Después de Gaddafi, ¿Al Assad?
En estos últimos días, el discurso del gobierno iraní acerca del régimen sirio de Bachar Al Assad, uno de sus mayores aliados, ha cambiado. Ahmadineyad ha empezado a recomendar al presidente sirio que detenga la represión de la oposición y que emprenda un diálogo para alcanzar una solución política del conflicto.
Pero, aunque en el hipotético caso de que Bachar Al Assad le
escuchara, es difícil pensar que la población siria, que sigue saliendo a
las calles de varias ciudades a pesar de los asesinatos, de las
detenciones, las torturas y desapariciones, se conformaría ahora con
dialogar con un presidente tan odiado, sobre todo si las perspectivas
fueran de que éste siguiera gobernando. Más aun, algunos exponentes de
la oposición siria empiezan a pedir la intervención de la comunidad
internacional para proteger a la sociedad de la represión mientras que,
hasta hace pocos días, rechazaba tajantemente cualquier intervención
extranjera. Seguramente, el éxito de las fuerzas rebeldes libias,
ayudadas por la OTAN, tiene su peso en este cambio de actitud.
En
este sentido, Alain Juppé, ministro de exteriores francés, ha dado un
paso adelante, acusando al régimen sirio de crímenes contra la
humanidad. El ex primer ministro británico Tony Blair, en una entrevista
al diario The Times, ha defendido un cambio de régimen en Siria e Irán,
acusando al segundo de ser el culpable de fomentar y prolongar las
tensiones y los combates en Irak y Afganistán. ¿Tenemos que interpretar
estas declaraciones como otra iniciativa franco-británica para animar a
la comunidad internacional a intervenir en Siria, como hicieron para
Libia? La verdad es que la situación es muy complicada, pero la
Brookings Institutions, el think tank que ha estado asesorando al
presidente Obama bastante de cerca desde antes de su elección, ya ha
elaborado unas cuantas recomendaciones que, presumiblemente, el
presidente norteamericano tendrá en consideración. Tales recomendaciones
son de dos tipos. Por un lado, se aconsejan acciones políticas con el
objetivo de promover un cambio de régimen rápido, apoyando a un
hipotético homólogo sirio del Consejo Nacional Libio, con la
participación de las potencias vecinas, entre ellas Turquía y Arabia
Saudita. Sin embargo, en este sentido, hay que tener en cuenta las
crecientes tensiones en las relaciones entre Turquía e Israel, lo cual
muy presumiblemente hará que Estados Unidos se aleje de la primera a
favor de la segunda, sobre todo ahora que se acerca la votación sobre el
Estado Palestino en la Asamblea General de Naciones Unidas. La segunda
serie de recomendaciones es de tipo militar: la Brookings Institution
plantea cuatro posibles escenarios militares en Siria, declarándose a
favor de una operación naval para implementar las sanciones, sobre todo
de las exportaciones de petróleo y de productos de alta tecnologías,
combinada con una campaña aérea, a través de la cual se bombardearían
las estructuras del régimen sirio, como bancos, plantas de energía
eléctrica e infraestructuras del partido Baaz.
Siempre según la
Brookings Institutions, la alternativa a una intervención militar sería
dejar que la situación siguiera estancada como está, y esto podría
suponer que la oposición siria decidiera tomar las armas, sobre todo
porque parece que en el ejército sirio estén aumentando las deserciones a
favor de la población. En este caso, Siria caería en una guerra civil. Y
una Siria enfrascada en una guerra civil interesa mucho menos que un
cambio de régimen en este país, sobre todo a sus vecinos más directos,
entre ellos Israel, ya muy ocupado (y preocupado) con el cambio de
régimen de Egipto y su frontera con la región del Sinaí.
Por otro
lado, justo en estos días, el presidente Obama está presentando su plan
para la creación de puestos de trabajo e inversiones al sector
empresarial por un total de 447 mil millones de dólares. Quizás, la
producción de armas y los demás productos y servicios para una
intervención militar directa o indirecta contra el régimen de Bachar Al
Assad, según la administración norteamericana, supondría un respiro para
varias empresas y, consecuentemente, para la economía del país. En
estos días se conmemora además el décimo aniversario del 11-S, tras el
cual el ex-presidente norteamericano (que, por cierto, vive
tranquilamente sin correr el menor riesgo de ser juzgado por sus
crímenes de guerra) George W. Bush, elaboró la fórmula de los “estados
canallas” culpables de apoyar organizaciones terroristas. Siria siempre
ha sido uno de estos estados “parias”. Tras haber conseguido eliminar a
Osama Bin Laden, Obama podría considerar otro buen resultado derrocar
uno de los últimos regímenes totalitarios no aliados de Estados Unidos
que quedan en Oriente Medio. Teniendo en cuenta por otro lado que la
mayor parte del pastel libio se lo han quedado países europeos como
Francia y Reino Unido, como premio por haber asumido la mayoría de la
operación de la OTAN en Libia, y que se presenta una ocasión inmejorable
de aislar ulteriormente a Irán, parece cada vez más plausible algún
tipo de intervención militar en Siria. Una intervención sumamente
peligrosa, porque Siria no se parece en nada a Libia y en mucho a Irak.
Aquel mismo Irak que los Estados Unidos tratarán de dejar totalmente muy
pronto y cuya invasión (que tenía que ser una operación relámpago) ha
supuesto y sigue suponiendo un enorme fracaso de la comunidad
internacional. Un fracaso que Irak lleva ocho años pagando a un precio
inmensamente caro.