Militarismo y crisis medioambiental
Investigadores del Centre Delàs d’Estudis per la Pau muestran la relación directa que hay entre militarismo y crisis medioambiental. Tanto por la huella de carbono militar, como porque la explotación de recursos haya generado, al menos, el 40% de los conflictos armados del mundo de los últimos 60 años.
En el contexto económico occidental, quienes tienen el poder económico siempre han hecho uso de la violencia para protegerse, pero este uso se ha intensificado en los últimos años. Y lo ha hecho, básicamente, por dos razones.
Por un lado, el poder económico del mundo rico quiere asegurarse los recursos naturales (combustibles fósiles, minerales imprescindibles para la transición energética, agua, tierras para la agricultura industrial, etc.). Unos recursos cada vez más escasos, debido a la crisis global (medioambiental, climática, explotación de recursos energéticos…).
Esta explotación agrava también, por su parte, la crisis medioambiental, ya que usa combustibles fósiles y provoca deforestación y desertización. Y, en ciertos casos, los habitantes de los territorios donde se encuentran estas materias primas se oponen al expolio, al empobrecimiento y al desplazamiento poblacional forzoso que sufren a causa de la apropiación y explotación por parte de los países ricos. Esto puede provocar conflictos armados que, a su vez, también pueden desembocar en migraciones. Las fuerzas armadas son entonces las encargadas de reprimir esa oposición. La explotación de recursos ha generado, al menos, el 40% de los conflictos armados del mundo de los últimos 60 años.
Por otra parte, los países ricos se preparan, desde hace tiempo, para hacer frente a las grandes migraciones y a las revueltas y el malestar social que la crisis climática originará. Existe un amplio consenso entre los dirigentes políticos occidentales sobre la necesidad creciente de «seguridad». Por eso se blindan territorialmente con muros fronterizos altamente militarizados y tecnificados.
Una respuesta militar
En consecuencia, en este momento, los países ricos contemplan, ante la crisis medioambiental y energética, la respuesta militar como una posibilidad a tener en cuenta. Y lo explicitan en sus documentos oficiales; tanto la OTAN, como la UE y el Estado español afirman en sus respectivos textos de Estrategia de Seguridad que la escasez de las energías fósiles representa una amenaza a la seguridad energética.
El petróleo, el gas, el carbón, el uranio y los materiales críticos se han convertido en un objetivo para la seguridad nacional; y no descartan las intervenciones militares para garantizar su seguridad energética.
En la Estrategia Global y de Seguridad de la Unión Europea de 2008 ya se mencionaba el cambio climático como la causa de futuras catástrofes naturales y sequías que afectarían, sobre todo, a los países empobrecidos y que serían el detonante de desórdenes, inestabilidad política y conflictos sociales que, a su vez, provocarían grandes migraciones (fuente de más conflictos). La UE señala como elemento indispensable para la seguridad el acceso a la energía. La interrupción, por parte de terceros, del suministro de recursos imprescindibles puede considerarse una amenaza y puede ser susceptible de una respuesta militar.
Por su parte, la OTAN, en la cumbre de junio de 2022, detalló las amenazas a las que la Alianza deberá hacer frente. Se incluyen el cambio climático, las pandemias y la inseguridad alimentaria, que pueden provocar conflictos que, a su vez, desemboquen en migraciones irregulares. También los ataques cibernéticos o las operaciones hostiles contra infraestructuras críticas y cadenas de suministro de recursos energéticos podrían equipararse a un ataque armado y desencadenar una respuesta armada de los miembros de la OTAN.
En el Estado español, su Estrategia de Seguridad Nacional de 2021 y la actual Directiva de Defensa Nacional (2020) también califican los mismos conceptos de amenazas.
En resumen, Occidente está dispuesto a salvaguardar su sistema de vida, pese a ser el causante de la crisis medioambiental y energética, reforzando sus capacidades militares para asegurarse todas las materias primas que necesita.
Contribución del ámbito militar a la emergencia climática y medioambiental
Las fuerzas armadas son grandes consumidoras de energía y, por tanto, suponen una gran contribución a agravar la emergencia climática. Una evaluación completa de esta contribución debe abrazar el ciclo completo de la vida (huella de carbono) del sector militar, que incluye todas las fases del ciclo, desde la extracción de materias primas necesarias para la fabricación de armamento y de equipamiento militar, pasando por su fabricación, por su utilización y por la gestión de los residuos.
Esto significa que es necesario contar tanto las emisiones directas (consumo energético de las bases militares y consumo de combustibles fósiles de los vehículos militares terrestres, marítimos y aéreos) como las indirectas (producción de armas, de equipamiento militar y cadena de suministro militar). De hecho, investigaciones realizadas en el ámbito militar de la UE y del Reino Unido demuestran que son la fabricación de armamento y las cadenas de abastecimiento las que representan la mayoría de las emisiones militares.
Por otra parte, se estima que los terrenos de entrenamiento y fincas militares representan entre el 1 y el 6% de la superficie terrestre. Los campos de tiro en terreno militar pueden incrementar el riesgo de incendios, que son una fuente importante de emisiones y disminuyen la capacidad de la vegetación y del suelo de almacenar carbono. Los ejercicios de entrenamiento y maniobras militares por sí solos también generan importantes emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y degradación del suelo. El mantenimiento de las bases militares también dañan los ecosistemas.
Los residuos de las fuerzas armadas
Las fuerzas armadas generan residuos, como las municiones, que, por lo general, se destruyen por detonación o quema. Esta práctica contamina la tierra, genera productos nocivos y emite GEI. Todavía existen ejércitos donde la gestión de residuos se hace en pozos abiertos en los que se queman los desechos. En ocasiones, se han hundido en el océano barcos de guerra obsoletos. Por otra parte, se han detectado productos químicos muy contaminantes y tóxicos en aguas subterráneas y agua para beber en diferentes zonas cercanas a bases militares.
Las actividades militares, a pesar de ser altamente contaminantes, como ya se ha dicho, no han de comunicar sus emisiones GEI a Naciones Unidas. La comunicación y la reducción de las emisiones militares, en el Protocolo de Kioto de 1997, quedaron exentas por la presión de Estados Unidos. El Acuerdo de París de 2015 suprimió dicha exención, pero no obliga a informar sobre las emisiones militares y deja su reducción al criterio de cada país. Tampoco las empresas de armas están obligadas a informar sobre sus emisiones.
Por su parte, en el Estado español, la ley de Cambio climático y Transición energética (mayo 2021) excluye de su aplicación los equipamientos, sistemas de armas, instalaciones y actividades, cuyo objetivo sea la protección de los intereses esenciales de la Defensa Nacional y de la Seguridad Pública.
En términos generales, existe muy poca información y muy poco fiable (cuando la hay) sobre las emisiones del sector de defensa (fuerzas armadas e industria militar). Pero sí una necesidad urgente, por tanto, de incluir el ámbito militar en los compromisos de los estados de reducir sus emisiones de GEI.
Gasto militar mundial
En 2022, el gasto mundial en defensa se incrementó un 3,7% respecto a 2021 y alcanzó los 2,24 billones de dólares. El gasto militar de EE.UU. de 2022 fue de 877.000 millones de dólares. El de China, de unos 292.000 millones de dólares. Y el de Rusia, unos 86.400 millones de dólares. En Europa se registró, con diferencia, el mayor incremento (+13%) y alcanzó un gasto de 345.000 millones de dólares. Representa el mayor incremento interanual en, al menos, 30 años y superó por primera vez el gasto de 1989, hacia el final de la guerra fría.
Justo después de la invasión rusa de Ucrania (febrero 2022), algunos estados europeos ya aumentaron significativamente su gasto militar, mientras que otros están llevando a cabo planes plurianuales (de hasta una década) para aumentar el gasto militar, por lo que este seguirá creciendo en Europa Central y Occidental durante los próximos años.
Guerras y medio ambiente
Las guerras, además de causar muertes, destrucción y miseria, perjudican los hábitats y la biodiversidad, con efectos que perduran en el tiempo. Las bombas y proyectiles liberan gases tóxicos, sustancias químicas y metales pesados que contaminan el aire, el suelo y los acuíferos; los tanques aplastan la vegetación y estropean el suelo; los explosivos también pueden generar incendios, etc.
La destrucción originada por las guerras calienta el planeta. Y la reconstrucción contribuye también, por su parte, al calentamiento global.
En ocasiones, la destrucción del entorno forma parte de la estrategia militar. En la guerra de Vietnam, EEUU roció la selva con productos químicos para evitar que sirviera de protección a los vietnamitas.
Otra contaminación ambiental relacionada con el armamento es la radioactiva. Durante décadas, los estados posesores de armas nucleares han realizado pruebas con este armamento, con la consiguiente contaminación radioactiva. Muchos accidentes con armas nucleares también han provocado diseminación radioactiva. Otro origen militar de este tipo de contaminación es el uso de uranio empobrecido en proyectiles de artillería, que al impactar esparcen el material radiactivo.
Estimaciones sobre las emisiones de GEI del sector armamentístico
El estudio de Parkinson y Cottrell de 2022 estima que la huella de carbono militar mundial es de, aproximadamente, el 5,5% del total de las emisiones globales.
Si nos restringimos únicamente a las emisiones directas, y dentro de este apartado, al consumo de combustible de los vehículos militares, los datos ya nos ponen de manifiesto la magnitud de la huella de carbono militar. Algunos ejemplos: cada uno de los 60.000 vehículos del tipo HUMVEE (un tipo de jeep) de la flota de la US Army necesita del orden de 40 litros de combustible diesel para recorrer unos 100 kilómetros. Diez veces más que los cuatro litros que gasta un turismo medio para recorrer 100 km.
El tanque Leopard, por su parte, consume 300-500 litros por 100 km. El avión Eurofighter (Typhon) consume entre 2.300 y 7.500 litros por hora de vuelo, con un coste de 45.000 euros por hora. El F-35 tiene un coste económico de 42.000 dólares por hora y el bombardero B-52 casi de 90.000 dólares por hora.
Emisiones indirectas
Las fuerzas armadas de EEUU consumen más fuel y emiten más GEI que la mayoría de los países de tamaño medio. Sólo teniendo en cuenta las emisiones derivadas de la combustión de fuel, el Departamento de Defensa (DoD) es el 47º mayor emisor de GEI del mundo, por delante de Bélgica o Portugal. También es el mayor consumidor institucional de petróleo del mundo. Es un factor determinante que EEUU haya estado ininterrumpidamente en guerra o implicado en acciones militares desde 2001 (inicio de la guerra contra el terror).
Sumadas las emisiones de CO2 asociadas a las actividades del DoD (59 millones de toneladas de CO2e) y las asociadas a la producción de armamento (153 millones de toneladas de CO2e) se obtiene, según Crawford, que la actividad militar de EEUU fue la responsable de la emisión de al menos 212 millones de toneladas de CO2e durante el año 2017.
En cambio, el estudio El clima bajo fuego cruzado asigna a EEUU una huella de carbono de 140 millones de toneladas de CO2e durante el año 2021. No deben extrañarnos estas discrepancias debido a que existe muy poca información y muy poco fiable. Todos estos resultados son fruto de estimaciones y aproximaciones.
En la Unión Europea no existen objetivos generales de reducción de GEI que incorporen las emisiones del ejército. En el informe Under the Radar se ha estimado, de forma aproximada, las emisiones de GEI producidos por el sector militar en la UE. Así, la huella de carbono, para 2019, de todo el sector militar en la UE es de más de 24 millones de toneladas de CO2e.
Esto equivale a las emisiones de CO2 anuales de unos 14 millones de coches medios. O bien a las emisiones anuales de estados como Croacia, Eslovenia o Lituania. El estudio subraya las deficiencias en la información que proporcionan los Estados miembros sobre sus emisiones militares, y concluye que el European Green Deal ha ignorado “total y deliberadamente” todo lo que se debe hacer con el impacto climático de la militarización.
Operaciones militares con una mirada en la crisis medioambiental
La UE reconoce la necesidad de que las operaciones militares lideradas por la Unión aborden adecuadamente la protección medioambiental. No obstante, sostiene que la necesidad militar puede justificar la cancelación de los estándares de protección medioambiental y que los imperativos de las operaciones militares habitualmente tendrán prioridad.
Por lo que se refiere a la eficiencia energética, los edificios que pertenecen a las fuerzas armadas no están obligados a cumplir los mínimos requisitos de actuación energética. Estos sólo se exigirán si su aplicación no entorpece el objetivo y las actividades de las fuerzas armadas.
Siguiendo el criterio de la huella de carbono, las emisiones del sector militar de Reino Unido fueron de unos 11 millones de toneladas de CO2e durante el año fiscal 2017-2018.
Huella de carbono militar
La huella de carbono militar total de la OTAN pasó de 196 millones de toneladas de CO2e en 2021 a 226 millones de toneladas de CO2e en 2023 (según el estudio El clima bajo fuego cruzado). 30 millones de toneladas adicionales en sólo dos años: equivalente a añadir más de 8 millones de coches a la carretera. Si las fuerzas armadas de la OTAN fueran un país, se situaría como el 40º generador de contaminación por carbono, superando en el ranking a los Países Bajos. Uno de los factores clave de este incremento del gasto militar global es el objetivo de que todos los socios de la OTAN destinen al menos el 2% de su PIB al ámbito militar.
El 56% del gasto militar mundial procede de los miembros de la OTAN. Teniendo esto en cuenta y que sus estados miembros alojan a buena parte de la industria de defensa mundial, podemos afirmar que la Alianza Atlántica es el mayor emisor militar de GEI del mundo. Y sin embargo, la OTAN no incorpora ningún objetivo de reducción de emisiones GEI ni ninguna actuación medioambiental.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) propone una reducción del 55% de las emisiones de GEI, de aquí a 2030, para evitar un aumento de la temperatura por encima de 1,5 °C. Ninguno de los miembros de la OTAN se ha comprometido a reducir este 55% en el ámbito militar. El objetivo del 2% de la OTAN dificultará la reducción propuesta por el IPCC al incrementar las emisiones de GEI de origen militar y desviar fondos de la acción climática.
El trato de privilegio del sector militar
Por último, es evidente que es necesario equiparar al sector militar (fuerzas armadas e industria armamentista) al sector civil en la obligación tanto de informar sobre las emisiones GEI como del compromiso a reducirlas. Teniendo en cuenta además que su contribución a las emisiones GEI, y, por ende, a la crisis medioambiental, es significativa. Nada justifica este trato de privilegio que recibe el sector militar.
Con mayor razón, si se considera que este sector no es, en absoluto, de interés social, no beneficia a la inmensa mayoría de la población mundial. Por mucho que hubiera una fuerte reducción de las emisiones GEI en todos los demás ámbitos, siempre se arrastraría la contribución del ámbito militar. Para más inri, no cabe duda de que el poder (político y económico) está promoviendo un incremento en la militarización mundial.
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Este artículo se enmarca en la campaña ‘Descarbonizar es Desmilitarizar. Control y limitación de las emisiones militares’, una iniciativa del Centre Delàs d’Estudis per la Pau, Ecologistas en Acción y Extinction Rebellion, que busca reforzar los vínculos entre las reivindicaciones pacifistas, ecologistas, feministas y por la Justicia Global, entendiendo éstas como inseparables en sus objetivos. Asimismo, pretende extender la idea de que una sociedad ambientalmente más justa es inseparable de una sociedad desarmada y desmilitarizada.
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