Hacia una cultura de paz

Hacia una cultura de paz

La cultura, definida como el conjunto de tradiciones, costumbres y maneras de vivir de una sociedad, pauta en gran medida nuestra manera de pensar y de actuar.   La manera de entender el trabajo, de vestir, de relacionarse, por ejemplo, son bien diferentes según la cultura que estemos estudiando. Además, estas maneras de vivir son el producto de una historia particular que las hacen ser únicas. La cultura, en resumen, es una construcción social, cambiante en cuanto evoluciona a lo largo del tiempo y que explica en un alto porcentaje cómo somos y cómo pensamos.

Así pues, ¿cómo se posiciona nuestra sociedad ante un tema como la violencia? La violencia, entendida estrictamente como maltrato físico, deambula libremente en nuestras sociedades. La vemos a diario en discusiones que van más allá de las palabras, en relaciones de pareja, en las guerras,… Y por si fuera poco, a través de los medios de comunicación, las películas, los videojuegos, etc. estamos constantemente impactados por actos y situaciones violentas. Tal es la magnitud y la abundancia de la violencia en nuestras vidas que pensamos que está justificada en muchas situaciones (los buenos de las películas, por ejemplo, están más que legitimados para hacerla). La violencia, pues, parece estar cómodamente instalada en nuestro día a día, en nuestra cultura.

Y las consecuencias de una cultura dónde la violencia está bien legitimada saltan a la vista y se traducen en última instancia en las guerras. Los políticos, nos guste o no, representan la moral y la ética de un país y, en consecuencia, las decisiones que toman se ven muy influenciadas por su cultura. La decisión de hacer una guerra, por ejemplo, no la toman los políticos de turno sino que la toma la cultura de una sociedad que legitima el uso de la fuerza violenta para resolver los conflictos.

Las culturas son el fruto de siglos de historia y es difícil cambiarlas. Ahora bien, no es imposible, ni mucho menos, instaurar una cultura dónde cualquier uso de la violencia (tanto en el ámbito más íntimo como en el colectivo) tenga un rechazo inmediato y absoluto. Para hacerlo hace falta que todos estemos convencidos de que los medios pacíficos son los únicos legitimados por resolver los conflictos. La paz debe dejar de ser vista como uno “imposible” si queremos que la violencia y las guerras dejen de existir.



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