Siria, viejos errores para violencia anunciadas
La situación de Siria es alarmante. Cada día vemos como la población sufre una violencia descomunal. Ya hay más de 70.000 víctimas desde que el conflicto se iniciara en 2011.
Ahora ya se habla abiertamente de que la única alternativa es que
la oposición rebelde pueda hacer frente a los ataques para ejercer
presión sobre el régimen de al-Assad. Ya se habla de levantar el embargo
de venta de armas a Siria.
Ya lo defienden abiertamente el Reino
Unido, los Estados Unidos y Francia. La justificación es simple: si los
rebeldes no son apoyados militarmente por las potencias occidentales,
quedarán en manos de las ayudas de los países del Golfo y se generarán
posiciones más extremistas: las runas y los damnificados que queden
serán menos propicios a Occidente.
Todo esto nos recuerda
conflictos de un pasado relativamente cercano dónde se enfrontaba a los
movimientos sociales pacifistas que reclamaban soluciones no militares
contra la situación de alarma y emergencia humanitaria (Bosnia, Kosovo).
¡Hay que actuar! ¡La situación es insostenible! ¡El pueblo sufre! ¡Hay
que acabar con la locura del dictador, la comunidad internacional tiene
el deber moral de intervenir militarmente!
De forma análoga, el
discurso que empieza a hacerse un lugar es que la comunidad
internacional se tiene que sumar y encontrar una solución al conflicto
sirio que pasa por la inyección de armas entre los grupos rebeldes que
se han ganado el calificativo de oposición legítima al régimen.
Desgraciadamente
ya no tienen voz los activistas por la no-violencia dentro del país y
los que se encuentran en el exilio, ya no cuentan con el Comité Nacional
de Coordinación por el Cambio Democrático, ni parece que vayan a tener
en cuenta los acuerdos de la Declaración de Ginebra sobre Siria de enero
de 2013.
Pero no nos cansaremos de decir que lo que está
sucediendo es consecuencia directa de las acciones y de las omisiones
del pasado. De la estrategia de invertir en la preparación de la guerra
en lugar de invertir en la generación de la paz.
Sólo hace falta
examinar por ejemplo el informe que realizó la organización Human Rights
Watch en 2010 para mostrar el balance de los 10 primeros años del
mandado de Bashar al-Assad en relación con el respeto a los derechos
humanos y la promoción de las libertades. El informe es demoledor y
examina la situación política y social de Siria desde cinco aspectos
fundamentales: represión del activismo político y pro derechos humanos;
restricciones de la libertad de expresión; torturas; el trato a las
minorías kurdas; y las desapariciones.
Cinco fenómenos que
deberían haber dado la oportunidad a la comunidad internacional para
actuar de forma proactiva desde cinco frentes distintos con todas las
herramientas civiles disponibles, buscando el consenso de todos los
estados posibles, y probablemente con muchos menos recursos económicos
que los que se destinan al gasto militar de los participantes. En
definitiva, cinco oportunidades perdidas por demostrar que existen
medios para “construir democracias” alternativos a las intervenciones
militares como las de Irak, Afganistán o Libia.
Es indudable que
se han tomado iniciativas. El propio informe repasa los registros de los
intentos de diálogo entre los que se encuentran el de la Unión Europea
en 2005 o el de los Estados Unidos de 2007, pero quizás la lógica de la
diplomacia de las potencias que actúa mediante el doble juego de
acercarse al diálogo de un lado mientras se intenta mantener la cuota de
poder geopolítico por el otro, se mutila a sí misma y resulta inútil
para llevar a regímenes como el sirio a una verdadera transformación que
detenga la represión contra sus ciudadanos. En el fondo, no son más que
viejos errores y viejas incapacidades por nuevas violencias largamente
anunciadas.
La situación de Siria es alarmante. Cada día vemos como la población sufre una violencia descomunal. Ya hay más de 70.000 víctimas desde que el conflicto se iniciara en 2011.
Ahora ya se habla abiertamente de que la única alternativa es que la oposición rebelde pueda hacer frente a los ataques para ejercer presión sobre el régimen de al-Assad. Ya se habla de levantar el embargo de venta de armas a Siria.
Ya lo defienden abiertamente el Reino Unido, los Estados Unidos y Francia. La justificación es simple: si los rebeldes no son apoyados militarmente por las potencias occidentales, quedarán en manos de las ayudas de los países del Golfo y se generarán posiciones más extremistas: las runas y los damnificados que queden serán menos propicios a Occidente.
Todo esto nos recuerda conflictos de un pasado relativamente cercano dónde se enfrontaba a los movimientos sociales pacifistas que reclamaban soluciones no militares contra la situación de alarma y emergencia humanitaria (Bosnia, Kosovo). ¡Hay que actuar! ¡La situación es insostenible! ¡El pueblo sufre! ¡Hay que acabar con la locura del dictador, la comunidad internacional tiene el deber moral de intervenir militarmente!
De forma análoga, el discurso que empieza a hacerse un lugar es que la comunidad internacional se tiene que sumar y encontrar una solución al conflicto sirio que pasa por la inyección de armas entre los grupos rebeldes que se han ganado el calificativo de oposición legítima al régimen.
Desgraciadamente ya no tienen voz los activistas por la no-violencia dentro del país y los que se encuentran en el exilio, ya no cuentan con el Comité Nacional de Coordinación por el Cambio Democrático, ni parece que vayan a tener en cuenta los acuerdos de la Declaración de Ginebra sobre Siria de enero de 2013.
Pero no nos cansaremos de decir que lo que está sucediendo es consecuencia directa de las acciones y de las omisiones del pasado. De la estrategia de invertir en la preparación de la guerra en lugar de invertir en la generación de la paz.
Sólo hace falta examinar por ejemplo el informe que realizó la organización Human Rights Watch en 2010 para mostrar el balance de los 10 primeros años del mandado de Bashar al-Assad en relación con el respeto a los derechos humanos y la promoción de las libertades. El informe es demoledor y examina la situación política y social de Siria desde cinco aspectos fundamentales: represión del activismo político y pro derechos humanos; restricciones de la libertad de expresión; torturas; el trato a las minorías kurdas; y las desapariciones.
Cinco fenómenos que deberían haber dado la oportunidad a la comunidad internacional para actuar de forma proactiva desde cinco frentes distintos con todas las herramientas civiles disponibles, buscando el consenso de todos los estados posibles, y probablemente con muchos menos recursos económicos que los que se destinan al gasto militar de los participantes. En definitiva, cinco oportunidades perdidas por demostrar que existen medios para “construir democracias” alternativos a las intervenciones militares como las de Irak, Afganistán o Libia.
Es indudable que se han tomado iniciativas. El propio informe repasa los registros de los intentos de diálogo entre los que se encuentran el de la Unión Europea en 2005 o el de los Estados Unidos de 2007, pero quizás la lógica de la diplomacia de las potencias que actúa mediante el doble juego de acercarse al diálogo de un lado mientras se intenta mantener la cuota de poder geopolítico por el otro, se mutila a sí misma y resulta inútil para llevar a regímenes como el sirio a una verdadera transformación que detenga la represión contra sus ciudadanos. En el fondo, no son más que viejos errores y viejas incapacidades por nuevas violencias largamente anunciadas.
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