Organizaciones de defensa: un análisis económico de estructuras no-económicas (2)

Organizaciones de defensa: un análisis económico de estructuras no-económicas (2)

Article no disponible en català) Análisis de las estructuras económicas de la producción de armamentos y sus implicaciones en las organizaciones de los estados. Su autor Kenneth Building es un reconocido estudioso de las teorías y estructuras económicas y la traducción de este artículo llena un vacio en el análisis de que clase de productos son las armas.Centre Delàs (febrero 2006)



La «industria de guerra» es aquel segmento de estructuras y actividades económicas que produce aquello que es adquirido con partidas militares, principalmente de los presupuestos militares de los Estados-nación. Las Organizaciones Unilaterales de Defensa Nacional (OUDN) son aquellos departamentos dentro de los gobiernos que organizan la industria de la guerra. A esta lista también se pueden añadir las organizaciones terroristas (soldados sin gobiernos).


Las OUDN son básicamente organizaciones no-económicas, en el sentido de que a pesar de que tienen stock de capital y flujo de caja, no están gobernadas por las medidas del valor del producto relativo a su coste (beneficio) y no tienen un balance ni un resultado final (valor neto). Si lo hicieran, probablemente les saldría una cifra significativamente negativa. Se supone que el producto de las OUDN tendría que ser la seguridad nacional, pero como cada una de ellas tiene grandes economías disfuncionales externas, produciendo inseguridad en otras naciones – especial pero no exclusivamente en aquellas consideradas como enemigas – las OUDN en tanto que sistema mundial tienen un gran producto negativo y representan una especie de cáncer para la economía mundial.


Cambios técnicos, especialmente los misiles de largo alcance con cabezas nucleares nos han trasladado hasta una nueva «región del tiempo» donde los parámetros del mundo de la industria de la guerra han cambiado de tal modo que el pasado inmediato ya prácticamente no sirve como guía para el futuro. La defensa nacional se ha vuelto incapaz de producir seguridad nacional y es preciso encontrar otros medios.


¿CÓMO FUNCIONA LA INDUSTRIA DE LA GUERRA?


La industria de la guerra de un país puede ser definida fácilmente como la parte de su producto nacional dedicada al presupuesto militar o de «defensa», es decir, un área substancial de actividad organizativa, económica y política que no existiría si no hubiera un presupuesto de defensa. Se podría argumentar que quizás las milicias locales y hasta los grupos guerrilleros podrían incluirse en esta categoría, pero éstos suelen ser muy pequeños. En esencia, la industria de la guerra es una creación del Estado nacional y del presupuesto del Estado nacional. Podría ser considerada como una proporción del producto nacional o del producto nacional neto, o incluso de otros agregados. Todos los agregados son algo engañosos debido a la ausencia práctica de rendición de cuentas de capital en el Gobierno, especialmente en la industria de la guerra. Con la posible excepción de algunas compañías privadas, la industria de guerra no contribuye como debería a las estadísticas oficiales sobre utilización de capital y por lo tanto tiende a exagerar el valor del producto nacional neto. Pero se trata de cuestiones relativamente menores.


La industria de la guerra está sujeta a fluctuaciones enormes, más que en cualquier otro sector de la economía. En los Estados Unidos, por ejemplo, representaba menos del 1% de la economía al principio de los años 1930. Creció hasta acercarse al 42% en 1943 ó 1944, bajó a cerca del 6% durante el «gran desarme» que siguió a la Segunda Guerra Mundial, cuando los Estados Unidos transfirieron más del 30% de la economía de la industria de la guerra a la industria civil sin que el desempleo aumentara siquiera al 3%, un logro notable que, bastante sorprendente, no ha calado en el imaginario colectivo. De nuevo en los Estados Unidos, la industria de la guerra creció hasta alcanzar el 14% de la economía durante la guerra de Corea. Con la excepción de un incremento relativamente pequeño durante la guerra de Vietnam, este porcentaje fue decreciendo desde entonces hasta el mandato de Reagan. Incluso hoy sólo representa alrededor del 7% de la economía.


Desde el punto de vista organizativo, la industria de la guerra consiste, en primer lugar, en los departamentos de defensa, que viven del presupuesto de defensa. No parece que exista un nombre genérico para estas organizaciones. Sugiero llamarlas «Organizaciones Unilaterales de defensa Nacional», con el acrónimo OUDN. La industria de la guerra también consiste en aquellas organizaciones que proveen los productos adquiridos por las OUDN. En los países capitalistas, se trata a menudo de organizaciones como mínimo semi-privadas que necesitan producir beneficios para sobrevivir, pero que representan igualmente una parte esencial de la industria de la guerra. En los países comunistas, por supuesto, el sector privado es muy pequeño, y prácticamente toda la industria de la guerra pertenece y está gestionada por el sector público. Esta diferencia, sin embargo, no es tan grande en términos de comportamiento real. Debe de haber un equivalente a la Lockheed Corporation en la Unión Soviética. Sus gestores tienen que satisfacer a un grupo de personas poco distinto al de las de la Lokheed Corporation en Estados Unidos, pero ambos están gobernadas por una especie de sistema contable y los procesos de toma de decisión probablemente no son muy diferentes en una y otra situación.


Como todos los otros sectores de la economía o, en este caso, del conjunto de una sociedad, la industria de la guerra puede describirse tanto como lo que se podría denominar «modelo de capital» (capital mode) como «modelo de ingresos y gastos» (income mode), siendo ambas opciones necesarias para tener una descripción completa. En el modelo de capital, la industria de la guerra pude describirse en términos de cuenta de posición o de estructura, una «fotografía instantánea» que describe el suelo, los edificios, las armas, los vehículos, las máquinas, la caja, la deuda y otras obligaciones financieras, etcétera, así como su personal, desde el Comandante en Jefe o ministro de la guerra pasando por todos los rangos de la jerarquía militar hasta los ejecutivos, los empleados civiles, el personal de hospitales para veteranos, etcétera. El modelo de ingresos y gastos, la describe en términos de cambios en la fotografía instantánea de un día al otro o, más estrictamente, de un segundo al otro. La descripción de los ingresos es, así, una película cuyas cuentas de posición, que pueden considerarse como extensiones de balances, son los fotogramas.


Las cuentas de ingresos y gastos describen acontecimientos como la depreciación y la destrucción de todo tipo de stocks, e incluso su obsolescencia. Estas cuentas también describen la creación de nuevos stocks por producción o adquisición de objetos como armas, combustibles, alimentos, etcétera. Dichas cuentas deberían incluir altas y bajas de personal – es decir, aquellas personas que se contratan, las que se despiden, las que se reclutan o los que se jubilan, se van o mueren. Estas bajas son ocasionalmente dramáticas, cuando miembros del personal mueren en guerras o en accidentes. También describen cambios financieros – facilidades para disponer de dinero de los presupuestos gubernamentales, intercambio de dinero para todo tipo de adquisiciones, creación y redención de deuda, etcétera. En los sectores de la industria de la guerra que pertenecen a actores privados existen balances que evalúan como mínimo una parte significativa de la fotografía instantánea global y tiene cierto resultado final, es decir, un valor neto que es la suma de todo los activos positivos menos la suma de todos los activos negativos o pasivos. Como resultado de los cambios continuos y de las transformaciones en el balance, la re-evaluación de los bienes y demás, el valor neto puede aumentar o disminuir. Un aumento del valor neto, el conjunto de desembolsos a los accionistas y propietarios, es un beneficio neto. Cuando se trata de una disminución, es una pérdida neta.


En el sector público de la industria de la guerra, como en todos los sectores gubernamentales, raramente, o nunca, se hacen balances. En la contabilidad nacional de ingresos, se supone que el producto de la industria es idéntico a su coste, es decir, el presupuesto, que es fundamentalmente un coste pero que en la contabilidad nacional de ingresos se considera como un producto. No hace falta calcular una tasa de retorno o una tasa de beneficio. De hecho tampoco hace falta ni siquiera calcular un valor neto. A veces se intenta hacer aproximaciones, como cuando se hace un análisis coste-beneficio, sobre todo en proyectos de inversión civiles, como por ejemplo presas. Cuando Robert McNamara era Secretario de Defensa de los Estados Unidos, a principios de los años 1960, se hizo un pequeño intento de contabilizar la industria de la guerra, pero no hay muchas pruebas de que ello haya tenido efectos significativos en la toma de decisiones, y parecía ser mucho más una simple formalidad. Es precisamente el hecho de que las OUDN nunca tienen que demostrar un resultado final o una tasa de retorno de sus inversiones que demuestra el aspecto fundamentalmente no económico de la industria de la guerra y de todo el concepto de defensa nacional. El producto de la industria de la guerra nunca se calcula de manera simple, como lo demuestra el hecho de que asumamos en la contabilidad nacional de ingresos que este producto sea medido por su coste. Si el producto se define por el coste, no es sorprendente que tengamos fenómenos de sobrecostes, despilfarro y corrupción, los cuales han sido documentados de manera muy acertada, por ejemplo, por Seymour Melman<SUP>(2)</SUP> y Lloyd Dumas<SUP>(3)</SUP>, por ejemplo.


LOS IMPACTOS DE LA INDUSTRIA DE GUERRA EN LA ECONOMIA CIVIL.


Es bastante fácil analizar e identificar los impactos más inmediatos de la industria de la guerra en la economía civil. En su conjunto, el impacto dependerá en gran medida de cómo se financie la industria de la guerra, si es a través de impuestos, de un aumento de la deuda nacional, o de un incremento de las reservas monetarias. En cierta medida, el impacto también depende de reacciones psicológicas en la toma de decisiones en el propio sector civil, en las que pueden incidir tanto el optimismo como el pesimismo general en relación con el futuro, las esperanzas de inflación o deflación, la voluntad general de adaptación y ajuste, la movilidad del capital y de la fuerza de trabajo, etcétera. Como la industria de guerra no produce mucho en forma de producto físico adquirido por el sector civil, con la excepción de ocasionales ventas de segunda mano de equipamiento y materiales sobrantes, la industria de la guerra tiene un cierto sesgo inflacionario a menos que se financie con un exceso de impuestos sobre los gastos que supone. Este sesgo inflacionario puede compensarse hasta cierto punto si la industria de la guerra absorbe trabajo y otros recursos hasta entonces no empleados. Esto se notó mucho en los primeros años de la expansión de la industria de la guerra en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando empezó alrededor de 1939 con unas tasas de desempleo que rondaban el 20%.


El éxito del previamente comentado «gran desarme» de 1945-1947 ha tenido sin duda algo que ver con el hecho de que la producción de capital para el consumidor, en especial en automóviles, se recortó de manera drástica durante la guerra y de que la inversión neta en el sector civil fue extremadamente pequeña, prácticamente nula, durante varios años, en modo que había grandes deficiencias que cubrir tanto en el comercio como en las estructuras de capital doméstico. La planificación comunitaria local para la transición de la guerra a la paz, en gran medida apoyada por el Comité para el Desarrollo Económico, también tuvo un papel muy importante. Y, por supuesto, también hubo una inflación considerable, especialmente después de que se retirase el control sobre los precios, lo cual redujo las tasas de interés y contribuyó a reducir el desempleo. Existe otro ejemplo en la experiencia norteamericana en la que una notable reducción de la industria de la guerra a principios de los años 1960 fue acompañada por una reducción del desempleo, sobre todo debido a la expansión de las estructuras gubernamentales estatales y locales, especialmente en el ámbito de la educación. La afirmación de que la gran expansión, en especial en educación universitaria al inicio de los años 1960 en Estados Unidos, se realizó gracias a los recursos que liberó la industria de la guerra es solamente en parte una sobre-simplificación.


IMPACTO LOCAL Y REGIONAL DE LA INDUSTRIA DE LA GUERRA


El impacto local y regional de la industria de la guerra, y especialmente de los cambios en la industria de la guerra, puede ser muy significativo. Se han hecho estimaciones del impacto regional neto en los Estados Unidos – es decir, los ingresos que aporta la industria de la guerra menos los ingresos que se llevan los impuestos y otros asuntos. Estas estimaciones demuestran una redistribución regional considerable. Sin embargo, no existen muchos indicaciones de que ello afecte en gran medida los votos en el Congreso, a pesar de algunas pocas excepciones. En periodos más largos, la misma inestabilidad de la industria de la guerra tiende a hacer de ella más bien un pasivo que un activo, puesto que es, y de lejos, el sector más volátil del conjunto de la economía, como ya se ha visto. Estudios realizados por la US Arms Control and Disarmament Agency (Agencia Estadounidense de Control de Armas y Desarme) indican que la adaptabilidad de las comunidades locales en los Estados Unidos es bastante alta. Cuando, por ejemplo, se cierra una fábrica de material bélico o una base militar, la primera reacción en la comunidad es de gran tristeza y ansiedad. Luego, la comunidad suele darse cuenta de que tiene un activo en la base que se ha cerrado, la cual se transforma en parque industrial o algo similar. Muy frecuentemente la comunidad sale ganando con el cambio, y obtiene una economía más estable que la que tenía antes. A largo plazo, las diferencias regionales dependen mucho más de aspectos más duraderos de la cultura regional (y especialmente de la cultura política) que de los altibajos del gasto federal. La industria de la guerra está tan aislada del resto de la sociedad – de hecho es casi como un gueto – que tiene un impacto mucho menor sobre la cultura civil local que, por ejemplo, un colegio técnico o una universidad estatal. En 1862, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley Morrill, que estableció colegios de ciencias agrícolas y mecánicas en cada Estado. Esta ley hizo probablemente mucho más por los Estados Unidos que todos los gastos de economía de guerra de los últimos 200 años.


LOS EFECTOS DE LA INDUSTRIA DE LA GUERRA EN LA TECONOLOGIA CIENTÍFICA Y EL IMPACTO CONSECUENTE EN LA ECONOMÍA CIVIL


Probablemente, a largo plazo el impacto más grande y significativo de la industria de la guerra en la economía civil proviene, en especial en el siglo XX, del hecho de que la industria de la guerra se ha ido asociando con la alta tecnología científica y constituye así una «fuga de cerebros» interna en una economía nacional. Este factor era sin lugar a duda menos importante tiempos atrás, cuando la industria de la guerra atraía más bien a los «héroes bien machos» – desde aristócratas en una punta de la jerarquía hasta holgazanes en la otra – que de todos modos tampoco habrían hecho una gran contribución a la economía civil. Las fuerzas armadas tradicionales podrían ser consideradas casi como un substituto económico de las cárceles, una manera pintoresca y romántica para tratar desenfrenos, libertinaje y sadismo. ¿Qué tipo de contribución hubiera podido hacer Aquiles a la economía civil? La respuesta es casi sin duda negativa. Esto no excluye, por supuesto, que los ejércitos también hayan contado con algunos seres humanos más instruidos y corteses, pero una industria cuyo producto principal es la muerte y la destrucción difícilmente atrae a personas productivas y creativas.


En el siglo XX la situación ha cambiado profundamente con la aplicación de la ciencia a las armas, e incluso a la persuasión, al marketing y a la propaganda. Incluso en los tiempos más lejanos las armas eran producidas por civiles. Del mismo modo que lo eran las medallas y las charreteras y los uniformes y los medios de transporte y las comisarías. Era muy raro que estos civiles empleados en la industria de la guerra participaran en combates. Sus vidas eran mucho más cercanas a las vidas de otros civiles que a la de los militares encerrados en sus guetos, y algunas de sus habilidades en el trabajo metalúrgico y otros, tuvieron sin duda en los primeros tiempos efectos en la industria civil. Sin embargo, con la aplicación de la ciencia a la tecnología, fenómeno que se inició en realidad a mediados del siglo XIX, toda la situación cambió de manera radical. La tecnología del armamento y del equipamiento militar se separó cada vez más de la economía civil. El arma nuclear no tiene utilidad civil alguna, a parte de la destrucción. Es demasiado peligrosa y confusa para que pueda ser usada como explosivo de carácter civil.


El principal «aporte» del arma nuclear en la economía civil ha sido el reactor de agua ligera, el cual acabó siendo un desastre económico. Desde luego, no es una solución a largo plazo al problema energético. Parece ser ahora que si la energía nuclear se hubiera desarrollado sin la intervención de los militares, se habría hecho de otro modo, y casi seguramente de manera más útil, quizá en la misma línea que el CANDU (Canadian-designed natural-uranium-fuelled, heavy-water-moderated reactor), el reactor de agua pesada, o, a lo mejor, el reactor refrigerado por gas. Incluso hubiéramos podido ir directamente al reactor reproductor, que a largo plazo es la solución más atractiva al problema de la energía, puesto que usa el 70% de la energía disponible en el uranio, mientras que el reactor de agua ligera usa mucho menos del 1% de este recurso bastante escaso. Otros «aportes» del sector militar, como por ejemplo maquinarias altamente informatizadas, también han acabado siendo de una utilidad civil dudosa<SUP>(4),</SUP> La cruda realidad es que las espadas hacen arados bastante miserables. Son el tipo de material equivocado y son muy caras. Si queremos arados, es mejor producirlos e investigar sobre ellos directamente. Todas las reglas tienen excepciones, por supuesto, y tal vez los aviones son un bien neto civil que debe mucho al sector militar. Pero sería una locura por parte de una ama de casa alimentar a su familia con «aportes».


La prueba de los efectos perversos en la economía civil a largo plazo en términos de tecnología y productividad es muy obvia si se compara Estados Unidos con Japón o Alemania Occidental. Desde el punto de vista económico fueron los países perdedores los que ganaron la Segunda Guerra Mundial. Psicológicamente se volvieron sociedades desmilitarizadas y fueron capaces de dedicar la práctica totalidad de sus recursos intelectuales y tecnológicos a enriquecerse. Japón, en particular, logró unas tasas de desarrollo económico sin precedentes en la Historia de la humanidad durante dos o tres décadas. Se puede simplificar la situación afirmando que el empleado que tendría que haber estado fabricando Hondas en Detroit probablemente estaba construyendo mísiles para Lockheed. Desde los años 1970 especialmente, la productividad y los ingresos por cápita se han quedado prácticamente estancados después de la «edad de oro» de los años 1950, 1960, y principios de los 1970, cuando el ingreso per cápita se duplicó y la pobreza se redujo a la mitad. Hoy en día en los Estados Unidos la pobreza aumenta, lenta pero notablemente, y aunque sea difícil cuantificarlo, la militarización de la economía y del conjunto de la sociedad que siguió la victoria de la Segunda Guerra Mundial debe tener un alto grado de responsabilidad en este proceso.


SEGURIDAD COMO PRODUCTO DE LA INDUSTRIA DE LA GUERRA Y DE LAS OUND


Esto plantea la cuestión más básica y difícil: ¿Cuál es el producto de la industria de la guerra y de las OUND, y cómo se distribuye este producto, tanto a nivel interno como entre las naciones? Por supuesto, la respuesta convencional es que el producto es la seguridad nacional, y no suele haber más preguntas sobre cómo se define, qué significa y cómo se mide o evalúa. La seguridad está lejos de ser un concepto sin sentido. Hasta cierto punto es algo que todos queremos, aunque como cualquier otro bien parcial, también está sujeta al principio universal de utilidad marginal decreciente – quizás el mejor principio que sobresale de un pensamiento económico. En economía, no hay valores absolutos, con la excepción del beneficio final. Los beneficios intermedios, entre ellos la seguridad, siguen todos lo que algunas veces he llamado el «principio de la parábola» – es decir, que la función que asocia el beneficio absoluto a beneficios intermedios siempre tiene la forma de una parábola y tiene un máximo. Todas las virtudes se convierten en vicios en caso de exceso; todos los bienes se convierten en males si hay exceso.


Existen discontinuidades perturbadoras en estas «funciones bondadosas» que pueden crear ilusiones sobre el valor absoluto o que implican valores que son esencialmente negativos. Un ejemplo sería la salud. Se puede ordenar los estados del organismo humano en relación con la salud partiendo de un punto que representa la muerte y pasado por varias fases de enfermedad o salud imperfecta hasta llegar a una fase de salud perfecta, que es simplemente la ausencia de cualquier elemento que se pueda identificar como una enfermedad o una deficiencia. Por otra parte, cuando se trata de proezas atléticas, el límite de la salud perfecta se convierte en algo más confuso. Una persona puede estar sana pero ser un atleta pésimo, o también, no tener ninguna enfermedad pero ser incapaz de pasar exámenes físicos. En este sentido, el concepto de seguridad es un poco como la salud, y la inseguridad como la enfermedad, o quizás, como la posibilidad de adquirirla. La seguridad tiene que ver con la estructura de las imágenes que nos hacemos del futuro. Tiene que ver, en particular, con la probabilidad de que nuestra situación empeore. Esto nos lleva a la pregunta: ¿se puede comprar la seguridad? Esto significaría pagar algún precio o sacrificio en el presente a cambio de que la posibilidad de empeoramiento sea más pequeña.


El caso más claro de la compra de seguridad es, por supuesto, las aseguradoras. Comprar seguros es un sacrificio en el presente que creemos que cambiará la estructura de probabilidades, especialmente en relación con las pérdidas y las pérdidas graves, en el futuro. Sin un seguro, nos sentimos menos protegidos cuando consideramos el hecho de que existe probabilidad de que nuestra casa se incendie, que estemos implicados en un accidente de tráfico, que nos denuncien por algo, que tengamos facturas médicas muy elevadas, o que moriremos dentro de cierto tiempo. Estas inseguridades son percibidas como una «inutilidad positiva», cuya disminución vale el sacrificio de pagar hoy algunas pólizas de seguro. Los seguros serían, por así decirlo, una forma de disuasión. Suponen sacrificios presentes para disminuir la probabilidad de que un cambio inaceptable nos ocurra en el futuro.


LA INDUSTRIA DE LA GUERRA COMO UN SISTEMA DE AMENAZAS


Históricamente, la industria de la guerra ha producido dos tipos de productos muy diferentes. Uno es la conquista, o la prevención de conquistas, y el otro es la disuasión. La industria de la guerra es parte de un sistema de amenazas. Está relacionada con la capacidad de llevar a cabo amenazas. En el sentido más amplio, un sistema de amenazas empieza con una declaración del amenazador al amenazado: «O haces lo que yo quiero o haré algo que tú no quieres». En esto difiere mucho del intercambio, el cual empieza con una declaración como «Haz una cosa que quiero y yo haré una cosa que quieres tú». Una amenaza es una oferta de un bien negativo. El sistema que generará una amenaza dependerá, por su puesto, de la reacción del amenazado. Distingo como mínimo cinco tipos diferentes de reacciones: sumisión («de acuerdo, haré lo que pides»); desafío («no haré lo que pides, lleva a cabo tu amenaza si puedes»); contra-amenaza («me haces algo desagradable y te haré yo algo desagradable también»); disminución de la amenaza («haré algo que disminuirá tu amenaza»). Un modo de reducción de la amenaza es volar, simplemente huir, una reacción muy corriente, que reposa en el principio de que la capacidad de llevar a cabo una amenaza disminuye con la distancia entre el amenazador y el amenazado. Otro modo de reducción de la amenaza son las estructuras defensivas – blindajes, murallas, etc…. la lista podría extenderse.


Estos diversos sistemas conllevan aspectos económicos. Una amenaza inicial nos lleva a la cuestión de si la ganancia del amenazador valdrá su coste, puesto que tanto formular como llevar a cabo la amenaza tienen costes para el amenazador y para el amenazado. La Historia nos demuestra que en general, las amenazas iniciales no salen a cuenta al amenazador, simplemente debido a la gran variedad de posibles reacciones del amenazado, y porque iniciativas alternativas, como una propuesta de intercambio, suelen ser más ventajosas que una amenaza. Combinaciones de intercambio y relaciones integrantes son particularmente beneficiosas. La violación es una método pésimo para conseguir satisfacción sexual. «Cásate conmigo o te mataré» pocas veces da lugar a un matrimonio feliz para ninguna de las partes. «Cásate conmigo y te amaré» suele funcionar mucho mejor. Incluso, «Cásate conmigo y te dotaré con todos mis bienes» funciona a menudo bastante bien.


Un argumento de peso contra el inicio de una amenaza, incluso de conquista, es acumular pruebas de la falta de rentabilidad del imperio para el poder imperial (frecuentemente, incluso a corto plazo, y siempre a largo plazo). El Imperio Romano dejo Roma sin sangre, el Imperio Español empobreció a España durante 400 años, tal como el Imperio Portugués empobreció a Portugal. A Francia le hicieron falta 100 años para recuperarse de Napoleón y de su último imperio. Tanto en Francia como en Gran Bretaña, el abandono de sus imperios después de 1950 promovió un incremento substancial en las tasas de crecimiento económico. Pruebas abrumadoras apoyan la teoría de que la mejor manera de enriquecerse es quedarse en casa y ocuparse de sus propias cosas. Los suecos son un muy buen ejemplo para esta teoría. Aun siendo uno de los países más pobres de Europa en 1860, Suecia tuvo unas tasas de crecimiento económico mucho más rápidas en los 100 años que siguieron que Francia o Bretaña. El imperio alemán de ultramar de finales del siglo XIX y principios del siglo XX representó, desde su inicio, un desastre en términos económicos. La conquista japonesa de Corea le costó unos diez años de crecimiento económico<SUP>(5).</SUP> La prueba es que la explotación no le sale a cuentas al explotador, simplemente porque las amenazas producen hostilidad y transfieren los recursos disponibles en el sistema de amenaza, sacándolos del sistema de producción e intercambio. La esclavitud, por ejemplo, ha parecido llevar siempre al estancamiento económico en comparación con mercados de trabajo libre.


Si ampliamos nuestro sondeo más allá de lo económico para incluir elementos culturales, nuevamente encontramos un gran número de ejemplos en los que una derrota militar ha dado lugar a una explosión cultural en el país vencido y un estancamiento en el país vencedor. Tras la victoria de Alemania y la derrota de Francia en 1870-1, París se convirtió en la capital cultural mundial del arte, la literatura, la música – uno piensa en Cézanne, Victor Hugo, Debussy –, mientras que Berlín se convirtió en una capital provincial llena de soldados arrogantes – dejando atrás la edad de oro de Goethe, Beethoven y Shubert. De hecho, tras la derrota de Austria frente a Alemania en 1866, Viena también se convirtió en la capital cultural del mundo germánico, como lo simbolizan los Strauss, Freud y el positivismo lógico. Tras la derrota de 1919 y hasta que Hitler lo paró todo, Berlín produjo arquitectura moderna y el Bauhaus, Brecht, Der blaue Reiter en arte, etcétera. Incluso en los Estados Unidos después de la Guerra Civil, la literatura norteamericana tuvo tendencia a trasladarse al sur derrotado. Pero, claro, ninguna regla es universal. Cartago no evolucionó mucho tras ser derrotada por Roma, pero quizás fuera merecido por su veneración a Moloc.


Las guerras del siglo XX, en su conjunto, han sido guerras de disuasión más que de conquista. La Primera Guerra Mundial rompió ciertamente con el sistema anterior de disuasión como consecuencia de la carrera de armamentos. Hasta cierto punto, también fue una guerra de nacionalismos, por el hecho de que resultó en la creación de algunos Estados-Nación nuevos como Polonia, Checoslovaquia y la separación de Austria y Hungría. La Segunda Guerra Mundial es un caso excepcional, algo así como una inundación milenaria. Fue en parte el resultado de una carrera de armamentos, así como el Drang Nach Osten de Alemania fue un intento de conquista territorial de Ucrania. La guerra también se complicó con ideas de genocidio y por un cambio profundo en la tecnología del material de guerra aéreo, incluso antes de la bomba atómica. Dresden fue tan nocivo como Hiroshima.

CAMBIOS EN LOS PARÁMETROS DE LA GUERRA PRODUCIDOS POR LOS MISILES NUCLEARES


El desarrollo de misiles de largo alcance con cabezas nucleares ha cambiado profundamente los parámetros de la guerra y nos ha trasladado desde la «lucha» de las guerras del siglo XVIII a través de batallas (que de alguna manera también tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial) a guerras de genocidio mutuo entre civiles. Para encontrar equivalentes a Auschwitz, Hiroshima, Nagasaki y Dresden, nos tendríamos que remontar al tiempo de los mongoles, que destruyeron ciudades enteras con todos sus habitantes en vez de, simplemente, conquistarlas. Todos los sistemas complejos – y la raza humana es el más complejo de todos – son capaces de moverse por regiones desconocidas e improbables. En el curso de la Historia de la humanidad, lo que he llamado «paz inclusiva» – todo lo que no es guerra – ha representado el 95% de la actividad humana. Esto incluye labrar la tierra, sembrar, cosechar, fabricar, bailar, cantar, educar a los niños, el arte, la literatura, la religión, etcétera.


La guerra es una patología relativamente rara del sistema y la guerra extrema en la forma de genocidio es aún más inusual. Sin embargo, independientemente de cualquier probabilidad, es un principio fundamental que si esperamos algo durante suficiente tiempo, acaba ocurriendo. Es por ello que un sistema de disuasión no puede ser estable a largo plazo, aunque pueda ser estable a corto plazo, como lo ha sido por ejemplo la disuasión nuclear durante 40 años. Si la disuasión fuera 100% estable, dejaría de disuadir. Si la probabilidad de una explosión nuclear fuera cero, entonces ya no disuadirían a nadie. Esto sería lo mismo que no tenerlas. La situación actual, entonces, conlleva una posibilidad de guerra nuclear que podría llevar al final de la raza humana o incluso del proceso evolutivo de este planeta. Podría decirse, por supuesto, que la economía y la contabilidad siempre irrumpen en una situación como ésta. Sin embargo, la pretensión de que la defensa da seguridad merece ser examinada. El producto del Departamento de Defensa de los Estados Unidos (y sus socios en otras partes) no es la seguridad nacional pero sí cierta certeza de que en los próximos x años, los Estados Unidos y la Unión Soviética se destrozarán mutuamente y posiblemente destrozaran el resto del planeta. Es tentador poner «menos infinito» como resultado final del balance económico del Departamento de Defensa estadounidense. Una pérdida infinita rebajada a cualquier tasa de descuento sigue siendo una pérdida infinita.


Vale la pena plantearse la cuestión, entonces, de si cualquier otra estructura de sistemas de amenaza podría tener un valor neto positivo. En ciertos momentos y lugares de la historia de la humanidad, las estructuras de reducción de la amenaza han sido consideradas con valor positivo neto, a juzgar por los castillos y las murallas rodeando las ciudades que ahora son atracciones turísticas, y por las armaduras que encontramos ahora en los museos pero que sobreviven todavía hoy en forma de chaquetas antibalas, que pronto serán, según tengo entendido, obsoletas. Las propuestas de «Guerra de las Galaxias» de la administración Reagan en el momento de escribir este artículo tienen, como mínimo, la intención de ser estructuras de reducción de la amenaza. Su probabilidad de éxito es, sin embargo, muy pequeña. Es lo equivalente a disparar contra la bala que se te acerca en vez de disparar contra el vaquero que la ha disparado. El vaquero es indisputablemente un blanco más fácil. En efecto, preparar la pistola láser para disparar contra la bala parece una pura invitación al agresor a un primer golpe antes de que el arma láser esté preparada, y se teme que ello incremente sustancialmente la probabilidad de una guerra nuclear.


La Historia de la humanidad sugiere que el progreso en armamento ofensivo parece dejar atrás cualquier mejora en estructuras defensivas. El fin del sistema feudal, de los castillos feudales y de las ciudades amuralladas después del invento de la pólvora y del cañón es un buen ejemplo. El abandono, excepto como ritual, de la defensa civil en la era nuclear y de misiles de largo alcance indudablemente sugiere que es más de lo mismo – es decir, el arma nuclear ha dejado la defensa nacional tradicional obsoleta del mismo modo que el cañón dejo obsoleto al barón feudal.


EL SIGNIFICADO DE LA SEGURIDAD NACIONAL EN LA ERA NUCLEAR


La pregunta que persiste sigue siendo: ¿Cuál es el significado de seguridad nacional en la era nuclear y contra quién estamos intentando defendernos? Una manera de abordar la cuestión es preguntarnos a nosotros mismos: ¿cómo sería el sistema si uno de los superpoderes se desarmara unilateralmente, como hizo Costa Rica? ¿Seguiría a este desarme una invasión o conquista? La respuesta es que este escenario es tan improbable que podría ser prácticamente ignorado. Únicamente sociedades relativamente simples pueden ser conquistadas, en el sentido de ser anexionadas, y la heterogeneidad política paga muy mal. Podemos argumentar que Japón fue invadido por los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho, seguimos teniendo bases militares allí. Sin embargo, estas bases militares no impiden que Japón tenga un desarrollo económico espectacular ni que haya creado (en ciertos aspectos por lo menos) algo parecido a una amenaza económica para los Estados Unidos, lo cual es más imaginario que real. Si una parte no respeta las convenciones de la guerra, es extremamente difícil que el otro lado las respete. De hecho, ésta es la filosofía de la no-violencia de Ghandi, e incluso del karate, que conlleva la no-imitación del oponente. Si la Unión Soviética se desarmara unilateralmente, qué harían los Estados Unidos? Probablemente nada. La Unión Soviética puede disolverse en 14 Estados independientes. El principal beneficiario de esta disolución seguro que serían los propios rusos, quienes ahora se empobrecen para poder mantener otras nacionalidades dentro de la Unión Soviética, igual que China se ha empobrecido para subsidiar al Tibet. ¿Nos encontraríamos ante la misma situación si los Estados Unidos se desarmaran unilateralmente? ¿Mandaría la Unión Soviética sus fuerzas para tomar Washington e instalar el Sr. Guy Hall como presidente? Incluso los ingleses cuando quemaron Washington en 1814, no intentaron conquistar los Estados Unidos. Adam Smith vio claramente que si no hubiera habido una Revolución Americana, el centro del Imperio Británico se habría desplazado a las colonias de América en pocas décadas, puesto que excedían en población y renta a la madre patria, y que Gran Bretaña se hubiera convertido en una provincia pequeña dentro del gran imperio americano. Se sospecha que la Revolución Americana fue provocada por los británicos para preservar la independencia de Gran Bretaña.


UNA CRÍTICA DE LOS SISTEMAS ECONÓMICOS ESTADOUNIDENSE Y SOVIÉTICO


Es verdad que existe cierta asimetría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos. La Unión Soviética es quizás un poco más agresiva ideológicamente, aunque dicha asimetría no es tan clara bajo la administración de Reagan. Una defensa común del Departamento de Defensa de los Estados Unidos es que si no existiera, la Unión Soviética «se apoderaría del mundo» tomando Cuba como ejemplo. El hecho de que destinar el 7% de su economía a la industria de la guerra permitió a los Estados Unidos apoderarse de Granada pero no de Cuba, es indicativo de su productividad. Sin embargo, si hacemos un análisis coste-beneficio de la Revolución Cubana, está claro que los Estados Unidos son los principales beneficiarios. Ganó a más de 200.000 personas que no necesitaban ser educadas y que son un importante plus económico para los Estados Unidos, a pesar de que al final hubieron algunas dificultades. Los Estados Unidos no tienen por qué comprar azúcar a Cuba, no tienen por qué subsidiar a Cuba, como hacen los rusos. Uno se pregunta: ¿Qué más quieren los Estados Unidos?


La Unión Soviética, como la República Popular China, es un imperio anómalo del siglo XIX. Un análisis coste-beneficio de dicho imperio seguramente revelará que sería aconsejable tanto para los rusos como para los chinos abandonar sus imperios respectivos, a los que ya no tendrían que subsidiar. Además, la ideología comunista se encuentra en una situación irreparable, simplemente porque una gran parte de ella no es verdad. Lo que no es verdad siempre acaba descubriéndose, con o sin sistema de amenazas. China está aprendiendo esto muy rápidamente. Si la Unión Soviética también lo aprende, puede convertirse en un competidor económico en el mercado mundial, posición que no tiene en la actualidad, pero ni siquiera esto supondría una amenaza para los Estados Unidos. Cuando los pobres se enriquecen, los ricos también se enriquecen, es un hecho casi universal. Sería una ventaja para la Unión Soviética que abandonara su rígida economía planificada, un dinosaurio económico, y siguiera el ejemplo chino, o incluso el ejemplo de una nueva política económica que promovió Lenin cuando se dio cuenta de que el comunismo simplemente no funcionaba.


Por otra parte, el mundo capitalista también tiene sus problemas. Algo puede siempre fallar – la situación internacional de la deuda, la anulación del beneficio por el interés, las enormes redistribuciones resultantes de la estructura de la deuda frente al declive de los valores de los terrenos y de los bienes inmobiliarios, la calidad precaria y «de casino» de las bolsas de valores y las bolsas de productos, etcétera, sugieren que algo está oxidado incluso en estados como Dinamarca y sus empresas capitalistas. La Gran Depresión fue mucho más grave que cualquier otra crisis, pero el mundo la sobrevivió y ha aprendido de ella. Existe una buena razón para ser prudentes con el optimismo en relación con el futuro económico del mundo capitalista. También sería razonable poner prudencia a la hora de ser optimistas en relación con el mundo comunista, simplemente porque las ilusiones ideológicas no han conseguido realizarse en la práctica. Lo que ocurre en China podría fácilmente ocurrir en la Unión Soviética bajo un nuevo liderazgo.


La economía del tributo versus la defensa es otro aspecto de este tema que requiere un estudio detallado. Sería aconsejable invertir la famosa frase de John Paul Jones y decir que «billones para el tributo pero ni un centavo para la defensa», simplemente sobre la base de que el tributo es mucho más barato. De hecho, esto es lo que se hizo con la OPEC, a la cual los Estados Unidos y el resto del mundo pagaron un tributo considerable durante los últimos 12 años, ahora disminuido en cierta manera, como los economistas deberían haber previsto. Alguien habría tenido que calcular que el coste de conquista de los países de la OPEC era mayor que el tributo que se les pagaba. Este principio se aplica, a propósito, en las relaciones de las poblaciones civiles con sus propios países. Los ciudadanos estadounidenses pagan tributo a su propio país en forma de impuestos, por los cuales reciben muy poco en retorno, excepto inseguridad y la certeza de la aniquilación. Se suele estimar que los costes de la revuelta y de negarse a pagar los impuestos son superiores que los costes del tributo que pagan.


CONCLUSIÓN


La conclusión no puede ser otra que la guerra y la industria de la guerra son secciones no económicas de la sociedad, guiadas por consideraciones de valores que son bastante ajenas al pensamiento económico. La cuestión que esta conclusión plantea es: ¿hay alguna posibilidad de transformar la cultura militar en otra que tenga una dirección más económica? Si alguien pudiera convencer a los militares que es mucho mejor empatar las guerras que ganarlas, que ganar guerras casi siempre significa perder la paz, y que en la situación actual representan una amenaza para la continuidad de la existencia de la raza humana, entonces una transformación en la cultura militar no tendría por qué ser inconcebible. Tras la transformación que he llegado a ver en la Iglesia Católica, a veces tengo esperanzas incluso para los militares, que son seres humanos, aunque pertenezcan a una cultura que es inevitablemente más bien patológica. El gran problema de los militares, especialmente si la teoría de la seguridad nacional es la disuasión, es que son únicamente útiles en cuanto no son utilizados. Son más bien como un equipo de fútbol que practica y practica durante mucho tiempo sin poder siquiera jugar un partido oficial. Efectivamente, tal vez la guerra de las Malvinas y la invasión de Granada fueron guerras de formalidad, pensadas únicamente para dar a los militares alguna actividad. Conseguimos ritualizar el sacrificio humano en la religión. Podemos ser capaces de hacer algo similar con la guerra.


Una nota de esperanza es que la seguridad nacional a través de la paz duradera, que a día de hoy es la única seguridad nacional realmente disponible, se ha extendido hacia un gran número de países que no tienen ningún tipo de plan de entrar en guerra, y que están determinados a poner las fronteras nacionales fuera de sus agendas, lo cual es casi una condición suficiente para que haya una paz duradera. Los conflictos económicos tienen poco que ver con la guerra. Los Estados Unidos, por ejemplo, no tienen prácticamente ningún conflicto económico con la Unión Soviética y tienen conflictos económicos mucho más intensos con sus aliados y amigos. Existe cierta esperanza en el sentimiento que encontramos entre muchos militares de que el arma militar y los mísiles guiados han destrozado lo que se puede llamar el tradicional ethos de los militares, que implica coraje, lucha, auto-sacrificio, etcétera, y que ha transformado la guerra en puro genocidio. Si este sentimiento pudiera animarse, si más militares pudieran salir de sus guetos e interactuar activamente con los civiles preocupados por su verdadero bienestar, entonces podría haber alguna esperanza para el futuro.



(1) Este capítulo fue publicado en: Christian Schmidt y Franck Blackby, eds, Peace, Defence and Economic Analysis (preparaciones de una conferencia conjunta que tuvo lugar en Estocolmo, Suecia, octubre de 1985) (Basingstoke, Hampshire y Londres, Inglaterra: Macmillan, para la International Economic Association y el Stokholm International Peace Research Institute, 1987), páginas 3 a 19.
En la preparación de este artículo, el autor reconoce la colaboración de G. Shepherd y B Shepherd de la Universidad de Michigan, en Ann Arbor, con su manuscrito no publicado: The nation is secure: lessons from stable competition and inherent national security.
2) S. Melman, The Permanent War Economy: American Capitalism in Decline (New Yor: Simon and Schuster, 1974).
3) L.J., Dumas, (ed.), The Political Economy of Arms Reduction: Reversing Economic Decay (Boulder, Colorado: Westview Press, 1982)
4) D.F. Noble, «The Social and Economic Consequences of the Military Influence o­n the Development of Industrial Tecnologies», en Dumas, nota 2, p.91.
5) K.E. Boulding and A.H. Gleason, «War as an Investment: The Strange Case of Japan», Peace Research Society (International) Papers (Chicago Conference, 1964) vol.III (1965), pp. 1-17.



Nota: Kenneth Boulding, Publicat en Elgar, Edward (1992), Towards a New Economics. Traducció: Sabina Puig i Alejandro Pozo

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