Naciones Unidas y el desorden internacional
La explosión de conflictos armados en Kosovo, Chechenia y Timor Oriental, han puesto de nuevo en la agenda política la necesaria reforma de Naciones Unidas. Pere Ortega (diciembre 1999), revista Pueblos, núm. 16.
Naciones Unidas nació tras la II Guerra Mundial de la mano de las potencias vencedoras de aquella hecatombe, precisamente para evitar nuevas guerras y con el mandato de velar por la paz mundial, y que el planeta nunca más tuviera que vivir una tragedia de aquellas proporciones. Hoy, a cincuenta y cuatro años de su nacimiento, y a pesar de las críticas contra sus insuficiencias democráticas, que son muchas, sobre todo la más degradante, el derecho de veto que en el Consejo de Seguridad ejercen cinco estados (EUA, Rusia, Gran Bretaña, Francia y China), y mediante el cual pueden paralizar cuantas resoluciones se les antojen cuando éstas vayan en contra de sus intereses particulares, la onU sigue siendo el único organismo con capacidad legal para autorizar resoluciones que restablezcan la paz.
Críticas, que ciertamente no están exentas de razón cuando se acusa a estas Naciones Unidas de poco operativas en su ordenación actual, pues no vienen a remediar los desordenes e injusticias de todo orden que se cometen, a veces incluso, en su propio nombre. Críticas que arrecian, cuando los errores y horrores cometidos por los estados presentes en su seno, se encadenan uno tras otro, comprometiendo seriamente su credibilidad, por ejemplo: en Bosnia, fracasaron en la protección de la población y los crímenes se produjeron ante su presencia sin que hicieran nada para remediarlos; en Somalia, fueron sus propios cascos azules quienes cometieron violaciones y tropelías; en Kosovo, las potencias presentes en el interior de la OTAN, quienes programaron una guerra sin su consentimiento, violando gravemente su Carta Magna y saltándose por tanto el derecho internacional en ella subscrito; en Timor, fue la onU quien tuvo conocimientos previos de lo que podía acontecer y no lo impidieron; en Chechenia no han intervenido para mediar en el conflicto. O sea las violaciones más elementales se multiplican ante los ojos del mundo, y Naciones Unidas, o actúan con negligencia que comporta horrores para las poblaciones afectadas, o bien son las potencias quienes le ningunean su legitimidad no recurriendo a ellas para solucionar los conflictos cuando la amenaza del veto planea sobre el Consejo de Seguridad.
Repasando estos acontecimientos, lo ocurrido en la no-guerra emprendida contra la federación Yugoslava por parte de la Alianza Atlántica ha sido la página más sangrante perpetrada contra su legitimidad. Esta acción militar se emprendió sin la autorización de Naciones Unidas, actuando al margen de la Carta Magna, se sentaba un precedente que mañana podía ser aprovechado por otras potencias para violar otras soberanías. Pero aún no se habían acabado los ecos de la guerra en Kosovo, cuando reapareció otra tragedia, esta vez en Timor Oriental, donde la invasión de este país por parte de Indonesia en 1975, ya había comportado 250.000 muertos, sin que la onU hicieran nada para impedirlo. Genocidio al que no fueron ajenos EUA y Australia, que han sostenido el régimen del dictador Suharto, y también desde Europa, Gran Bretaña y España que han abastecido de armamento a Indonesia. Y cuando empezaban a albergarse esperanzas para el pueblo de Timor, con la celebración de un referéndum de independencia bajo control de la onU, comenzó de nuevo el genocidio, del cual, la propia onU era conocedora a través de un informe (Le Monde 13-9), sin que la onU tomara medida alguna para remediarlo. Informe, que advertía de la existencia de un plan por parte del ejército indonesio para llevar a cabo una nueva represión si el resultado del referéndum era favorable a la independencia.
Y ahora ha llegado una nueva tragedia, esta vez en Chechenia, donde se ha reavivado el drama iniciado en diciembre de 1994 con el proceso de independencia del pueblo checheno y que ha comportado una desproporcionada agresión del potente ejército ruso contra la pequeña república. Ahora bajo la acusación de ser terroristas chechenos los promotores de los atentados acaecidos en Rusia, se ha iniciado una acción de castigo contra su población, bombardeando indiscriminadamente el territorio de la república. Hasta el momento se habla de 200.000 refugiados y varios miles de muertos. Ante esta nueva arbitrariedad del régimen de Yeltsin contra el pueblo checheno, Naciones Unidas no parece dispuestas a intervenir. Las razones hay que buscarlas en lo ocurrido en Kosovo, allí la OTAN bombardeó al margen de toda legalidad, ¿cómo ahora EUA y los estados presentes en la OTAN podrán presionar al Kremlin para que cese la masacre de chechenos, si ellos hicieron lo mismo en la ex-Yugoslavia? El precedente de Kosovo, abría el camino a nuevos abusos en el orden internacional. Yeltsin se cobra sembrando el terror en Chechenia, los desmanes de la OTAN en Yugoslavia.
Resulta evidente que Naciones Unidas, en todos estos conflictos, ha jugado un papel subalterno y han sido un simple instrumento en manos de los estados más poderosos para perpetuar el actual desorden. Estados que, además, las mantienen en un estado de precariedad de recursos, sólo EUA adeuda 1.000 millones de $, pero también otros estados no contribuyen con sus cuotas al mantenimiento de su presupuesto, imposibilitando que desarrollen sus mandatos instituciones como UNICEF, UNESCO, ACNUR y tantas otras, que ven mermadas sus posibilidades de actuación y recortados sus programas de ayudas a los países más necesitados.
Y es muy cierto que muchas de las resoluciones emitidas desde el Consejo de Seguridad en el pasado han sido arbitrarias. Recordemos, las dos más graves crisis vividas en su seno, la primera cuando el Consejo de Seguridad aprobó el uso de la fuerza por parte de Estados Unidos en la Guerra de Corea -en ausencia de la URSS que no ejerció el derecho a veto- y que puso en evidencia como Naciones Unidas podían ser manipuladas en beneficio de una gran potencia en el enfrentamiento bipolar. La segunda, fue durante los años sesenta en la crisis del Congo, cuando también el Consejo de Seguridad aprobó una intervención que acabó beneficiando los intereses neocoloniales de Bélgica y EUA en la región, y en contra de la voluntad de los países africanos recientemente descolonizados. Doble rasero con el que medir los conflictos, que más recientemente se puso de nuevo de manifiesto en la invasión de Kuwait por parte de Irak, aprobando una resolución que llevó a la Guerra del Golfo, pero en cambio dejando que Israel incumpla sistemáticamente sus resoluciones en el conflicto arabe-israelí, y no se le impongan sanciones. Con lo cual, se constata, aun más si cabe que la onU es un instrumento en manos de los integrantes del Consejo de Seguridad, estados que siempre se han opuesto a que la onU disponga de mayor fuerza política y de fuerzas permanentes que las haga creíbles en los conflictos para poder intervenir en defensa de la paz. Y en cambio son los propios estados los que tienen, en cada caso, que cederle soldados para formar los «cascos azules».
Pero a pesar de esas limitaciones de soberanía, la onU sigue siendo, hoy, el único organismo de que disponen los estados, y también los pueblos a través de estos, para hacer oír su voz en un foro que regule la convivencia internacional. Por tanto, a pesar de todas esas insuficiencias, hay que repetir aquello: «si la onU no existiera, la tendríamos que inventar». Pues el problema reside en dotar de mayor competencia y más soberanía a este organismo, no restarle fuerza. Hay que exigir «más» ONU, puesto que lo contrario va en favor de que las arbitrariedades se multipliquen en manos de los más poderosos, y en prejuicio de un ordenamiento internacional más justo. Por tal razón es imperiosa una reforma profunda de su actual ordenación. Existen varias propuestas de reforma, que rebasan por su complejidad el breve espacio de estas líneas, pero que desde luego pasan por la ampliación de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, seguramente incluyendo a las dos nuevas potencias económicas (Alemania y Japón); pero que también pasan por asegurar la presencia permanente de países del sur, India que es una potencia en población (1000 millones), Sudáfrica y algún otro país servirían para equilibrar la presencia entre primer y tercer mundo.
Pero el mayor problema reside en que hacer con el «derecho a veto» que mantiene al Consejo de Seguridad maniatado, ahora en manos de cinco países (que son a su vez las mayores potencia militares, los principales exportadores de armas y poseedoras de arsenales nucleares), que pasarían a ocho o nueve, y podrían aún más si cabe entorpecer la solución de conflictos futuros. Lo que parece claro, es que es necesario recortar el poder de sus miembros, y desde luego la mejor fórmula sería ampliando al máximo su número. Otra fórmula sería cambiar el «derecho a veto» por el «consenso», que aunque aparentemente pueda parecer lo mismo, pues comporta la unanimidad, no lo es, pues el consenso elimina la intransigencia del «veto», obliga a buscar soluciones más dialogadas y a aunar criterios, o sea: aparcar las diferencias y avanzar en lo que une.
Una reforma que contemple la supresión del Consejo de Seguridad y su substitución por otra fórmula, es un deseo que no parece viable, pues ninguno de los miembros de esa «banda de los cinco» lo permitirá, e intentar imponerlo por la fuerza de los votos en la Asamblea General, sería tanto como dinamitar Naciones Unidas. Tampoco hay que llamarse a engaño, no sería justo, ni democrático, defender un país un voto, habidas las diferencias de población y PNB entre países, pues no tienen el mismo peso específico China que Andorra. Hay que buscar un equilibrio entre los países del Consejo de Seguridad que incorpore indicadores de población, riqueza y áreas geopolíticas. La solución no es fácil, pero si deseamos un orden internacional que conjugue los principios de paz, respeto a los derechos humanos y derecho internacional más justo para el siglo XXI, hay que presionar para democratizar Naciones Unidas.