Terrorismo y libertades
(Article no disponible en català)
Hay que remontarse al período de
excepción de la Segunda Guerra Mundial para encontrar un recorte de
libertades de similar magnitud al producido tras los atentados del 11 de
septiembre.
Pere Ortega (Mayo 2002) Materiales de Trabajo 20.
La reacción de Estados Unidos a los atentados sufridos el 11 de
septiembre en Nueva York y Washington, ha sido, como podía esperarse,
desproporcionada. Primero, inició un ataque desbastador contra
Afganistán por la cobertura del gobierno Talibán a los terroristas de Al
Qaeda que supuestamente perpetraron los atentados. Y hoy, aún no
conocemos el número muertos ni el estado de los cientos de miles de
refugiados. Ataques que serán continuados, según anunció el presidente
George Bush, contra aquellos estados que den apoyo a grupos terroristas.
La segunda, de no menor calado, ha afectado a las libertades y derechos
fundamentales de las personas, en especial en Estados Unidos, pero
también en otros muchos estados.
Respecto a EEUU,. Entre las
medidas adoptadas que afectan gravemente a los derechos fundamentales,
un decreto del presidente Bush arbitraba los siguientes pasos: creación
de una superagencia de espionaje internacional; enmienda de los
artículos IV y V de la constitución que protegen las garantías de los
detenidos; creación de tribunales militares especiales. Estas medidas se
concretaron, anunciando que los juicios contra los terroristas serían a
puerta cerrada, sin presencia de observadores ni medios de
comunicación, y se informó que los fiscales no tendrían que presentar
pruebas concluyentes, sino que servirían las simples sospechas o rumores
si existían “indicios razonables” de estar en juego la seguridad del
estado. El mismo decreto permitía detener y juzgar a cualquier ciudadano
extranjero en cualquier lugar del mundo. El Pentágono sería el
encargado de designar al abogado defensor de los acusados, que sería un
militar, aunque podría ser recusado, si el acusado se pagaba un abogado
civil. Posteriormente se anunció que los juicios podrían llevarse a cabo
en buques de guerra de EEUU y entre las penas aplicables figuraba la
ejecución del inculpado.
El resultado de estas medidas no se ha
hecho esperar: miles de extranjeros, la mayoría de origen árabe o
asiático, han sido detenidos y más de 400 personas continúan en prisión.
Entre esas decisiones que violan el “habeas corpus” de los ciudadanos,
figura la que limita gravemente los derechos de defensa de los acusados,
al suspender la comunicación confidencial de los detenidos y sus
abogados. A parte se anunciaba la introducción de métodos de
interrogatorios coercitivos, calificados como “torturas inevitables”,
echo insólito en la historia de EEUU y que ha alarmado profundamente a
los defensores de los derechos humanos.
La ola represiva también
se ha extendido a intelectuales y periodistas, hasta el extremo que
algunos de ellos, como es el caso de Noham Chomsky y Susan Sontag tienen
dificultades para publicar en la prensa de EEUU. Y de auténtica «caza
de brujas» fue la publicación por parte de la mujer del vicepresidente
Cheney, de una lista de cien estadounidenses considerados «desafectos»
por las criticas que vierten a la política exterior del gobierno, entre
los que se encontraban, además de Chomsky y Sontag, Michel Moore, Edward
S. Said, Gore Vidal, James Petras. Por otro lado, se ha instado a la
población a la delación de todos aquellos ciudadanos “sospechosos”,
creándose una atmósfera de inseguridad que ha conducido a un grave
deterioro de la convivencia social, especialmente entre orientales y
seguidores del Islam.
Aunque en Europa las cosas no han llegado
hasta los extremos de EEUU, también se ha iniciado un recorte de los
derechos civiles. En Gran Bretaña, se aprobó una ley de urgencia que
permitía la detención indefinida de sospechosos de terrorismo, lo cual
ha permitido vulnerar los derechos de decenas de detenidos que han
quedado indefensos mientras no se cierran sus sumarios. A su vez que se
aprueban legislaciones represivas que restringen las libertades de
movimiento de los ciudadanos, especialmente de los no comunitarios. En
el caso de España, no ha sido necesario arbitrar nuevas medidas debido a
la vigencia de una muy restrictiva “ley de extranjería”.
En el
plano internacional, con la excusa de la lucha contra el terrorismo, se
ha permitido al gobierno de Ariel Sharon de Israel, iniciar una nueva
guerra contra los palestinos. Igualmente en Rusia, el presidente Putin
ha aumentado la represión en Chechenia. Como también ha ocurrido en
diferentes repúblicas exsovieticas: Tayikistán, Uzbequistán y Kirguistán
donde se están reprimiendo las disidencias.
Igual de
preocupante es la definición sobre terrorismo adoptada por los jefes de
estado de la UE en una resolución, donde se califica de terroristas a
quienes «obliguen indebidamente a los poderes públicos o a una
organización internacional a hacer o abstenerse de hacer alguna cosa, o a
desestabilizar gravemente o destruir las estructuras fundamentales
políticas, constitucionales, económicas o sociales». Un texto
suficientemente ambiguo como para que los defensores de las libertades y
derechos humanos estén preocupados.
En ese contexto debe
situarse la actual tramitación en España por parte del Partido Popular
de un nuevo proyecto de ley que regule los partidos políticos, que
permitirá, con tan sólo 50 firmas de diputados, elevar al Congreso la
ilegalización de aquellos partidos en los que se demuestre vinculaciones
de algunos de sus militantes con organizaciones terroristas. Con lo que
se traslada a organizaciones las responsabilidades que sólo pueden
recaer sobre individuos.
También deben considerarse un recorte de
libertades, las medidas adoptadas para el control de la telefonía
móvil, como la llevada a cabo por la red Echelon controlada por el
Pentágono que peina el espacio aéreo buscando cientos de palabras clave
(entre otras “pacifista”) donde captar información. O las más concretas
medidas para regular el uso de Internet, como el reciente decreto
aprobado en España que ha llenado de preocupación a los usuarios de
Internet, pues bajo una pretendida protección del uso empresarial, se
encuentra un mayor control de la información que circula por la red.
O
la propuesta del ministro de defensa español, Federico Trillo, ante sus
socios de la UE, de que las futuras Fuerzas de Reacción Rápida (el
euroejército de 60.000 soldados) se ocupen de la lucha antiterrorista, y
no sólo de las llamadas misiones de paz y ayuda humanitaria (misiones
Petersberg) y que por el momento no ha obtenido respuesta de sus
homólogos en la UE.
Ante este panorama de inseguridad y recorte
de las libertades, los gobiernos de la UE deberían haber reforzado las
medidas encaminadas a desarrollar la justicia y la paz mundial. En su
lugar, se han dejado arrastrar por la inercia de los acontecimientos
marcados por EEUU. Por esto, hay que celebrar como una buena noticia la
constitución de la Corte Penal Internacional que permitirá perseguir los
crímenes de guerra y contra la humanidad. En ese sentido, se debe
continuar profundizando en las propuestas de reforma de las Naciones
Unidas, en especial del nada democrático Consejo de Seguridad que, con
el derecho a veto que ejercen sus cinco miembros permanentes impiden que
los objetivos fundacionales de la onU, velar por la paz y la seguridad
mundial se hagan realidad