La izquierda y la violencia en las calles
Las recientes manifestaciones contrarias a la sentencia a Pablo Hasél ocurridas en diversas ciudades españolas en las que algunos grupos han recurrido a la violencia destruyendo mobiliario urbano, y en Barcelona, asaltando comercios y quemando un coche policial con una persona dentro, han hecho correr ríos de tinta en numerosas publicaciones. Que la denuncia y condena de esos actos venga de los medios del establishment no es de extrañar, pero lo que sí es sorprendente es que algunos medios alternativos y de izquierdas minimicen o incluso justifiquen esas violencias, pues denota que siguen soñando que con ellas se pueden conseguir cambios sociales.
Eso mismo ya ocurrió en Cataluña con los altercados que se sucedieron tras la sentencia a políticos independentistas en octubre de 2019. Entonces, no fueron sólo algunos medios alternativos, sino que también lo hicieron medios próximos o controlados por el Govern de la Generalitat los que minimizaron la violencia de los manifestantes que destruían mobiliario público y privado que protestaban por la sentencia (que personalmente juzgo como desproporcionada) y responsabilizaban de la violencia desatada a la policía catalana (mossos d’esquadra).
Por injustas que parezcan las decisiones de un gobierno, por arbitrarias que sean las leyes que apruebe el sistema legislativo, o por desproporcionadas que sean las condenas del sistema judicial, en ningún caso justifican que se recurra a la violencia para demostrar el rechazo a esas decisiones, y ello por una cuestión fundamental, la violencia solo engendra más violencia y ese camino solo desemboca en una situación de caos que implicará un recorte de derechos y libertades para la ciudadanía y engendrará un estado más autoritario. Además, por mucha violencia que desencadenen los manifestantes, quien tiene más medios para ejercerla siempre será el estado por aquello de que tiene su monopolio que le otorga el contrato social con el que la población se ha dotado para la convivencia.
Eso es así en un sistema más o menos democrático como el español, que es sin duda muy mejorable, pues existen importantes lagunas en derechos y libertades como las que criticaban los manifestantes por los casos de las sentencias sobre Pablo Hasél: limitación a la libertad de expresión; o a los políticos independentistas catalanes por unas causas (rebelión y sedición) difíciles de admitir, pues, al parecer de muchos juristas no existían, aunque sí la desobediencia a la ley que desde luego no comportaban condenas tan altas como las que se impusieron.
El argumento principal de quienes justifican la violencia física por la existencia de una violencia estructural que sufren de manera muy especial aquellos que se han visto desahuciados del sistema es arbitrario, pues, aunque tengan toda la razón en recurrir a todos los medios posibles de protesta, en ningún caso pueden desacreditar sus acciones recurriendo a la violencia. Primero, porque la sociedad en general rechaza la violencia y quienes la ejercen perderán el apoyo que necesitan para lograr sus reivindicaciones; segundo, porque si se justifica, deberíamos admitir que el camino para conseguir una sociedad más justa es la de ir repartiendo mamporros a diestro y siniestra; y tercero, que el camino de la violencia solo desemboca en regímenes autoritarios, pues de la violencia no surge nunca el poder (Hannah Arendt entre otras), sino que éste solo surge de la democracia.
Así, tras la crisis financiera en 2008 y ahora la acontecida con la pandemia del Covid19, que han infringido mucho sufrimiento a quienes han ido al paro, perdido sus viviendas y que muchos jóvenes vean sus esperanzas de futuro frustradas, es lógico y necesario que se lancen a la calle a protestar para exigir al gobierno que ha de velar por ellos y encontrar salidas a su situación. Pero no es el empleo de la violencia la que promoverá cambios sociales, sino al contrario, los desprestigiará y les hará más difícil alcanzar resultados positivos.
El empleo de la violencia para alcanzar sociedades más justas y emancipadas de las violencias estructurales no han dado buenos resultados, a la vista está el rotundo fracaso de todas los grupos y guerrillas armadas que, en el siglo pasado tuvieron lugar en muchos lugares (en España también), y de como hicieron retroceder a las izquierdas en los países en que esos grupos armados pretendieron instaurar regímenes admitiendo la máxima de que el poder surge de la punta del fusil. Y en aquellos lugares en que consiguieron llegar al poder, instauraron regímenes autoritarios en que, bajo la excusa de reprimir a los opositores, se recortaban los derechos y libertades de toda la población.
La izquierda heredera del pensamiento de Marx debería reflexionar sobre las consecuencias de haber apoyado revoluciones armadas como motor de la historia. Hay que acabar con ese pensamiento que banaliza la violencia y escuchar las muchísimas voces que advierten que el poder sólo surge de la democracia y nunca de la violencia.
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