¿Otra «guerra humanitaria»?
(Artículo publicado en La Directa)
El 17 de marzo el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó la resolución 1973 que autorizó la intervención militar extranjera en Libia. Horas después se iniciaban tres intervenciones militares unilaterales: «Harmattan» (Francia), «Odyssey Down» (EEUU) y «Ellamy» (Reino Unido). La falta de una única línea de mando condujo a un proceso que desembocó en la participación de varios países bajo la coordinación de la OTAN, incluyendo una participación (sólo) simbólica árabe.
También se añadió la España de Zapatero, el mismo que retiró las tropas de Irak, acusando la ocupación de estar motivada por intereses energéticos.
Una intervención ilegal e hipócrita
Es cierto que hay una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que autoriza «todas las medidas necesarias» a Libia, para proteger la población civil y permite el establecimiento de una zona de exclusión aérea. También es cierto que el redactado del texto de esta resolución es deliberadamente ambiguo para permitir diferentes interpretaciones. Pero los límites están claros: son los que fueron negociados con los países que finalmente se abstuvieron en la votación del Consejo para que no se posicionaran en contra, con la particularidad de que tanto China como Rusia tienen poder de veto. De ser vetada, la intervención no hubiera sido legitimada por la resolución y sería abiertamente ilegal. Pero es cuestionable que, sin resolución, no hubiera intervención militar.
Estos límites han sido largamente traspasados por los Estados que están interviniendo. Así, la resolución no autorizaba el derribo de Gadafi, combatir junto a los rebeldes o el suministro de armas. Por el contrario, el propio Consejo de Seguridad impuso a la resolución 1970 un embargo de armas a Libia, que incluye también a los rebeldes. Sin embargo, es bien conocido que están recibiendo armamento ligero y pesado a través de Egipto. Es cínico que decenas de barcos (y un submarino español) y aviones estén patrullando el Mediterráneo para imponer el embargo mientras que hacen la vista gorda (o directamente participan) en lo que pasa en la frontera con Egipto, que tiene un ejército muy bien relacionado con EEUU. Algunos de los países beligerantes no han tenido tapujos en recomendar el suministro de armas a los rebeldes.
Por otro lado es muy hipócrita que los mismos dirigentes que hace dos meses abrazaban Gadafi y incrementaban generosamente su cuenta de ahorros, sus arsenales y su poder, ahora nos digan que es el mismo diablo. El presidente estadounidense George Bush le felicitó en 2008 «por su contribución a la paz en el mundo», y tanto Aznar, Zapatero como Juan Carlos de Borbón han visitado y mostrado sus mejores maneras al dictador. Cabe preguntarse si alguien de los que hoy le bombardean rendirá cuentas por sus relaciones y negocios con Gadafi. Recordemos que su régimen fue tristemente conocido antes y después de su acercamiento a Occidente, y están bien documentadas sus continuas injerencias en otros países armando y financiando a grupos rebeldes y regímenes totalitarios que han masacrado a la población civil.
Los medios de comunicación de masas están jugando un papel determinante en esta guerra. Algunos, como El País, parece que hacen más campaña pro intervención que periodismo. Resulta como mínimo curioso que la primera noticia sobre víctimas civiles de los ataques de la OTAN fuera la denuncia de El Vaticano de la destrucción de un edificio en Trípoli en el que murieron 40 civiles y que «algunas bombas cayeron en hospitales «. Sobre la investigación anunciada por la OTAN, no se sabe nada ni se sabrá.
¿Por qué Libia?
Como sabemos, Libia no es el único lugar del mundo donde se están cometiendo o se han cometido recientemente abusos contra la población civil y donde hay represoras dictaduras enquistadas desde hace décadas. Sin embargo, en estos otros países no se ha producido ninguna intervención militar por parte de los países miembros de la OTAN. La lista es tan evidente como larga. Entonces, ¿por qué la intervención extranjera? Las principales motivaciones de los países participantes están estrechamente relacionadas con: 1) sus intereses energéticos, 2) presiones internas (escándalos en Francia y Reino Unido por complicidades con los anteriores regímenes en Túnez y Egipto, tensiones partidistas o cuestiones electorales, con ciertas dosis de egolatría), 3) influir en las protestas de Oriente Medio, unos procesos en los que adoptan la estrategia del oportunismo y la prudencia en la protección de los propios intereses; 4) oportunidades e influencias en una eventual Libia post-Gadafi (quien ganaba poco antes, puede aumentar sus beneficios si se derriba el dictador), 5) ganar peso, prestigio militar y favor internacional y/o regional.
¿Cuáles son los intereses de cada país?
Estos intereses pueden ser muy plurales, pero los hidrocarburos tienen un papel destacado. De hecho, los hidrocarburos representan el 71% del Producto Interior Bruto de Libia. Para EEUU, Libia era un país en el punto de mira desde hace unos años. Es decir, la intervención militar para derrocar a Gadafi ya sería un objetivo anterior a las revueltas y éstas sólo hubieran supuesto una oportunidad para llevarla a cabo. Al menos, esta intención de intervenir militarmente en Libia fue denunciada por Wesley Clark, ex general estadounidense y ex Comandante Supremo de la OTAN. Sin embargo, los EEUU también tenían intereses en la Libia de Gadafi, si bien de un volumen inferior al que Washington deseaba. Algunas de las compañías que operaban en el país eran ExxonMobil, Oxy, Marathon, ConocoPhilips y Morgan Stanley. Si bien el 5% de las exportaciones de Libia estaban destinadas a EEUU, el porcentaje sobre el total de necesidades era inferior al 1%.
Los intereses europeos eran más fuertes. Destacaba la presencia de las petroleras OMV (Austria), Total (Francia), Eni (Italia), Royal Dutch Shell (Reino Unido / Holanda), RWE y Wintershall (Alemania), Statoil (Noruega) y Repsol (España).
Pero ningún país tiene tantos intereses en Libia como la Italia de Berlusconi, lo que no nos coge por sorpresa. Así, 180 empresas italianas trabajaban en Libia hace dos meses, y la dependencia energética italiana de Libia es del 24% en petróleo y del 10% en gas. Libia (y Gadafi) también tienen muchos intereses en Italia (7,5% de Unicredit, la principal banca italiana, y el 67,5% de la Banca Ubae; el 1% de la petrolera Eni y el 100% de Tamoil Italia, otra petrolera, el 40% de la constructora libc, el 2% de Fiat Auto, el 2% de Finmeccanica, la mayor empresa armamentística italiana, y el 7,5% del equipo de fútbol Juventus, entre muchas otras participaciones. Probablemente por eso Italia todavía no ha congelado todas las cuentas libias, a pesar de las resoluciones obligatorias de la ONU y la UE. La petrolera italiana Eni extraía antes de las revueltas más del doble de petróleo que cualquier otra compañía extranjera en Libia. Las relaciones entre Berlusconi y Gadafi llegaron al punto de que el primero pidiera perdón al segundo por la ocupación colonial y prometió indemnizar a Libia (es decir, Gadafi) con 5.000 millones de dólares en 20 años. Evidentemente, Gadafi limitaría, en contraprestación , la llegada de inmigrantes africanos a Italia a través de Libia.
Finalmente, no hay que olvidar que Rusia (Tatneft, Gazprom y ferrocarril Sirte-Bengasi), China (50 proyectos de 20 compañías) y Turquía (puertos, tratamiento de aguas residuales y un enorme proyecto de agua) también tienen intereses con el régimen libio. Los rusos, a pesar de que pierden negocios energéticos y de comercio de armas, ven con buenos ojos una subida del precio del petróleo a causa del conflicto (Moscú es la única potencia energéticamente autosuficiente). China, tenía más de 300.000 nacionales trabajando en Libia, ahora parados, lo que le ha supuesto cuantiosas pérdidas.
Los rebeldes han sido claros al decir que considerarán la participación en la intervención militar extranjera a la hora de hacer concesiones futuras de explotación y exportación de hidrocarburos. Tampoco es casualidad que los combates entre rebeldes y OTAN y fuerzas pro Gadafi se hayan centrado en la principal refinería del país (Ras Lanuf) y la tercera después de Trípoli (Lidia). A pesar de la guerra, los rebeldes han comenzado a exportar a los aliados. La Arabian Gulf Company (AGOCA), basada en Bengasi, estuvo hábil al desmarcarse de la compañía matriz NOC (National Oil Company), sancionada por la ONU y la UE. El reconocimiento del Consejo Nacional Libio como interlocutor por parte de varios países ha facilitado las cosas. A pesar de las sanciones contra el sector energético libio, el portavoz de Exteriores de la UE ya ha confirmado que la UE no pondrá ningún tipo de impedimento a estas exportaciones.
Considerando la hipocresía demostrada y las razones e intereses mencionados, desconfianza es lo mínimo que podemos sentir y mostrar hacia los Sarkozy, Cameron, Zapatero, Obama y el resto de aliados que han dado apoyo moral, material y humano a la guerra. Son multitud las personas que han estado de acuerdo con la intervención pidiendo justicia, pero una parte se ha basado en una información parcial, controlada y tendenciosa por parte de los medios de comunicación mayoritarios. Estos no han puesto sobre la mesa cuestiones, entre otras, como si no habrá represión contra lo que es apercibido como pro Gadafi (ya se ha producido), qué pasará con el grupo Gaddafa, cuál es la probabilidad de una nueva guerra civil en la Libia post Gadafi o quiénes son los rebeldes.
¿A quién está ayudando la OTAN? ¿Quiénes son los rebeldes?
Entre los rebeldes, parece que hay de todo, incluyendo muchas personas que merecen solidaridad internacional. Pero es como mínimo sospechoso que el Consejo Nacional Libio (CNL) esconda el nombre de 23 de sus miembros (de un total de 31). Quizá porque no serían bien recibidos por Occidente, o al menos por la opinión pública, que ha idealizado los rebeldes como si fueran el Che Guevara. Entre los nombres conocidos del CNL figuran varios ex ministros de Gadafi, alguno de los cuales hace dos meses estaban a su lado. Destacan Mustafá Abdul Jalil y el General Yunis al-Obaid, quienes eran ministros de Justicia y del Interior de Gadafi cuando estallaron las revueltas (Yunis también fue resposable de las fuerzas especiales y compañero de armas del dictador); Omar El- Hariri, también militar, participó en el golpe de Estado que llevó a Gadafi al poder en 1969, o Mahmud Jibril, antiguo estratega de Gadafi. Quizás por estos perfiles los rebeldes libios han optado por la revolución armada, en lugar de lo que hicieron sus vecinos de Túnez o Egipto. Hay, dentro del CNL, notables diferencias entre los llamados «liberales» (encabezados por los abogados que hicieron las primeras protestas) y los conservadores (liderados por Abdul Jalil), que no tendrían mayores problemas en negociar con Gadafi.
Además, no debemos olvidar que los rebeldes no son una coalición de entidades de la sociedad civil (muy debilitada y desestructurada a la Libia de Gadafi), y es muy probable que sus miembros tengan intereses no compatibles. En Libia hay 140 grupos «tribales», de los que al menos 30 tienen peso político. Las divergencias entre ellos son como el cielo y la tierra en asuntos, entre otros, como el papel de la monarquía y del Islam político (ambos con mayor acogida en la parte este del país, controlada por los rebeldes). El derecho sucesorio de la monarquía se disputan el nieto y el hijo del sobrino del rey derrocado por Gadafi (también existen importantes grupos contrarios a la monarquía), mientras que la opción del Islam político es incuestionable en ciudades al este del país como Darnah (52 de los 112 libios que lucharon en la guerra de Irak provenían de esta ciudad, más que de ninguna otra ciudad árabe, haciendo de Libia el mayor contribuyente por persona).
Para los países miembros de la OTAN que bombardean, lo que más importa no es la Libia de la posguerra, la población civil o los rebeldes (y si estos rebeldes no son demasiado rebeldes, mejor). Lo que cuenta es que las concesiones de explotación de hidrocarburos y otras ganancias de tipo político compensen la inversión realizada. Al fin y al cabo, la guerra, en el depredador modelo capitalista actual, es una buena manera de hacer negocios y relaciones internacionales.