctica, estos objetivos o principios más generales se han concretado en acciones y medidas políticas que nos informan sobre las actuales prioridades de la administración Obama y definen la actual relación de Estados Unidos con diferentes partes del mundo.
La primera prioridad del presidente Obama ha sido sacar a Estados Unidos de Irak, de una guerra que ha demostrado ser un auténtico fracaso, y eliminar así esta carga constante, tanto militar como económica, que supone una guerra de estas características.
Efectivamente, como ya se ha comentado, en lugar de fortalecer el poder estadounidense, la guerra de Irak lo ha debilitado gravemente, con un coste igual a dos terceras partes de los 1.000 billones de dólares mencionados y con el debilitamiento de la capacidad militar del ejército.

La segunda prioridad de Obama parece ser la de intentar buscar una fórmula eficaz para una salida honrosa de Afganistán. Como Irak, Afganistán ha supuesto para Estados Unidos un coste insostenible desde el punto de vista militar y económico. Ahora bien, para el presidente Obama Afganistán representa la «buena guerra» en contraste con Irak, que había sido la «mala guerra». Bajo estas declaraciones se escondía el temor del presidente de EEUU a una salida precipitada de Afganistán que podría poner en duda su credibilidad. Para el presidente Obama sería un suicidio político retirarse de Afganistán sin enfrentarse de manera efectiva a la amenaza que representan Al Qaeda, Osama Bin Laden y los santuarios del norte de Pakistán. Así, la actual prioridad de Obama y de Estados Unidos es retirarse de Afganistán de tal manera que la credibilidad de los Estados Unidos no se vea puesta en duda y que Al Qaeda no tenga las manos libres para seguir actuando impunemente en las zonas del norte de Afganistán.

Sinceramente, me parece un objetivo inalcanzable, aunque esto es a lo que Obama y sus consejeros dedican buena parte de su tiempo, mucho más que a otros temas de política exterior. De hecho, uno se ha de plantear qué representa una prioridad en la política exterior estadounidense basándose en el tiempo que Obama y su gabinete dedican a cada tema.

Aparentemente, parece que la administración Obama está trabajando para conseguir una especie de acuerdo de distribución de poder compartido con el presidente Karzai, un acuerdo con algún tipo de contraprestación para el gobierno afgano por el que deje de aceptar la presencia de Al Qaeda en su territorio. Dudo que se pueda conseguir, pero este es uno de los objetivos actuales de Estados Unidos con relación a Afganistán, que podría posibilitar una futura retirada del país.

Esta prioridad guarda una estrecha relación con dos objetivos más de la administración Obama. El primer objetivo apuntaría directamente al gobierno de Pakistán. El presidente Obama trabaja para que este juegue un rol más agresivo a la hora de combatir a los talibanes y Al Qaeda en la región de Waziristán, un objetivo especialmente problemático y difícil de conseguir.

El segundo objetivo, relacionado con el conflicto de Afganistán, sería encontrar nuevos medios armamentísticos y militares, técnicamente viables, para controlar las células islamistas en esta región de Waziristán. Parece que Estados Unidos se plantea la posibilidad de utilizar armas de vanguardia, como aviones sin piloto, para perseguir y asesinar a los líderes en sus escondites. Se trataría de poner en marcha una nueva forma de guerra en la que la presencia militar no implicara necesariamente una presencia física en el territorio. Esta nueva estrategia podría disminuir la resistencia que causa a Pakistán y Afganistán la presencia de soldados estadounidenses, al tiempo que podría evitar el elevado número de bajas entre las filas estadounidenses.

Después de Irak, Afganistán y Pakistán, la siguiente prioridad de Estados Unidos parece que es Irán. Este hecho es muy coherente con el objetivo principal de la ya citada guía de defensa de 1992 que, recordémoslo, explicitaba de forma clara que Estados Unidos nunca deberían permitir la emergencia de un rival en el área del Golfo que pudiera amenazar su suministro de petróleo. Esta es la razón por la que Estados Unidos intervino en la primera guerra del Golfo Pérsico en 1991 y explica también parcialmente la decisión de invadir Irak en 2003.

Como consecuencia de la invasión de Irak por parte de Estados Unidos, el rival potencial más importante en esta zona sería precisamente Irán. Así pues, uno de los objetivos predominantes de los Estados Unidos es contrarrestar la influencia creciente de Irán en la zona. Un objetivo que parece estarse afrontando no de manera explicita y abierta, sino a través de medios encubiertos. Este objetivo pasa, evidentemente, por evitar que Irán pueda obtener armamento nuclear, ya que esto supondría justamente un aumento de la influencia y prestigio de Irán en la zona. Por otra parte, esta prioridad explica también la decisión anunciada por la administración Obama de proporcionar a Arabia Saudí una cantidad de armamento militar equivalente a seis millones de dólares. Lo que explica el esfuerzo de Estados Unidos de movilizar a la comunidad internacional para imponer sanciones económicas a Irán. Se trata de trabajar para obligar a la comunidad internacional e Irán a negociar una rendición ante esta situación.

Me temo que estos esfuerzos acaben fracasando y que Irán persista en sus intentos no tanto de conseguir armamento nuclear, sino la capacidad de desarrollar y producir por sí mismo armamento nuclear. Si este es el caso, creo que el presidente Obama no encontrará otra opción que intervenir con medios militares. Si bien esto no parece muy probable ahora mismo (octubre de 2010), podría ser diferente dentro de seis o diez meses, si no ha habido ningún progreso en los intentos de obligar a Irán a renunciar a sus ambiciones.

Por tanto, sería posible escuchar, dentro de unos diez meses, un discurso de Obama anunciando el inicio de una intervención en Irán, señalando la amenaza que podría suponer este país si dispusiera de armamento nuclear, alegando una serie de esfuerzos llevados a cabo junto con la Comunidad Internacional y Naciones Unidas, que habrían sido desestimados por el gobierno iraní.

Estos países, Irak, Afganistán, Pakistán e Irán ocupan, seguramente, el 90% del tiempo que el presidente Obama dedica a la política exterior de Estados Unidos, en detrimento del tiempo que dedica a África, a ciertas regiones de América o, incluso, a Europa, salvo, claro está, a los asuntos europeos que le afectan directamente. El 10% restante del tiempo se centra en Rusia y China. En el esfuerzo por mantener su liderazgo, Estados Unidos es consciente del rol que estos países juegan en los asuntos mundiales y, especialmente, en las regiones vecinas, como Eurasia y el Sudeste Asiático.

Del mismo modo, Estados Unidos admite, aunque con cierta resistencia, que sus objetivos en países como Afganistán o Irán no se pueden alcanzar sin la colaboración de Rusia y China. Esto implica que una parte importante de la política exterior norteamericana se basa en encontrar la manera de conseguir que estos países le sean favorables.

Dado que no es posible coaccionar mediante una amenaza militar, hay que encontrar incentivos y «castigos» para lograr esta cooperación, lo que se traduce a menudo, tal y como el presidente Obama ya ha podido comprobar, en la necesidad de hacer concesiones favorables a los intereses de estos países. De este modo, si bien es cierto que la administración Obama no goza de una posición cómoda en este tipo de pactos, está obligado a hacerlos y es por este motivo por el que trabaja intensamente en la búsqueda de soluciones que, sin suponer un coste demasiado elevado para Estados Unidos, comporten un acercamiento respecto a Moscú y Pekín.

Como ustedes sabrán, ya se han producido algunas concesiones, como por ejemplo la aceptación por parte del presidente Obama de abandonar la ubicación de misiles estadounidenses en Polonia, y, seguramente, se irán produciendo más negociaciones de este tipo en los próximos meses.

En cuanto a China, la situación es más complicada. A los líderes estadounidenses les gustaría encontrar maneras de colaborar, pero no está nada claro qué es lo que Estados Unidos puede ofrecer. Salvo Taiwán, una cuestión que de momento los norteamericanos no están dispuestos a poner sobre la mesa, parece que Estados Unidos no tiene mucho más que ofrecer.

Otra posibilidad sería contar con la ayuda europea en todos estos temas y, de hecho, Washington espera cierta ayuda. Sin embargo, no considero que Europa esté en situación de jugar un papel demasiado importante a nivel mundial, fuera del propio continente y de sus entornos más inmediatos. Francamente creo que esta es la visión de los líderes norteamericanos, de manera que el hecho de cultivar las relaciones con Europa no parece que sea ahora mismo -a diferencia de lo que solía ser en el pasado- una prioridad de la actual política exterior de EEUU.

Contrariamente a ello, Estados Unidos está buscando nuevos aliados que puedan ser mucho más útiles a la hora de conseguir sus objetivos, como por ejemplo India. De hecho, Obama viajará a India el próximo mes en un encuentro de gran importancia en el que el presidente Obama intentará acercarse a este país para que colabore en las negociaciones entre Estados Unidos y China. También se están restableciendo contactos con Indonesia, una tendencia que se irá acentuando.

Espero que mi intervención les haya dado una idea de cuál es, a mi entender, la agenda de la política exterior estadounidense en estos momentos y su vínculo con el objetivo que ha vertebrado la exposición, es decir, con la intención de Estados Unidos de restaurar su poder en el escenario internacional y, especialmente, en aquellas zonas donde últimamente se ha visto más erosionado.

Me gustaría hacer dos reflexiones finales. La primera y más breve es señalar que esta estrategia no sólo tiene consecuencias para Estados Unidos, sino para todo el mundo. La segunda observación está relacionada precisamente con las graves implicaciones que esta estrategia tiene para mi propio país, Estados Unidos. Pienso que esta tendencia es un desastre para el país. Se trata de un modus operandi desmesuradamente caro y está poniendo a EEUU en una situación de endeudamiento creciente, haciendo aumentar de forma seria el déficit federal y el déficit de la balanza comercial. Además, está excediendo la capacidad militar estadounidense, poniéndola al límite.

Todo ello tiene lugar en un momento en que la economía americana se encuentra en una situación muy débil. Estados Unidos apenas está empezando a salir de la recesión económica, con el peligro de que se desencadene una nueva. Además, las elevadas tasas de desempleo están provocando un importante malestar público.

Mientras los fondos federales van a parar al gasto militar, el gobierno es incapaz de hacer frente a las necesidades prioritarias de la política interior. Nuestra infraestructura se está desmontando, nuestras escuelas se encuentran en un estado nefasto y nuestro sistema sanitario no funciona. Las prioridades de Estados Unidos está tan sesgadas, tan sometidas al predominio y la hegemonía estadounidense, que faltan recursos que destinar a las necesidades domésticas del país.

Me gustaría decir que esto está llevando a una situación de cambio militar, pero, contrariamente, está causando un movimiento favorable al pensamiento ultraconservador representado por el Tea Party. Es decir, no a un movimiento antimilitarista, sino a un clima antigubernamental que, seguramente, llevará a la derrota del Partido Demócrata en las próximas elecciones, con todos los peligros que esto puede suponer: más decadencia, más crisis económica, más militarismo y un giro hacia la derecha más conservadora de los movimientos políticos de Estados Unidos. Con todo ello, la estrategia del presidente Obama parece que es un desastre no sólo para los Estados Unidos, sino para el mundo entero.

Extracto del debate


Una hipotética guerra en Irán

Los últimos informes realizados por la Organización Internacional de la Energía Atómica señalan que Irán parece estar produciendo uranio enriquecido en un grado que sugiere la posibilidad de producir armamento nuclear. Estos informes apuntan también a una capacidad creciente de Irán para acumular la cantidad suficiente de uranio enriquecido para fabricar la bomba atómica.

Me temo que, si en los próximos 10 meses la comunidad internacional, encabezada por Estados Unidos, no consigue convencer al gobierno iraní para que ceda en sus pretensiones de producir armamento nuclear, es muy probable que asistamos a un ataque de las fuerzas aéreas estadounidenses en Irán.

Efectivamente, hay indicios que muestran cómo Estados Unidos parecen estar preparándose para una posible intervención en Irán. Recientemente, Arabia Saudí ha prometido devolver a China la misma cantidad de petróleo que tiene invertida en Irán en el caso de que las reservas de petróleo de este país fueran destruidas en un futuro.

Este hecho nos puede dar una idea de la seriedad de una situación en la que juegan una gran diversidad de actores. Para empezar, China ya está utilizando medios diplomáticos para asegurar sus intereses en la zona. Sin embargo, tal y como indica el pacto establecido con Arabia Saudí, no se espera ninguna intervención por parte del gobierno chino en el caso de que el ataque se llevara a cabo.

El gobierno iraní también puede jugar un rol muy importante en la decisión que finalmente tome el presidente Obama. A diferencia de lo que se piensa habitualmente, el poder político iraní está dividido entre diferentes voces que luchan entre sí. De una parte, el presidente Ahmadineyad mantiene una postura rígida y completamente anti-americana, del otro, el líder espiritual, el ayatolá  Alí Jamenei, mantiene una postura más flexible y más abierta a negociar con la comunidad internacional. Finalmente, la oposición juega un papel importante en el cuestionamiento de las políticas y posturas del gobierno.

La administración Obama es consciente de la rivalidad interna que existe en Irán y se intenta aprovechar para evitar una intervención que podría tener unas consecuencias nefastas para la estabilidad internacional y para los mismos Estados Unidos. De hecho, Estados Unidos parece estar utilizando todos los medios a su alcance para desestabilizar al gobierno iraní y así presionar para que actúe según sus propios intereses. Por un lado, está utilizando medios diplomáticos para ganarse la colaboración y el apoyo de la comunidad internacional, como en el caso de las sanciones económicas y, por otro lado, está poniendo en marcha una serie de estrategias encubiertas, aprobadas por el propio congreso, como la financiación de la oposición al presidente Ahmadineyad.

Algunas de estas estrategias ya están dando resultados. Irán se encuentra en una situación de crisis económica que está ocasionando un alto nivel de malestar entre la población. Para frenarlo, el presidente Ahmadineyad hace gala de su anti-americanismo más acérrimo, con el que pretende cohesionar una población cada vez más dividida. Sin embargo, está por ver si esta vía permitirá que las voces más cercanas al consenso tengan poder para decidir.

En caso de una respuesta afirmativa del gobierno iraní a las demandas de los Estados Unidos y la comunidad internacional, que permitiera inspecciones más invasivas en las plantas de enriquecimiento de uranio de que dispone el país o, sobre todo, la entrega del uranio enriquecido que Irán acumula, el presidente Obama saldría ganador de una situación que podría ayudarle a ser reelegido en las próximas elecciones presidenciales.

En caso contrario, Obama se vería con la necesidad de actuar para evitar su suicidio político. En el contexto de la cultura política estadounidense y ante el fracaso de sus propuestas en políticas domésticas, Obama no puede permitirse el lujo de dejar que Irán anuncie su capacidad de producir armamento nuclear sin ver seriamente amenazada su carrera política.

China y la lucha por los recursos

Nos encontramos en un momento inusual en la historia en el que estamos asistiendo al surgimiento de una nueva superpotencia económica, como es China, a la vez que presenciamos el declive de la que ha sido la única superpotencia mundial desde el final de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos.

La tarea prioritaria del peacemaking en la actualidad es crear las condiciones adecuadas para garantizar que esta reestructuración del escenario internacional, este transferencia de poder de Estados Unidos a China, se lleve a cabo de la manera más pacífica posible.

Esto pasa por la creación nuevas estructuras internacionales más adecuadas al actual escenario mundial, pero, sobre todo, por el desarrollo de alternativas energéticas que impidan una lucha por los recursos capaz de ocasionar un conflicto abierto entre los Estados Unidos y China.

En su publicación más reciente, «Planeta sediento, recursos menguantes», Michael T. Klare señala que la principal amenaza para la paz en el siglo XXI proviene, justamente, de la lucha por unos recursos cada vez más escasos, como son el petróleo, los minerales o el agua, en un momento en que países emergentes como China, India o Brasil empiezan a elevar sus tasas de consumo hasta equipararse en un futuro no muy lejano a las de los países desarrollados, creando una situación de sobre exceso de demanda.

Consciente de este peligro, el presidente Obama viajó a Beijing el pasado noviembre para firmar una serie de acuerdos con el gobierno chino para el desarrollo de sistemas energéticos alternativos eficientes. Parece pues que, efectivamente, la administración Obama trabaja para fomentar la cooperación con China y evitar así la que podría ser una segunda Guerra Fría.

Últimamente, los diarios estadounidenses se han hecho eco de la decisión de China de continuar con el bloqueo de tierras raras. Las tierras raras, son un tipo de minerales transuránicos muy inestables y difíciles de encontrar en la naturaleza, pero muy valiosos para su utilización en productos de alta tecnología. China tiene el 95% de las reservas mundiales, mientras que el 5% restante se encuentra en algunos países africanos y Mongolia.

Cuando, en septiembre, China anunció el bloqueo se entendió que era una estrategia de presión para resolver el conflicto pesquero que tenía con Japón. Una vez el conflicto ha finalizado, no está claro el motivo por el que China no ha retomado las exportaciones.

En un primer momento, se creía que era una forma de presionar en la cuestión de la guerra de divisas. Sin embargo, en los últimos días se está barajando la opción de que China pretenda recuperar la producción de vehículos híbridos que necesita de estos materiales y que ha ido a parar a manos de la empresa Toyota.

Un acto como este puede ser interpretado por algún sector de Estados Unidos como un acto de pre-guerra. Así pues, a pesar de los esfuerzos del presidente Obama de crear unas buenas relaciones con el gobierno chino, cada vez son más presentes las voces, sobre todo provenientes de los partidos de la oposición, que están fomentando un sentimiento antichino entre la población americana como una estrategia para debilitar la actual administración.

Aún más peligrosas resultan las posturas de todo un sector del complejo militar-industrial de Estados Unidos que están promoviendo un sentimiento de amenaza proveniente de China. Específicamente, se trata de los contratistas de la armada americana que podrían verse altamente beneficiados por un enfrentamiento entre China y Estados Unidos, que, de producirse, debería efectuarse por mar.

Sólo un rival como China podría justificar grandes cantidades de gasto militar para la fabricación de material destinado a la armada, como son los misiles o bombarderos, ambos armamentos muy costosos. Teniendo en cuenta que, con sólo un 4% de la población mundial, Estados Unidos dedica al gasto militar la mitad del total que se destina en el mundo y que este dinero se lo compiten entre las fuerzas aéreas y la armada, la cantidad de dinero que está en juego es peligrosamente alta.



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