¿Qué seguridad necesitamos?
Los dirigentes europeos ni dudan ni preguntan, como escribía hace unos días Carmen Magallón. Ya saben qué hacer: dedicar una ingente cantidad de dinero a rearmarse. Huérfanos del padre norteamericano, desconcertados miembros de segunda clase de la OTAN, parece ser que ahora afrontamos una amenaza existencial que puede llegarnos de Rusia.
Comparar las velocidades en las actuaciones políticas puede ser clarificador. El problema del hambre en el mundo, perfectamente resoluble desde un punto de vista técnico, lleva toda la vida sin resolverse. Lo mismo con el de la vivienda y tantas otras facetas de esta seguridad real que se basa en la vida digna y los DLS. Los políticos llevan décadas sin dar solución y garantizar el derecho básico a la vivienda a los que duermen en la calle y a los jóvenes – y no tan jóvenes – que no pueden costearse un techo digno. Pero los gobernantes europeos han tardado escasos días en acordar que deben ‘movilizar’ 800.000 millones de euros para la defensa armada de Europa. ¿Qué vamos a construir, techos o cañones? ¿Por qué es tan lento atajar los problemas de la gente y tan fácil y trivial el recurso a la ley del más fuerte? ¿No será que, a pesar de tanta tecnología, no acabamos de salir de la prehistoria? Es la vergonzosa indignidad de la geopolítica actual y de los tiempos que sus responsables dedican a unas y otras decisiones.
Recientemente ha aparecido un nuevo concepto que caracteriza y concreta la seguridad humana y que es alternativa a la seguridad militar que nos proponen. Es la seguridad basada en los estándares de vida decente (DLS en sus siglas en inglés), que parte del reconocimiento de la dignidad humana y de que todas las personas, unas y otras, vivimos en la misma aldea global. Los DLS proponen un conjunto de mínimos básicos que las sociedades deberían garantizar a todas sus personas para asegurarles una vida digna, en ámbitos que incluyen desde la alimentación a la atención médica, pasando por la vivienda, el acceso al agua y a un mínimo de energía, sistemas de higiene, educación o el acceso a internet. Unos DLS que, según han mostrado recientemente Jason Hickel y Dylan Sullivan en un artículo científico, la humanidad podría garantizar a los futuros 8.000 millones de habitantes del planeta, con un gasto energético y de recursos planetarios que oscilaría entre el 30 y el 44% del actual y que, considerando unos niveles adicionales de desigualdad que fuesen aceptables ecológicamente, permitirían atajar adecuadamente la crisis ambiental planetaria.
Establecer una seguridad basada en los DLS requeriría, eso sí, políticas de colaboración global, una visión de especie humana que no tenemos, y una ética basada en los cuidados y la dignidad de todas las personas que se sitúa en las antípodas de los actuales discursos y de las prioridades de nuestros políticos.
Los gobiernos, cooptados por los poderes plutocráticos en palabras de nuestro llorado Federico Mayor Zaragoza, olvidan la verdadera seguridad de las personas en aras de garantizar la buena salud de los centros económicos transnacionales que llevan el mundo hacia sus intereses. Porque el rearme y la militarización no resolverán los problemas reales de la humanidad. Aportarán grandes beneficios a industrias militares, empresas extractivas y corporaciones financieras mientras destruyen la vida de pueblos y personas que ya van siendo calificadas como ‘prescindibles’ y ‘sin importancia’. Lo estamos viendo con la continuada venta de armas de España a Israel y con la devastación genocida de la población en Gaza. Porque nunca se llega a la paz duradera desde la violencia y la guerra. Y porque si deseamos la paz, lo realista es prepararnos con la palabra.
El discurso que Jeffrey Sachs pronunció en el Parlamento Europeo el pasado 19 de febrero1 es toda una lección de historia contemporánea, la revelación de una cara oculta de la realidad mundial que nos han estado secuestrando, y la constatación de que un nuevo orden geopolítico es posible, necesario y conveniente. Un nuevo orden en el que Europa, volviendo a sus principios fundacionales, pueda emanciparse tanto de su papá americano como de la OTAN y sepa convivir con sus vecinos con herramientas de respeto mutuo, cooperación, negociación y diplomacia.
En un mundo globalizado con retos que no entienden de fronteras como el cambio climático o las pandemias, ¿podemos permitirnos la carrera del rearme? Que no nos engañen. Como manifestaron ya en 1992 1.700 científicos – entre ellos, la mayor parte de premios Nobel en ciencias vivos en aquel momento – debemos desarmarnos porque necesitamos el dinero militar para abordar nuestros retos existenciales.
¿Y si Europa intentase ser la promotora global de soluciones negociadas? ¿Y si preparase un plan extraordinariamente ambicioso de seguridad basada en los DLS? ¿Y si, en vez de pensar en escenarios belicistas, defendiese y promoviese medidas para detener la crisis ambiental que afectará a miles de millones de personas?
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