La ciudad y la paz

La ciudad y la paz

La ciudad es un lugar de encuentro pero también de violencia. Este articulo repasa la violencia tanto generada por la guerra como las generadas por las otras violencias.

Cuando se habla de paz siempre se piensa en su antónimo, la guerra, y no es del todo errado, porque la guerra es la máxima expresión de la barbarie humana y, cuando se sufre, la población desea que llegue la paz. Pero que termine la guerra no garantiza que llegue la paz, porque la posguerra quizás no sea tan cruenta, pero puede ser igual de brutal para la población que ha apoyado al bando vencido, pues puede conllevar revancha y represión. Este ha sido el caso de muchas guerras recientes, recordemos los casos de la antigua Yugoslavia, Libia …, o como la que sufrió la población catalana y de la ciudad de Barcelona después de la guerra civil española de 1936-39, que no solamente había sufrido, entre otros padecimientos, los bombardeos del ejército faccioso, sino que posteriormente sufrió las represalias del nuevo régimen militar-fascista que pretendían exterminar todos los vestigios, incluidas personas, de la etapa republicana. Lo que conllevó una brutal represión con juicios sin garantías, ejecuciones sumarísimas, asesinatos, encarcelamientos arbitrarios, torturas, deportaciones. Represión ideológica que fue acompañada de secuelas de miedo, angustia, falta de alimentos, medicamentos y otros productos de primera necesidad que conllevó muchas privaciones y hambre. Una etapa de violencia muy cruenta que duró cinco largos años, de 1939 a 1944.

Pasados estos primeros años, sin embargo, la ciudadanía empezó a vivir con cierta paz. ¿Pero qué paz era aquella? Precaria, porque el miedo continuaba estando muy presente entre todos los seguidores del bando republicano que habían perdido la guerra; como también lo estaba para la nueva generación que veía sus aspiraciones de libertad de expresión y asociación amputadas por el régimen franquista. Pero aquella dictadura quería presentarse ante Europa y el mundo como un régimen de paz y, en 1964, bautizaba los 25 años de violencia con el eslogan «25 años de paz». Efeméride que los vencidos de la guerra civil vivieron como un sarcasmo, una burla por los años vividos llenos de humillaciones. ¿Para aquella ciudadanía habían sido 25 años de paz? Seguramente la mayoría de ellos afirmarían que no, que a pesar de que se había terminado la guerra, no se había vivido en paz, porque se había sufrido mucha violencia ejercida de manera feroz contra cualquier muestra de libertad o disidencia.

Porque la ausencia de guerra no prefigura vivir en paz. La paz en el sentido moderno – gracias a Gandhi y después de él – está considerada como ausencia de violencia y, en este sentido, es necesario haber erradicado no solo la violencia directa que tiene en la guerra su máxima perversión, sino también todas las otras violencias, especialmente la estructural y la cultural. Aquellas que impiden a la ciudadanía haber abandonado todos los temores para poder disfrutar de seguridad y paz.

Violencia estructural que proviene de las desigualdades entre personas por un orden económico y social injusto que impide cubrir las necesidades vitales: unas condiciones adecuadas de vivienda, nutrición, sanidad, educación y ambientales, o que vulnera libertades y derechos esenciales, como las de reunión y de expresión, o que discrimina social o políticamente de forma injusta.

Violencia estructural que es difícilmente sostenible si no hay una justificación que la presente como normal, necesaria, inevitable. Es la violencia cultural que se ejerce desde la ideología dominante y que se manifiesta a través de la educación reglada, los medios de comunicación, productos culturales u otros elementos del universo simbólico que legitiman diferentes prácticas violentas.

Violencias personal, cultural y estructural que estuvieron muy presentes y visibles durante todo el franquismo, que una vez terminada la dictadura, a partir de 1978, con la llegada de la democracia, rebajaron considerablemente su virulencia pero que no terminaron de desaparecer. Porque si los derechos de las personas se ampliaron, siguió habiendo ciudadanía que continuó sufriendo privaciones. Situémonos hoy, tras la llegada de la crisis económica de 2008. Como podemos llamar al enorme recorte de derechos de la ciudadanía desencadenado por nuestros gobiernos si no violencia? Porque los efectos son bien visibles: colas de gente en comedores sociales o recogiendo comida en los bancos de alimentos; gente sin techo o desahuciados por impagos de hipotecas, aumento del paro y jóvenes obligados a emigrar por falta de empleo; limitación de derechos a los inmigrantes y actitudes xenófobas en algunos gobiernos municipales (Badalona, Vic, Manlleu, Salt …), cuando no malos tratos a los encerrados en centros de internamiento (CIES) que parecen cárceles. Resumiendo, se trata de una enorme violencia estructural contra los más desfavorecidos de un sistema social manifiestamente injusto.

O la violencia cultural contra aquellos que no pertenecen a la cultura oficial dominante. El trato diferencial dado a la iglesia católica frente al resto de religiones. Por ejemplo, ¿Cómo se justifica el impedimento de construir mezquitas en centros urbanos y enviarlas a polígonos industriales?, ¿o aducir razones estéticas para no permitir la construcción de minaretes y cúpulas orientales argumentando que no forman parte de la arquitectura tradicional del país? O en otros ámbitos, por ejemplo, el trato discriminatorio en el empleo del espacio público urbano a las minorías étnicas, religiosas, movimientos sociales alternativos (okupas) o por orientación sexual (LGTB). Todo ello representa una manifiesta marginación de los otros, los diferentes, por el hecho de pertenecer a culturas minoritarias.

Recordemos que, el concepto de ciudadanía se construyó a partir del establecimiento de reglas de convivencia para las polis. Reglas que otorgaron derechos a sus habitantes y que abrieron el paso a la democracia. Democracia que vemos como hoy está en un claro retroceso, porque con la excusa de la crisis económica se están reduciendo derechos en todos los ámbitos económicos, sociales y políticos. Derechos democráticos que tantos sacrificios había costado construir y que ahora están desapareciendo.

Entonces se puede afirmar que, en nuestras ciudades, hoy, a pesar de que no se sufre una guerra, ni la represión de una dictadura política, no se vive en paz. Porque la paz es un estamento superior que sólo se consigue con un pleno desarrollo de justicia social y derechos humanos para toda la ciudadanía sin discriminación, es decir, sin ninguna violencia. En este sentido, la Paz se hermana con el resto de utopías sociales que buscan la igualdad.



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Publicado en La revista Carrer, el 29/09/2013
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