No deberíamos asumir alegremente los planteamientos militaristas

No deberíamos asumir alegremente los planteamientos militaristas

Parecía que algo habíamos aprendido de dos guerras mundiales generadas en Europa. Sin embargo, da la sensación que estamos retrocediendo y desaprendiendo lo aprendido con una velocidad increíble.

Llama la atención la velocidad y aparente naturalidad con que los líderes, los periodistas y comunicadores europeos están asumiendo la carrera armamentística y el conflicto bélico como una posibilidad cierta. Muchos artículos de opinión, incluso en medios progresistas, parecen constataciones de la escalada armamentística y de los peligros potenciales y no tanto análisis críticos sobre la fiabilidad o parcialidad de las fuentes que emiten los mensajes.

En este contexto, la conscripción de los ciudadanos y un servicio militar obligatorio que en España desapareció en el año 2002 viene replanteándose, una y otra vez, a las vistas de las decisiones de muchos de los gobiernos europeos.

Bien es cierto que muchas guerras están vivas en el planeta, las más cercanas y mediáticas la guerra de Ucrania o el conflicto israelí-palestino. Bien es cierto que la guerra es una realidad histórica inapelable.

Sin embargo, también es patente que hubo un tiempo, cercano, con Vladimir Putin como máximo dirigente, en que Rusia y Europa aproximaban posiciones y era posible la convivencia. Ha habido (¿y hay?) una comunidad de países europeos que nació con la clarísima y evidente finalidad de evitar una nueva guerra europea. Sobre todo, también es cierto e inapelable que todos los conflictos terminan con un pacto, armisticio o tratado.

El problema es cuántas muertes de jóvenes y población civil, cuánto tiempo y cuánta destrucción física y moral debe producirse antes de firmar un tratado por agotamiento y quiebra total de una o ambas partes.

Si seguimos así, los pacifistas seremos vistos como traidores a la patria en el marco de la locura y la vorágine guerrera

Parecía que algo habíamos aprendido de dos guerras mundiales generadas en Europa. Sin embargo, da la sensación que estamos retrocediendo y desaprendiendo lo aprendido con una velocidad increíble. Alguien, algún día, nos pedirá cuentas de la frivolidad e inconsciencia con la que hemos vuelto a ver la guerra global europea como algo creíble y posible. Alguien, algún día, nos pedirá cuentas de porqué no hemos insistido y perseverado en los pactos posibles hasta la extenuación.

¿Por qué se han lanzado a perder las oportunidades de las mesas de diálogo? ¿Por qué hemos perdido una mínima confianza en la escena internacional que es, en definitiva, la mayor garantía de seguridad? Porque, ¿acaso amenazar al vecino con una bomba más grande nos da más seguridad? No debemos olvidar que el miedo es la fábrica mental de la guerra. Nosotros cultivamos el miedo a los rusos y los rusos a nosotros, mientras americanos y chinos se disputan la hegemonía en el mundo.

El problema básico es que si entramos en una lógica militarista estamos perdidos. Como apuntaba Charles Tilly, sólo la supremacía del poder civil puede constituir una mínima garantía de paz social, de libertades y ejercicio de los derechos humanos. Como solemos decir algunos, la paz es demasiado importante como para dejarla en manos de los ejércitos. Al fin y al cabo, Putin y los dictadores vocacionales como Donald Trump, o la nueva-vieja derecha fascista, ya han triunfado avant la lettre, creando un mundo inseguro en el que se harán necesarios “salvadores” que nos la metan hasta el fondo, con la ayuda o connivencia del poder militar y el complejo armamentístico.

Si seguimos así, los pacifistas seremos vistos como traidores a la patria en el marco de la locura y la vorágine guerrera. Como le ocurrió a Jean Jaurès. Las libertades serán prescindibles ante las urgencias patrióticas. Los estados y los tiranos al frente recobrarán, consolidarán y ampliarán su poder total sobre nuestras vidas.


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Publicado en El Salto, el 28/06/2024
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