La condena a Ratko Mladić y la interminable pacificación de los Balcanes
Mladić fue responsable de una campaña de limpieza étnica culminada en el espeluznante asesinato a sangre fría de unos 8.000 hombres en la localidad de Srebrenica.
Las guerras balcánicas de los 90 tuvieron un impacto político y mediático particularmente destacado, quedando en la memoria colectiva como un paradigma de hasta dónde puede llegar la degradación moral del ser humano, incluso en la Europa de finales del siglo XX, en la que parecían consolidados los principios de la democracia y los Derechos Humanos.
Por otra parte, aquellos conflictos apuntalaron la imagen estereotipada de la región, el avispero balcánico donde se originó la Primera Guerra Mundial, cuna de todo tipo de nacionalismos genocidas, odios ancestrales y mafias.
Una de las principales consecuencias de las guerras fue que la comunidad internacional acordara instituir un Tribunal Penal ad hoc, el TPIY, para procesar a sus responsables individuales de crímenes de guerra, lesa humanidad y genocidio. De este modo, se sentaron las bases para que por primera vez en la historia existiese un Tribunal Penal Internacional permanente, que se encuentra operativo desde 2002, culminando la promesa hasta entonces incumplida de dar continuidad de pleno derecho a los juicios de Núremberg y Tokio celebrados entre 1945 y 1949.
A lo largo del último cuarto de siglo, los Balcanes han seguido siendo noticia por el goteo de arrestos y sentencias condenatorias emitidas por el TPIY. Éstas han contribuido a la buena conciencia de la ciudadanía internacional al percibir que al fin se envía el potente mensaje de esperanza de que los responsables de graves violaciones de Derechos Humanos son ahora llevados ante la justicia, independientemente de su posición. En particular, la prensa mundial acaba de hacerse eco, entre el regocijo y el repudio al monstruo y a sus atrocidades, de que el general Ratko Mladić ha sido condenado a cadena perpetua.
Limpieza étnica en Srbrenica
Mladić fue responsable de una campaña de limpieza étnica culminada en el espeluznante asesinato a sangre fría de unos 8.000 hombres en la localidad de Srebrenica. Arrogante, grosero y obstinado en su discurso revanchista contra los bosnios musulmanes, el ex-militar serbobosnio encaja perfectamente en el papel de criminal despiadado.
Curiosamente, si bien el TPIY (1993-2017) y su sucesor, el Mecanismo Residual Internacional para los Tribunales Penales, son percibidos por la comunidad internacional como instrumento ejemplar para contribuir a la verdad, la justicia, la paz y a la reconciliación en los Balcanes, lo cierto es que muy pocos se preguntan qué impacto real han tenido sobre el terreno.
En general, los medios occidentales coinciden con la interpretación de Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, y de Carmel Adjius, presidente del tribunal, quienes han afirmado que la sentencia es un logro de primer nivel. No obstante, el impacto en los Balcanes tanto de esta sentencia como de las emitidas por el TPIY desde su instauración, continúa estando muy lejos de contribuir a la estabilidad, democratización y confianza en la justicia penal internacional. Más bien, las sentencias desatan invariablemente en la nación de cada condenado una nueva oleada de victimización y negacionismo, mientras que el país de las víctimas siempre considera que las penas al enemigo son demasiado leves y que no se ha procesado a todos los responsables.
La República Srpska
El mapa actual de las naciones protagonistas es el de una Croacia miembro de la UE; una inestable República de Bosnia-Herzegovina (BiH) divida en dos entidades autónomas -la llamada Federación, de mayoría musulmana y con algunos enclaves croatas católicos, y la República Srpska, serbia y cristiana ortodoxa-; y Serbia, el país estigmatizado como gran responsable de las guerras balcánicas de los 90. En todos los casos, las reacciones al fallo del Tribunal han estado lejos de contribuir a la estabilidad, la paz y la reconciliación. Más bien, los gobiernos nacionalistas que prácticamente monopolizan el poder en la región nunca dejan pasar la oportunidad de instrumentalizar y explotar políticamente cada sentencia en su beneficio, devolviendo a la actualidad los recuerdos de agravios pasados para asegurar un rechazo al otro que legitime su discurso. Lejos de ser una excepción, veamos cómo la condena a Mladić no ha hecho sino incendiar aún más las precarias relaciones entre serbios, croatas y bosníacos.
La República Srpska es el territorio clave del caso Mladić, Cuando BiH se independizó de Yugoslavia en 1992, la comunidad serbobosnia mostró su voluntad de continuar en ella o crear una nueva entidad en los territorios en que eran mayoría, aproximadamente la mitad de la república. Como cristianos ortodoxos, y con una viva memoria nacional de seis siglos de lucha contra los otomanos para recuperar su libertad, los serbobosnios se negaban a ser gobernados por el nuevo régimen de BiH bajo el islamista Aljia Izetbegovic, porque ello implicaba pasar de ser parte de la nación mayoritaria de Yugoslavia a convertirse en una minoría cristiana en un país musulmán.
Sin embargo, tanto el gobierno de Sarajevo como la UE, la ONU y la OTAN impusieron la continuidad de BIH como entidad unitaria. El político Radovan Karazdic y el general Mladić fueron quienes lideraron la lucha que hizo posible que los serbobosnios obtuvieran en los Acuerdos de Dayton el autogobierno de su parte de BiH, la denominada la República Srpska.
El que se enfrentaran a tan poderosos enemigos, e incluso perdieran su libertad para dejarles su propio gobierno, es algo que les supuso un agradecimiento casi incondicional por parte de los serbobosnios, que se sienten deudores de Mladić y beneficiarios de su legado. Una clara muestra es el Museo de Historia de la República Srpska, la mitad de cuyo espacio está dedicado a las víctimas serbias de los fascistas croatas en la segunda guerra mundial, pero en el que no hay mención alguna a los conflictos de los 90, salvo en algunos cuadernos en los que se habla expresamente de la intachable y noble conducta del ejército serbobosnio comandado por Mladić, el VRS.
Los curadores del museo son personas encantadoras, cultas, viajadas y amistosas, pero no vacilan en afirmar que si no viven sometidos a los musulmanes es gracias a Mladić y Karazdic, a quienes se ha usado como chivo expiatorio a la vez que la comunidad internacional ha silenciado los crímenes de bosníacos y croatas contra los serbios. De ahí lo conmovedoras que han resultado en la República Srpska las palabras de Mladić a su hijo Darko nada más conocer su sentencia definitiva: “Yo no soy importante, sino la supervivencia de nuestra república. Protegedla”
Por su parte, el presidente de la República Srpska, Milorad Dodik, ha afirmado tras la sentencia a Mladić que éste es un verdadero héroe y un patriota que impidió el genocidio contra el pueblo serbobosnio, y que su condena responde a una justicia selectiva por parte de un tribunal establecido únicamente para juzgar a los serbios con la intención de satanizarlos.
El hecho de que la jueza encargada de leer la sentencia a Mladić, la zambiana Prisca Matimba Nyambe, haya cuestionado el veredicto a la vez que lo hacía público, no ha hecho sino aumentar el desprestigio del tribunal entre sus detractores. De este modo, la cadena perpetua a Mladić tan solo ha contribuido a que la comunidad serbobosnia, victimizada y a la defensiva, cierre filas en torno a su narrativa nacionalista.
Por su parte, desde la Federación de BiH, que persigue la desaparición de la República Srpska y la instauración de un modelo de Estado más centralizado que acreciente su poder, la condena a Mladić ha sido una excusa más para desacreditar la existencia de la entidad serbobosnia.
Así, el presidente Bakir Izetbegovic -hijo del anterior- ha lamentado que el tribunal se quedara corto y no haya condenado a más serbios, mientras el ministro de Asuntos Exteriores, Zeljko Komsic, ha declarado que no debía reconocerse siquiera a la República Srpska, pues la condena a Mladić demuestra que fue fruto de una empresa criminal y genocida, idea en la que también ha incidido el líder de la comunidad islámica bosnia, Reis Kavazovi, para quien la sentencia contribuye a dos metas igualmente nobles: hacer justicia y acabar con la República Srpska.
En Croacia, el primer ministro Andrej Plenkovic ha acogido con satisfacción la condena a Mladić, aprovechando para lamentar tanto que no se hayan procesado a más altos cargos de Serbia como el que no se condenara también a Mladić por la agresión a Croacia. Jadranka Kosor, que fue primera ministra de Croacia en 2011, ha ido mucho más allá, insistiendo en la naturaleza genocida del VRS.
Serbia
En cuanto a Serbia, es muy importante recordar que no fue oficialmente beligerante en la guerra de BiH, que los serbobosnios –como Mladić-, son considerados allí como forasteros, pues no solo viven en otro Estado, sino que hablan con el acento y la variante lingüística jekavica propia de bosniacos y croatas.
Resulta, por tanto, sumamente curioso que por la amenaza a su identidad en BiH, la comunidad serbobosnia se hiciera mucho más nacionalista serbia que la de la propia Serbia, y que las aspiraciones de unificación con Serbia de los serbobosnios sean vistas con indiferencia desde Belgrado.
En realidad, Serbia nunca tuvo un compromiso político sólido con los serbios de Bosnia durante la guerra. De hecho, el presidente serbio Slobodan Milosevic incluso rompió relaciones con el serbobosnio Karazdic un año antes del final del conflicto, y fue Serbia quien terminó arrestando y entregando al propio Milosevic, a Mladić y Karazdic al TPIY sin que ello causara ninguna reacción política o social destacable en el país.
Si bien la prensa amarilla –curioso fenómeno editorial particularmente exitoso en Gran Bretaña y Serbia- sí se ha referido a Mladić como héroe, los periódicos más importantes y prestigiosos de Serbia, como Politika y Danas, no defienden la inocencia del general ni muestran una particular afinidad a su figura. Sí se quejan, al igual que el presidente Aleksandar Vucic y la Primera ministra Ana Brnabic, de la parcialidad antiserbia del Tribunal, que continúa acusándoles de falta de colaboración pese a que han arrestado y extraditado a todos los acusados, proporcionado gran número de testigos y amplia documentación, y a que es el único país que ha condenado todos los crímenes, incluido el de Srebrenica, algo que no ha hecho ningún otro país involucrado en la guerra.
Proceso en La Haya
Expresando el sentir del grueso de la población serbia, Vucic ha lamentado la trascendencia global de la sentencia a Mladić y otros condenados serbios, mientras hay un clamoroso silencio mediático respecto a quienes cometieron crímenes contra la población civil serbia. Se refiere, por ejemplo, al bosniaco Naser Oric, comandante al mando de la división que atacó e incendió más de 50 aldeas y pueblos serbios, causando unas 2.000 víctimas civiles y la huida de la mayoría de sus moradores, especialmente en la zona de Bratunac y de la propia Srebrenica, a la que limpió de serbios en 1993.
Tras un proceso de dos años en la Haya, Oric fue declarado inocente y volvió a su Tuzla natal como un héroe. O al caso de los croatas Ante Gotovina y Mladen Markac, al mando de la limpieza étnica llevada a cabo contra la región serbocroata de Krajina, que había habitado la región durante siglos y había tratado de permanecer en Yugoslavia. Fueron condenados respectivamente a 24 y 18 años de prisión, para poco después ser declarados inocentes, puestos en libertad y recibidos multitudinariamente con honores a su regreso a Croacia.
Si para los serbios lo sucedido en Krajina fue un crimen de guerra que inundó su país de refugiados, en Croacia se celebra bajo el nombre de Guerra Patriótica, sus veteranos son considerados héroes y cuentan con numerosas ventajas, ayudas y reconocimiento. Cabe mencionar también el caso proceso al líder del ejército de Liberación de Kosovo y luego Primer Ministro, Ramush Haradinaj, absuelto de todos los cargos tras el asesinato o sospechoso suicidio de 9 de los 10 testigos que iban a declarar contra él, negándose ya a hacerlo el único superviviente.
Tras la sentencia a Mladić, Rusia, único apoyo diplomático de Serbia respecto al TPIY, ha dicho en el Consejo de Seguridad de las ONU que percibe entusiasmo cuando se trata de condenar a los serbios y que el Tribunal le parece una herramienta de venganza, no de justicia. Todas estas circunstancias refuerzan el victimismo serbio, dan argumentos a su interpretación de que la justicia internacional es un mazo con el que las grandes potencias castigan a quienes no se doblegan ante ellas, y, algo fundamental, dificulta la tan necesaria autocrítica nacional serbia sobre su papel en las guerras de Croacia, BiH y Kosovo.
De cualquier modo, es evidente que Serbia ha perdido la guerra de las narrativas y es vista por gran parte de la opinión pública, mediática y política como un país belicista, cruel y expansionista –aunque es el único que ha visto reducido su territorio tras las guerras balcánicas y su nación ha quedado dividida en cuatro Estados- . Un ejemplo de ello es la dura campaña de desprestigio sufrida por el escritor Peter Handke cuando le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 2019, sólo porque a lo largo de su trayectoria siempre ha pedido más justicia y ecuanimidad para Serbia, criticando el maniqueísmo de los medios y los políticos contra el país balcánico, por lo que incluso se le llegó a acusar, para su estupefacción, de legitimar genocidios.
El mismo día que se hizo pública la sentencia contra Mladić, el serbio Nikola Jokic fue elegido jugador más valioso de la NBA, la película serbia Celts ganó el Festival Internacional de Cine de Kiev, y los ojos del deporte se centraban en el Grand Slam de Roland Garros, donde la raqueta número uno del mundo es la del serbio Novak Djokovic.
Al mismo tiempo, Serbia es en la actualidad el país europeo con una diplomacia más abierta e independiente, lo que le permite unas relaciones simultáneas de proximidad únicas tanto con la UE, a la que es el más firme candidato en la próxima ampliación; con Rusia, su gran aliado histórico; con EEUU, normalizadas aunque ensombrecidas por el bombardeo de la OTAN a Serbia y su decisivo apoyo a Kosovo; y con China, llegando el volumen de su creciente colaboración económica, científica, cultural y en materia de seguridad hasta el punto de que el Aleksandar Vucic se refiere en público al presidente Xi Jinping como mi hermano. Ciertamente, hay otra Serbia invisibilizada por los prejuicios y la estrechez de miras.
En conclusión, como se ha demostrado una vez más en el caso Mladić, la labor del TPIY, más allá de sus bienintencionados propósitos, ha sido una oportunidad perdida de contribuir mediante el valor ejemplarizante de la verdad y la justicia a la pacificación y convivencia de la región.
En primer lugar, su lentitud ha contribuido a perpetuar las violencias de los 90 como tema de actualidad, manteniendo la identificación de los Balcanes con guerras, limpiezas étnicas y genocidios.
En segundo lugar, condenas como la de Mladić se han instrumentalizado para reforzar los discursos nacionalistas que enfatizan las violencias y agravios sufridos, algo que los gobiernos balcánicos siguen explotando exitosamente en su propio beneficio.
En tercer lugar, al victimismo de todas las partes cabe añadir algo incluso más grave: el pertinaz negacionismo de la tragedia ajena y de la responsabilidad propia que comparten todas las naciones implicadas, algo que es el principal lastre para normalizar de una vez su convivencia.
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