Ucrania, la guerra y la paz
La decisión de Alemania junto a diversos países de la OTAN de enviar armas pesadas: tanques Leopard, Abrams y Challenger, antimisiles Patriot y misiles GLSDB de 150 km de alcance medio por parte de EE.UU. a Ucrania, unos envíos (no llegarán antes de primavera) que, sin duda, irán acompañados de helicópteros de combate y cazabombarderos, pues sin ellos, los blindados serían fácilmente neutralizados por las fuerzas rusas, abren un nuevo escenario en esta guerra.
Con esta decisión de la OTAN, la guerra de Ucrania entrará en una escalada militar de impredecibles consecuencias, pues es evidente, que el ejército de Putin responderá del mismo modo, introduciendo armamentos de mayor potencia de fuego, incluida su aviación. Por otro lado, Rusia, conoce perfectamente toda la logística militar de ayuda y abastecimiento de armamentos que los países de la OTAN hacen llegar a Ucrania, en especial desde Polonia (el aeropuerto de Rzesgsow) entre otros. De hecho, el Kremlin, ya reconoce que la guerra de invasión que está librando en suelo ucraniano, es una guerra entre OTAN y Rusia, cosa que puede inducir a Putin a lanzar ataques sobre esos puntos de suministro de ayuda militar, sin los cuales, el ejército ucraniano sería derrotado en poco tiempo. Lo cual, podría desembocar en que el país atacado recurriera a la demanda de aplicar el artículo 5 del Tratado que -aunque no es obligatorio-, compromete a todos los países miembros de la OTAN a prestar apoyo al país agredido.
Sin descartar, que un misil u otro sistema de arma, por accidente, impacte en cualquiera de los países limítrofes de Ucrania produciendo la implicación directa en la guerra por parte de algún otro país. Un error que se podría producir por parte de cualquiera de las partes en el conflicto.
Esto, desde luego, no exculpa a la Rusia de Putin de haber iniciado una guerra de agresión sobre la soberanía de Ucrania que se había comprometido en respetar (acuerdos de Minsk y Memorándum de Budapest). De todos modos, esta guerra se podía haber evitado, pues en las negociaciones entre el secretario de Estado de EEUU, Anthony Blinken, y el ministro de Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, previas a la invasión rusa del 24 de febrero de 2022, hubo posibilidades de evitarla. Pero EE.UU. se negó a aceptar ninguna de las propuestas de Rusia -la más relevante que Ucrania no entrara en la OTAN-, apelando a que Ucrania, como país soberano, podía ejercer su derecho a escoger su futuro.
Algo semejante ocurrió en las negociaciones llevadas a cabo en Turquía en el mes de marzo y abril de 2022 entre representantes de Ucrania y Rusia, cuando había -según indican fuentes diplomáticas presentes- un principio de acuerdo entre ambas partes donde Ucrania admitía que Crimea quedará anexionada a Rusia, y que Lugansk y Donetsk fueran consideradas territorios autónomos dentro de Ucrania. Unas negociaciones que se rompieron, al parecer de muchos de los presentes, por la retirada de los representantes de Volodomir Zelenski, que presionados por EE.UU. decidieron retirarse de la reunión para proseguir la guerra. Un Zelenski que ha recibido garantías, especialmente de EE.UU., de la total reconstrucción de las infraestructuras de Ucrania una vez termine esa guerra. También de Reino Unido y otros países europeos de quienes han recibido la promesa de que continuarán suministrando ayuda militar y armamentos para que Rusia pierda esta guerra. Pues, suponen, que Rusia naufragará en una crisis política y económica de la que tardará años en recuperarse.
Una continuación de la política por otros medios (la guerra), que solo producirá más muertes, destrucción y dolor, sobre todo por parte de Ucrania que, aunque no se sabe el número de muertos exactitud -pues todos los esconden-, tras un año de guerra, se especula que pueden rondar los 300.000 muertos por parte de Ucrania y 40.000 de Rusia.
Los estados de la OTAN y los analistas de los grupos en el poder afirman que el derecho a la autodefensa es incuestionable, que es un principio del derecho natural que debe ser respetado y acatado. No afirmaré lo contrario. Pero, una cosa es que ante una agresión violenta nos defendamos, y otra, responder con mayor violencia. Hay que preguntarse si la violencia es la mejor de las respuestas, o quizá hay otras posibilidades que impidan una espiral que conduzca a más violencias. Además, no es lo mismo una agresión interpersonal que una agresión entre estados. Pues en la primera, el sufrimiento queda circunscrito a un grupo reducido de personas. Mientras, que una agresión entre estados puede conducir a una guerra -la más perversa de todas las violencias-; cuándo y sobre todo, los estados podían haber actuado sobre las causas que motivan el conflicto y haber evitado la guerra. Pues, ¿Acaso la guerra es la mejor de manera de defenderse cuando el mal que puedes producir es muy superior al que quieres remediar?
Una guerra, que, sin negar la responsabilidad criminal de la Rusia de Putin en la invasión de Ucrania, también tiene responsabilidades por parte de la OTAN de EE.UU. por su expansión hacia las fronteras rusas amenazando su seguridad. Pues, ¿Acaso EE.UU. permitiría la instalación de bases militares por parte de Rusia o China en Cuba, Venezuela o México? Seguro que no. Pues de igual manera se debe pensar sobre las causas que motivaron esta guerra. Se podía haber actuado sobre esas causas para impedirla. Y ahora se nos pide que demos nuestro apoyo a la OTAN y Ucrania frente a Rusia cuando antes no se ha querido actuar para evitar la guerra.
Las consecuencias del belicismo que ha provocado esta guerra son de impredecibles consecuencias. Por lo pronto, hemos visto como Suecia y Finlandia se incorporan a la OTAN rompiendo su tradicional neutralidad, países que habían servido de buen ejemplo durante la guerra fría entre bloques. Además, Suecia ha decidido recuperar el servicio militar obligatorio, mientras el resto de los países de la OTAN se ha comprometido a alcanzar el 2% de su PIB en gasto militar.
Las mismas Alemania y Japón, que tras la Segunda Guerra Mundial habían sido castigadas a no tener ejércitos, tras recuperarlos, su gasto militar no sobrepasaba el 1% de su PIB, y además, no se involucraban en intervenciones militares en el exterior. Esto, tras el inicio de la guerra en Ucrania, ha cambiado radicalmente, Alemania anuncia que aumentará su presupuesto en defensa en 100.000 millones de euros; y Japón, en el mismo sentido aprueba un rearme para alcanzar en 2027 el 2% de su PIB que supondrá un gasto militar de 296.000 millones de euros. España no ha sido diferente, y en los presupuestos aprobados este año el Ministerio de Defensa ha aumentado su gasto en 2.344 millones, un 23,4% con respecto a 2022. Todos ellos son ejemplos del creciente militarismo que se está imponiendo a nivel global.
Resulta evidente que estamos en una espiral belicista que nos arroja de nuevo a un enfrentamiento entre bloques, por un lado EE.UU., la OTAN y otros países aliados, frente al bloque que pueden conformar China y Rusia junto a otros países presentes en el Tratado de seguridad Shanghái. Una espiral belicista que puede desembocar en nuevos conflictos y guerras que nos puede conducir a un cataclismo planetario. La pregunta que hemos de lanzar a nuestros estados es ¿Ese es el mundo que deseamos?, ¿Ese es el camino de la paz?
No existen las guerras justas, tal afirmación es un oxímoron, pues todas son injustas para las víctimas por el enorme sufrimiento que infringen a quienes las padecen. Las personas y los estados tenemos capacidades para concertar soluciones que eviten las guerras. Entonces, lo que se debe hacer es redoblar los esfuerzos para evitarlas, y en el caso de que estallen por intereses ocultos de algún actor, es seguir exigiendo se dialogue para acordar un alto el fuego y se abran negociaciones para poner fin al conflicto. El 24 de febrero se cumple un año del inicio de la guerra de Ucrania, es una oportunidad para salir a las calles a pedir a nuestros gobiernos que paren la guerra.
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