Un año de revueltas en Siria: un año más de represión al estilo Al Asad
Este artículo ofrece datos analíticos que nos ayudan a entender algunas de relaciones de fuerzas que estan en juego en Siria.
Lo que está ocurriendo en Siria es devastador y criminal. Por eso el último veto de Rusia y China a la resolución más suave que se haya presentado hasta ahora (06/02/12) en el Consejo de Seguridad de la ONU sobre Siria ha desencadenado tanta indignación. Rusia y China se niegan a aceptar una resolución de condena al gobierno sirio. De la misma manera en que EEUU y Reino Unido vetaron, en el verano de 2006, una resolución que pedía el alto al fuego durante la guerra entre Israel e Hezbollah en el Líbano. Lo que se ha de tener claro, entre tanta reprobación por Rusia y China, es que aunque se aprobara una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU, Bashar Al Asad ciertamente no la respetaría. Las visitas diplomáticas a Damasco tampoco servirán de nada. Aun en el hipotético caso (muy poco probable) de que se consiga convencer a Bashar Al Asad a emprender unas reformas políticas, aquella parte de la población siria que está pagando el precio más alto de esta situación jamás aceptaría que Al Assad (ni nadie del mismo régimen) siguiera en el poder. Hace ya meses que el conflicto de Siria ha pasado el punto de no retorno.
Las protestas contra el régimen de Bashar Al Asad empezaron claramente inspiradas por las mismas razones que las de Túnez y Egipto. Parte de la población se echó a la calle para pedir la caída del régimen, la instauración de una democracia, mejores condiciones de vida, libertad y dignidad. Pero mientras hace once meses, cuando empezaron, se trataba de demostraciones pacíficas, ahora es evidente que el conflicto de Siria es internacionalizado, en el sentido de que tanto el gobierno como la oposición reciben apoyo militar de otros gobiernos. Y no es sorprendente, porque Siria es un bocado demasiado apetitoso. Estados Unidos, Israel, Unión Europea, Turquía y Arabia Saudí podrían aislar a Irán, que lleva años intentando afirmarse como potencia regional. Si Bashar Al Asad dejara el poder, Irán lo tendría indudablemente más difícil para seguir armando, por ejemplo, al partido libanés de Hezbollah con misiles que pueden alcanzar Israel. Por otra parte, Siria es uno de los mayores importadores de armas rusas. Y Rusia tiene en el puerto sirio de Tartus su única base naval en el Mediterráneo. Un punto importante, sobre todo considerando la infraestructura del escudo anti-misiles que EEUU está instalando en el Mediterráneo (incluso en Rota, Cádiz).
Hay muchos actores (internos y externos) involucrados en este conflicto. La pacificación y la estabilización de este país no serán en absoluto ni rápidas ni sencillas. La población siria está dividida entre una mayoría de musulmanes (suníes, alauíes, kurdos y otros) y una minoría de cristianos principalmente. Las prácticas represivas e ilegales del régimen de los Assad han llevado el país a una condición de pobreza generalizada y divisiones sociales muy profundas. Una parte de la población (mayoritariamente los alauíes y cristianos) vivía relativamente bien, sacando todo el provecho que podía de la estabilidad que los Assad han mantenido y, sobre todo, sin interesarse por la política. Es decir, sin criticar al régimen. El control de los servicios de inteligencia sobre la población está tan arraigado que los sirios tienen mucho cuidado antes de hablar de política, puesto que hasta el vecino puede ser una espía del régimen. Así que la población no representa un frente compacto contra Bashar Al Asad. De hecho ni siquiera la oposición es homogénea: sabemos que hay dos grupos principales de oposición, el Consejo Nacional Sirio (CNS) y el Ejército Libre Sirio (ELS). Además, también están los así llamados “comités locales de coordinación”, los consejos revolucionarios y otros grupos. Cada uno de ellos con su propia idea de cómo habría que seguir luchando contra el régimen. Por no hablar de la complejidad y extensión de las fuerzas armadas y de los cuerpos de inteligencia, cuya gestión en un sistema post-Al Asad no será nada fácil. No cabe duda de que el país tardará años en recuperarse. Y mientras vemos los tremendos vídeos que personas como nosotros hacen llegar al mundo para denunciar lo que está pasando, hemos de saber y asumir, una vez más, que todos nuestros gobierno son cómplices directos de estos crímenes, así como de aquellos con los que el régimen sirio se ha manchado en estos largos años. No nos despertamos un día de marzo de 2011 en el que un señor, de golpe, se había convertido en un dictador sanguinario. Las violaciones sistemáticas de los derechos humanos, la represión, la tortura y los asesinatos por parte del régimen de los Assad (que comenzó con Hafez Al Asad en 1971) no son nada nuevo. Pero Al Asad nunca movió un dedo contra Israel, pese a tanta retórica anti-imperialista y anti-sionista. Ni siquiera hizo nada cuando el territorio sirio (y precisamente un supuesto reactor nuclear) fue bombardeado por aviones militares israelíes en 2007. Así que en el caso de Siria, como en muchos otros, para la “comunidad internacional” ha valido siempre lo de “mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer”.
Mucho antes de llegar a la indignación por los vetos que bloquean el sistema de Naciones Unidas, es el entramado de intereses que gobierna el mundo que nos lleva una y otra vez a ser testigos de situaciones como la de Siria. Mientras se sigan vendiendo armas a países cuyos gobiernos son conocidos por no tener ningún reparo en recurrir a cualquier medida para quedarse en el poder; mientras la impunidad siga siendo, por lo general, el destino de aquellos líderes que violan los derechos humanos de su pueblo (o los de otros); mientras se sigan apoyando a dictadores porque son el mal menor (para los “líderes” de la “comunidad internacional”, claro), es inevitable que acabemos llegando a este punto, una y otra vez, no sólo en Siria, sino en muchos otros países del mundo.