El laberinto eterno del conflicto palestino
Después de Jimmy Carter, probablemente ningún Presidente de los Estados Unidos como Barack Obama puede cultivar mejores esperanzas para hacer avanzar el proceso de paz entre israelíes y palestinos.
No obstante, la situación en que se encuentra la Administración Obama, el proceso electoral que sobreviene, las inquietudes internas dentro del Partido Demócrata y la creciente oposición republicana, no ayudan a fortalecer y concentrar el liderazgo de Obama en uno de sus objetivos clave en política exterior. Afganistán se encuentra en una situación delicada; Irak ha sido resuelto con una retirada falta de buenos augurios, y el conflicto palestino desespera y parece que no avanza al ritmo que se hace más que necesario, urgente.
El Primer Ministro israelí, Benjamin Netanyahu, es posiblemente el mejor posicionado para liderar unas conversaciones de paz desde Israel. Un líder laborista motivaría más oposición a pesar de que posiblemente tendría más capacidad para contribuir de manera seria y comprometida al tan esperado proceso de paz. Sin embargo, la situación en la que se encuentra el Gobierno israelí, fundamentada en pactos y coaliciones, no facilita caminar hacia opciones políticas que requieren flexibilidad en las conversaciones pero criterio claro en el Gobierno, además de capacidad para lograr compromisos serios y de fondo. Sin embargo, tocan a su fin los 10 meses de moratoria en la construcción de los asentamientos colonos, y volvemos a la situación anterior sin haber aprovechado este tiempo para resolver uno de los polvorines del conflicto, que sigue encendiéndose día a día.
En tercer lugar, la situación palestina no ha hecho más que empeorar desde la muerte de Yasser Arafat, en diferentes frentes. A medida que han avanzado los asentamientos en territorio árabe ante la impotencia del Gobierno palestino y la incapacidad de comprometer más a la comunidad internacional, Cisjordania y Gaza han quedado cada vez más desunidas no sólo territorialmente, sino también política e ideológicamente, debilitando las opciones de liderazgo y gobierno del Primer Ministro palestino, Mahmud Abbas.
Si bien es evidente que sólo se puede caminar hacia la creación de un Estado Palestino, y este es un objetivo insoslayable que todas las partes saben perfectamente que deberán alcanzar tarde o temprano, la situación es tan complicada en todos los frentes que no se puede consensuar el camino adecuado para trepar los pasos firmes que permitan conducir hacia la solución del conflicto, de una vez por todas.
Después de décadas de enfrentamientos, terrorismo y intifadas, asentamientos y provocaciones de unos y otros, el conflicto está lejos de amortiguarse. Más aún, ni israelíes, ni palestinos ni norteamericanos encuentran la manera de salir de un lío tras otro que no hace más que bloquear el proceso de paz. En consecuencia, las conversaciones se convierten en un ensayo estéril de ineficacia que profundiza el drama de un conflicto altamente complejo, y lo encauzan en un laberinto que parece eterno.