Desalojar al enemigo
Dos noticias sobre desalojos llenan las noticias de los últimos días. Se desalojan personas por orden judicial o política. Pero se desaloja como verbo transitivo, es decir, el que significa sacar una persona del lugar donde estaba alojada, como lo define la Enciclopedia Catalana, que, curiosamente, utiliza como ejemplo uno que no podía venir más al caso: “Desalojar el enemigo de una población”. Pues sí, si nos atenemos a cómo han ocurrido los hechos de los desalojos de Idomeni y del barrio de Gracia en Barcelona, se ha tratado de sacar, desalojar enemigos de Idomeni y Gracia.
Enemigo es un término de carácter militar que podemos definir como lo hace el Diccionario de la Guerra, la Paz y el Desarme editado recientemente por Icaria: “persona, grupo, institución o estado que uno percibe como antagónico y que amenaza su existencia, identidad y necesidad “. La definición hace referencia también a otro aspecto de gran relevancia, la que se refiere a que el enemigo siempre responde a una construcción distorsionada y estereotipada del otro, lo que genera hostilidad, desconfianza y miedo. En Idomeni el enemigo son las personas refugiadas en Gracia los ocupas.
Es
por ello que se les debe tratar con fuerza, agresividad y si es
necesario, violencia. Un enemigo no merece más. En Idomeni había policía
y militares, acompañados de grandes máquinas excavadoras que no
necesitaban excavar para desmontar las precarias tiendas de campaña
hasta ahora el hogar de más de 8.000 enemigos. En Gracia estaba la
policía antidisturbios, en buena medida militarizada en sus modos de
hacer, con armas que disparan un sustitutivo demasiado similar a las
balas de goma “vacía ojos” que fueron prohibidas por eso mismo, y con
vehículos no demasiado lejanos los blindados militares.
El
delito de unos y otros no es ninguno. Ninguno que pueda ser entendido
como una amenaza, propia del enemigo. Eso sí, ocupaban espacios que no
les pertenecían. Los refugiados ocupan un pedazo de tierra de Europa, y
Europa no es para ellos. Los ocupas la antigua sucursal de un banco, y
eso tampoco es para ellos. Los propietarios legítimos de los espacios
reclaman su propiedad y como los otros son enemigos de su estilo de
vida, de sus privilegios, les envían la fuerza y la violencia si hace
falta. El resultado pues no es extraño que sea violento. No hay que ser
Gandhi para entender que la violencia lleva a más violencia. Algo que
también deben saber los que se enfrentan a las fuerzas del orden, ya que
siempre tendrán las de perder si se comportan como los enemigos que
esperan que sean, tanto en la batalla cuerpo a cuerpo como en la batalla
de la opinión pública.
¿No se habría podido hacer de otra
manera? ¿No podríamos afrontar cuestiones importantes como el desalojo
de un campo de refugiados o un local ocupado yendo a la raíz del
problema? Ni las refugiadas ni los ocupas son enemigos de nadie, ni
siquiera los policías que los tratan en última instancia como tal. Son
personas que buscan tener una vida digna y vivir en libertad. Como tú y
como yo, como el juez, el político y el policía que los trata como
enemigos.
O quizás sí, son enemigos inconscientes de un sistema que genera mucha más violencia que la de su empleo y desalojo
que nos escandaliza cuando lo vemos en las noticias. Son enemigos de un
modelo que genera desigualdad, pobreza y guerra, de la que incluso
llega a hacer negocio. Un sistema perverso, que ha hecho que 62
mil-millonarios tengan tanta riqueza (económica) como la mitad de la
humanidad más pobre del planeta. Un sistema que salva bancos -y que
desaloja una sucursal convertida en centro social y que envía a campos
de refugiados militarizados a quienes huyen de la guerra.
Quizás sí, los refugiados y los ocupas pueden ser enemigos del sistema, su presencia y lucha por sobrevivir nos hace pensar, y esto, que pensemos, sí que amenaza su existencia.