Evolución y papel de los niños y niñas soldado en los conflictos armados
Artículo publicado en la Revista Papers, de la Lliga dels Drets dels Pobles
Los niños y niñas soldados suponen una de las caras más terribles de los conflictos armados. Sin tener datos exactos UNICEF calcula que hay unos 300.000 en todo el mundo, en un total de 20 países: Afganistán, Colombia, Iraq, Líbano, Nigeria, Siria, Somalia, Sudán y Yemen son algunos de ellos.
La organización de Naciones Unidas para la infancia también define
como niños y niñas soldado a aquellos menores de 18 años que hayan sido
reclutados por una fuerza beligerante, hayan o no hayan llevado armas,
ya que son reclutados para realizar todo tipo de labores como espías,
combatientes, centinelas o esclavos sexuales. En casos más recientes
también están siendo utilizados como bombas por parte de grupos
terroristas como Boko Haram en Nigeria. La franja de edad de integración
de los niños en guerrillas y ejércitos va de los 5 a los 15 años.
Históricamente
y en diversas culturas tradicionales, la participación de los niños en
las guerras se ha dado o ha tomado diferentes formas, en algunas
culturas no se ha permitido a los niños participar de la guerra hasta 3 o
4 años después de la pubertad, aunque sí podían ser adiestrados y
servir como portadores de armas de los considerados adultos como por
ejemplo durante la Edad Media. Cuando no se les ha permitido participar
ha sido más por razones de tipo pragmáticas que éticas, ya que la fuerza
para manejar las armas y para resistir la guerra se ha considerado
propia de hombres adultos.
A comienzos de este siglo ya tenemos
constancia del uso de niños soldados tanto en la Primera como en la
Segunda Guerra Mundial. El ejército alemán integra a sus jóvenes en la
guerra ante la inminente victoria de los aliados, la desesperación
requería de la ampliación de efectivos fueran de la edad que fueran, en
un desesperado intento de salvar al III Reich de la destrucción, algo
que también hizo el imperio japonés. Muchos niños también formaron parte
de las resistencias que surgieron en Europa para combatir a la invasión
nazi, eran utilizados principalmente en labores de espionaje y
sabotaje. Muchos se alistaban voluntariamente, probablemente altamente
influenciados por el aparato de propaganda desplegado por todas las
partes.
Son varios fenómenos los que hacen que se produzca un cambio
notable en la percepción social que se tiene de los niños y niñas
soldado. Por un lado, el nivel de destrucción sin precedentes de la dos
Guerras Mundiales, que producirán grandes cambios políticos y sociales
sobre la guerra que llevarán a la comunidad internacional a la
actualización y ampliación de los Convenios de Ginebra en 1949, donde
sus Protocolos adicionales (1977) estipulan a los niños y niñas una
protección especial, derecho que no pierden aunque pertenezcan a alguna
de las partes beligerantes2.
Por otro, el desarrollo de los medios de
comunicación que dotarán de un mayor conocimiento a las sociedades
modernas sobre las brutalidades que generan las guerras aunque pasen en
la otra punta del mundo. Hecho ligado al desarrollo de movimientos
pacifistas y antimilitaristas que surgen a lo largo de todo el siglo XX,
que se afianzan durante su segunda mitad, que negarán la guerra como
instrumento de resolución de conflictos y la señalarán como una
herramienta de poder y opresión. Se expande una visión critica hacia la
guerra y especialmente hacia la participación de menores en ella.
Por
último, será la estabilidad del modelo de Estado-nación moderno durante
el siglo XX, que en la teoría se erige como garante y protector de la
sociedad y sus miembros, entre los que se encuentran los niños y niñas,
de los que debe asegurar su bienestar, entre cuyas garantías se
requiere que no sean integrados en el ejército hasta la mayoría de edad
legal. Este papel del Estado moderno no ha evitado que en muchos
conflictos entre Estados-nación consolidados se utilicen niños soldado,
aunque son las guerrillas y paramilitares los principales responsables
de reclutar menores.
Aunque ninguno de estos tres fenómenos ha
evitado que sigan utilizándose niños soldados en las guerras actuales,
sí ha ayudado a generar un consenso internacional sobre el papel de los
niños en las guerras como colectivo que debe ser protegido y con derecho
a no ser reclutados ni utilizados para la guerra ni los conflictos
armados.
Hablar de niños soldados también requiere reflexionar sobre
el papel que tienen los menores en su sociedad, su papel en la guerra,
los factores de reclutamiento y profundizar en sus causas, entre las que
se encuentra la pobreza, la inseguridad social y alimentaria y las
luchas de poder de los diferentes grupos armados.
Las cuestiones
materiales en las que viven los menores son determinantes a la hora de
facilitar el reclutamiento. Aquellos que han perdido su primer círculo
de protección, es decir, su familia y su comunidad, o en la que estas se
encuentran desestructuradas serán más fáciles de reclutar. Pueden ver a
los grupos paramilitares y ejércitos como una versión de la comunidad,
en este caso armada, a la que perciben como un segundo círculo de
protección una vez perdido el primero o si el primero no proporciona la
seguridad que el menor requiere. El sentimiento de seguridad se
encuentra reforzado mediante el mito de de las armas, que se convierte
en una realidad cuando en la zona se encuentran diversos grupos
enfrentados y, por tanto, pertenecer a un grupo armado y tener un arma
proporciona protección tanto a nivel psicológico como físico.
Al
mismo tiempo entrar en un grupo armado significa ser provisto de
recursos básicos, como comida, alojamiento e incluso un sueldo. Esto
ocurre tanto de forma informal, accediendo a una guerrilla o grupo
paramilitar, como formal, entrando en el ejército regular del Estado ya
que éstos prometen un sueldo y unas condiciones estables que quizás el
Estado no proporciona por otras vías de protección a los menores. Para
los grupos paramilitares, guerrillas y ejércitos, todos estos factores,
que tienen mucho que ver con la situación política y social del Estado y
la protección que éste puede o está dispuesto a proporcionar a la
sociedad en su conjunto, y a los menores en particular, pueden ser, y
normalmente así es, usados en su beneficio.
Los menores acaban
convirtiéndose en un arma en sí mismos, con menor capacidad para juzgar y
calibrar las órdenes, sin un desarrollo vital suficiente como para
cuestionar la ética de los hechos que se les plantea realizar o con una
moral ya deformada por la violencia. Se encuentran en un mayor estado
de indefensión ya que han sido despojados por los grupos armados, o por
la propia situación estructural del Estado, de su círculo de protección y
de sus derechos propios como menor y como agente social, pasando a
adquirir un valor en la sociedad por el papel que desarrollan en la
guerra.
El impacto alcanza niveles psicológicos profundos, ya que el
desarrollo personal es anulado para ser instrumentalizado como una
valiosa herramienta de guerra. La evolución de los niños y niñas
soldados se hace a través de la violencia, teniendo que afrontar
sentimientos que muchos adultos difícilmente serian capaces de
gestionar. El valor social que sienten que tienen, ya debilitado por su
papel como agentes de violencia, se anula completamente cuando son
utilizados con fines sexuales, actividad que va ligada a la esclavitud y
la explotación, lo que hace que su recuperación y reintegración sea
mucho más compleja de lo que ya de por si es.
Es importante hablar
también del uso de los niños en el terrorismo actual, un fenómeno que
cada vez es más común. Son convertidos en niños y niñas bomba, o
utilizados para pasar armas y explosivos de contrabando. Estos ya fueron
utilizados por los Tamiles en Sri Lanka, aún son utilizados por
guerrillas colombianas y por Al Qaeda o Boko Haram en Nigeria entre
otros. La instrumentalización aquí es aún más radical, son directamente
utilizados como armas por las características que le son propias como
menor: no ofrecer resistencia y una voluntad más maleable, un nivel más
bajo de sospecha hacia un niño o niña, y que probablemente tiene menos
posibilidades de entender y cuestionar lo que está ocurriendo.
Las
razones para rechazar el empleo de menores para hacer la guerra van
incluso más allá de legislaciones y códigos éticos sociales, es un hecho
que tiene un enorme impacto en el desarrollo futuro del país ya que
supone generaciones completas que tendrán que superar los traumas de la
violencia, que han perdido su escolarización y que necesitarán años para
poder alcanzar niveles normales de vida y comenzar a construir y crear
en su entorno. El reclutamiento de menores supone una deuda en el
capital social de un país, que se verá estancado con graves
consecuencias sociales y económicas. Los ejércitos regulares y los
grupos paramilitares están hipotecando a la sociedad cuando utilizan a
menores en el conflicto.
Hay una cuestión final que va más allá
cuando hablamos del reclutamiento, hoy en día el reclutamiento legal
obligatorio en muchos países se establece acorde a una barrera de edad
que una vez traspasada nos dice que esa persona ya está preparada para
participar en un conflicto armado, hecho que es cuanto menos
cuestionable. Resulta difícil poder decir cuando una persona está
realmente preparada para afrontar la guerra si no es por voluntad propia
y aún así, cómo hemos visto, la voluntad puede verse modulada por los
factores externos de inseguridad, comunidad, pertinencia, situación
material, propaganda y adoctrinamiento. Lo que sí podemos afirmar es que
cuanto menor es la persona, menos capacidad tendrá para saber lo que
está escogiendo, o más posibilidades tendrá de ver el ejército como una
salvación o una necesidad de pertinencia y de protección. Por tanto, ni
los factores de edad ni de la voluntad son realmente una justificación
en aquellos países donde se establece una edad legal para el
reclutamiento obligatorio.
En cualquier caso, lo que es indudable es
que debemos proteger a los menores de desarrollarse en un entorno de
violencia y de uso de las armas, ya que son un colectivo con derechos
propios al que se debe garantizar su verdadero valor social y su
bienestar, que está en construir y mejorar su entorno representando el
cambio que muchas sociedades necesitan.
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