La guerra de Ucrania: responsabilidades asimétricas
He de reconocer mi error al considerar que Vladimir Putin no se atrevería a invadir militarmente Ucrania e iniciar una guerra, debido a que los intereses de Rusia se verían seriamente afectados por la interdependencia económica que mantiene con Europa occidental, especialmente por el suministro de gas y petróleo ruso.
La invasión de Ucrania debe condenarse sin paliativos. Una intervención militar que representa una violación del derecho internacional y de la Carta de Naciones Unidas, y que a la vez demuestra el ánimo imperialista de Putin, cuando recientemente ha intervenido militarmente en favor de Kazajistán y apoyado a Bielorrusia ante las protestas de la población civil contra los gobiernos autoritarios de ambos países.
Pero en aras de la verdad, la actual invasión de Ucrania por parte de Rusia tampoco excusa de responsabilidades a Estados Unidos y la OTAN. Por un lado, porque la revuelta o revolución del Euromaidán de octubre de 2014, llevada a cabo por los partidarios de integrarse en la Unión Europea y en la OTAN calificada por algunos analistas de golpe de Estado tuvo el soporte de EEUU y Alemania para derrocar el gobierno de Yanukóvich de orientación pro rusa, pero elegido en las urnas. Hecho que desencadenó la revuelta de las provincias del Donbás, Donetsk y Luhansk, y de la península de Crimea de poblaciones mayoritariamente rusa, las dos primeras apoyadas militarmente por Rusia y Crimea anexionada debido a que ésta es de vital importancia estratégica para Rusia, pues allí, en el puerto de Sebastopol, la armada rusa tiene acceso al Mediterráneo.
Pero también hay razones para responsabilizar además del Kremlin a EEUU y la OTAN de la crisis actual en Ucrania. Hay que volver la vista atrás y recordar que en noviembre de 1990, se reunieron en París todos los países miembros de la OTAN y del Pacto de Varsovia en la Conferencia para la Seguridad y la Cooperación en Europa que dio paso al nacimiento de la OSCE que reunió a 56 países, todos los de América del Norte, Europa y Asia Central, y que tuvo como resultado la seguridad y la prevención de conflictos de esta gran área. Una Conferencia que promulgó la Carta para una Nueva Europa, que generó muchas esperanzas, pues ponía fin a la guerra fría con un conjunto de medidas de desarme y de cooperación entre todos los estados miembros sin excepción. Entre las más apreciadas, la firma del Tratado de Limitación de Fuerzas Convencionales en Europa (CFE) que reducía substancialmente el militarismo en suelo europeo.
Como también se debe recordar, que muchos de los estados de la comunidad internacional que hoy denuncian -con razón- a Rusia por esta agresión, no lo hicieron cuando en 1999 también la OTAN violó el derecho internacional bombardeando Serbia y avalando la independencia unilateral de Kosovo. Violación que en 2003 repitió Estados Unidos en Irak con la ayuda de diversos países, entre otros España, que se coaligaron para invadir aquel país e imponer un gobierno títere al servicio de EEUU.
Posteriormente, tras la desintegración de la URSS en 1991 y la desaparición del Pacto de Varsovia, la OTAN, en Roma, se reunían los estados miembros de la OTAN para discutir sobre el futuro de la Alianza. Allí las esperanzas se convirtieron en frustración, pues en lugar de disolverse, la OTAN buscó nuevos peligros para justificar su continuidad. En esa cumbre, los estados miembros decidieron de forma unánime la continuidad de la OTAN buscando una nueva identidad de seguridad y defensa. Definida de forma definitiva en la Cumbre de la celebración del 50 aniversario del nacimiento de la OTAN, en Washington, en abril de 1999, donde se adoptó el denominado Nuevo Concepto Estratégico (NCE), y que enterraba de manera definitiva las esperanzas puestas en la Carta de París de 1990, pues la OTAN se erigía como organismo político militar con la misión de salvaguardar la seguridad de los países miembros frente a cualquier peligro que amenazara el modelo político y económico occidental, es decir, el liberal-capitalista. Modelo que fue reconfigurado en la posterior cumbre de Lisboa de jefes de Estado de noviembre de 2010, donde se actualizó la NCE, con una característica de gran importancia, el paso de la OTAN de organización defensiva a ofensiva y así poder actuar fuera de la zona de cobertura tradicional del Atlántico Norte para hacerlo en cualquier lugar del planeta.
Toda esa reconversión de la OTAN fue acompañada de una continua expansión hacia las fronteras rusas incorporando a múltiples estados del antiguo bloque de la URSS, un incumplimiento de los pactos, aunque no escritos, entre George Bush y Gorbachov de 1990. Posteriormente, EEUU, rompió el Tratado ABM de misiles antibalísticos firmado con la URSS, e instaló el Escudo Antimisiles compuesto de radares en la República Checa y baterías de misiles en Polonia y Rumania con la misión de detectar ataques con misiles contra EEUU, lo cual irritó al Kremlin y que desembocó en que Putin respondiera instalando baterías de misiles en Kaliningrado y modernizando su arsenal nuclear y anunciando la puesta en marcha de nuevos misiles hipersónicos capaces de traspasar ese Escudo sin ser detectados. Es decir, se iniciaba una nueva carrera de armamentos debido a la agresiva política llevada a cabo por EEUU en complicidad con la OTAN.
Una vez iniciada la invasión y la guerra en Ucrania, los países miembros de la UE deberían jugar un papel mucho más relevante y activar todas sus capacidades diplomáticas para que se ponga fin a las operaciones militares de todas las partes, reclamando el respeto al derecho internacional para poder volver a restablecer el Tratado de Minsk II u otro similar que contemple un alto el fuego y así poder avanzar en el camino de garantizar la seguridad y la paz en la región. También dando garantías a Rusia de que Ucrania y Georgia u otros países del entorno ruso no se incorporaran a la OTAN, a fin de poder reconducir el conflicto por la vía diplomática.
Para hacer posible la paz la solución no proviene del uso de la fuerza militar, pues la violencia armada (la guerra) nunca resuelve en su totalidad los conflictos y, por el contrario, los enquista haciendo posible su renacimiento posterior. La paz sólo puede conseguirse a través del diálogo y la negociación. Ese es el camino que ahora se debe intentar para encontrar una salida a la guerra en Ucrania.
Cómo acabará el conflicto con Rusia es arriesgado de vaticinar, pero hay que esperar lo peor: un fortalecimiento de la OTAN que derivará en un mayor militarismo y aumento del gasto militar en Europa y el mundo; una mayor dependencia político militar de Europa de Estados Unidos; la división entre Europa occidental y Rusia y los países que estén bajo su órbita; una posible división mundial en dos grandes bloques, el occidental dirigido por Estados Unidos y el oriental dirigido entre Rusia y China. Un panorama terrorífico para la paz.
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