Demasiados cañones y poca mantequilla
Los datos sobre el gasto militar mundial más recientes son desalentadores. Según el SIPRI, en 2022 el presupuesto militar mundial ha aumentado un 3,75% hasta alcanzar los 2,24 billones de dólares, una cifra superior al PIB de Italia. Este informe muestra que la región Asia-Pacífico, identificada desde hace un tiempo como escenario de todas las tensiones por venir, con China en el punto de mira, ha aumentado un 45% su gasto militar la última década. Fue la región que más ha desarrollado el músculo militar del mundo. Pero sigue siendo Estados Unidos el país que más gasto militar atesora, 877 mil millones (39%), tres veces más que el segundo en el ranking, China, y diez veces más que Rusia, el tercero.
El gasto militar aumenta en Europa, convirtiéndose en su conjunto en la segunda región con más gasto militar del mundo, después de EEUU. Lo que hace que la OTAN y sus aliados más cercanos (Japón, Australia, Corea del Sur, Arabia Saudí…) acaparen la mayor parte de los presupuestos militares mundiales un año más. Algo que en los próximos años no cambiará, atendiéndonos a los anuncios de aumento de los presupuestos militares por los principales países europeos. Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, España, Polonia, Hungría y casi toda Europa prometieron en la cumbre de la OTAN de Madrid llegar al 2% del PIB en gasto militar en unos pocos años. La Unión Europea se suma a la deriva militarista y presupuesta más de 5.000 millones de euros, apareciendo por primera vez en el análisis internacional sobre gastos militares, tras el belicismo inyectado por Borrell al Servicio de Acción Exterior Europeo, al calor de la guerra de Ucrania.
Otra región que se remilitariza es Oriente Próximo, que ve cómo Arabia Saudí sube al quinto puesto del ranking recuperando niveles de presupuestos militares de años anteriores. Recordemos que parte considerable de su gasto militar son ingresos para empresas de armas españolas y quien se lleva la mayor parte es Navantia con nuevos buques de guerra camino del mar de Arabia. La nota positiva la pone este año la región de América del Sur, que redujo su militarización en la última década un 5,4%, mostrando una forma diferente de enfocar la seguridad regional. El África subsahariana también reduce bastante los presupuestos militares durante el último año, aunque los numerosos conflictos irresolutos en la región auguran un futuro inestable.
Más allá de los datos del último año, la reflexión sobre los gastos militares merece una perspectiva histórica. Hace más de tres décadas, con el final de la Guerra Fría, se abrió un esperanzador debate sobre qué hacer con los recursos económicos que quedarían liberados por la reducción de los presupuestos de defensa. Los miles de millones de dólares que se dejarían de gastar en ejércitos, armas y demás cuestiones militares inherentes a la muestra de fuerza entre Estados Unidos y la Unión Soviética fueron conocidos como los dividendos de la paz.
Fueron muchas las propuestas que surgieron en aquel momento, la mayoría hablaban de dotar de mayores presupuestos a la cooperación al desarrollo. En 1988 el gasto militar mundial alcanzó la cifra máxima de 1,60 billones de dólares. Sólo por el fin de la Guerra Fría se dejaron de destinar en militarización 5 billones de dólares, una cifra superior al PIB actual de Alemania, cerca del PIB de toda América Latina y el Caribe. Tuvieron que pasar 18 años para llegar al gasto militar anterior a la caída del Muro de Berlín.
Hoy en día podemos decir que los dividendos de la paz se han evaporado. Hemos destinado a la carrera armamentista y militar ya más de lo que se dejó de gastar por el efímero cambio de los años 90 los dividendos para la paz están directamente relacionados con la disyuntiva que se atribuye al economista Paul Samuelson, cañones o mantequilla, por la cual se muestra que la economía es la gestión de la escasez, en la que constantemente hay que elegir a qué dedicamos
unidad. Así, por cada euro que destinamos a cañones, dejamos de tener un euro disponible para mantequilla. Es decir, la decisión de en qué gastar el dinero público tiene un efecto inmediato sobre las políticas públicas y sobre el modelo de seguridad que estamos construyendo.
El complejo militar-industrial vuelve a situarse en el centro de la economía mundial al tiempo que sobre Ucrania llueven proyectiles, cada día 10.000 son lanzados por el ejército ruso y 7.000 por el ucraniano. La industria no da abasto. No tienen capacidad para producir tanta munición. Las empresas emprenden nuevas inversiones que pretenden aumentar su producción, pero piden seguridad por parte de los gobiernos antes de realizar sus inversiones. ¿Qué mejor seguridad para sus inversiones que la de un mundo en guerra? Los halcones neocon de EE.UU. llevaron a su país y convencieron a buena parte del mundo a optar por la vía militar para luchar contra el terrorismo en costosas guerras en Afganistan e Irak. Hoy el enemigo que justifica la inversión militar es China y de forma transitoria Rusia. Ucrania es un buen ejemplo de la deriva militarista. Unos y otros han emprendido el camino de la fuerza para resolver un conflicto ciertamente más complejo de lo que nos hacen entender. En Europa, tras años de remilitarización exacerbada no se ha sabido ver venir la guerra. ¿Nos lamentaremos dentro de unos años de lo mismo en la región Asia-Pacífico? Buenos tiempos para el negocio de las armas son malos tiempos para la paz y la seguridad.
A pesar del pesimismo imperante, como nos recordaba nuestro maestro Arcadi Oliveres, tenemos la obligación de mantener la esperanza. Es cierto que un buen número de países, aunque no más de 30 o 40, optan por la militarización, pero no son más seguros que los 31 Estados sin ejército ni el centenar largo que no tienen capacidades militares que puedan ser consideradas una amenaza para nadie, que demuestran que la seguridad sin cañones es posible y deseable.
Llegeix l'article a Índice de Coherencia